«Por si acaso» es una de las frases más repetidas durante la jornada de este miércoles en el ámbito escolar tras la posibilidad de quitarse ya las mascarillas. En los centros docentes muchos continúan con ella, profesores y alumnado, aunque los escolares reconocen que ... quieren ver «las caras de mis compañeros».
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Algunos profesores, como Alejandro Coloma, del colegio Santa Olaya, de Gijón, ha visto por primera vez el rostro de sus alumnos, pues se incorporó al centro en plena pandemia. «Es una sensación extraña», señalaba.
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«Se me hace raro ver la cara de los niños porque ya no me acordaba de cómo eran, pero tenía muchas ganas», dice Selena Benito, que cursa tercero de Primaria en el centro. A su lado, Alessandro Fuertes no se la quiere quitar porque «en casa me dicen que tenga cuidado».
Distinta motivación le lleva a Valerith a mantenerla: «En casa me dijeron que me la quitase si me ahogaba, pero prefiero tenerla porque soy muy tímida».
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Algunos escolares de Gijón reconocen que esta mañana sus padres les hicieron una recomendación: «Llévala puesta y si veis que los niños la quitan, podéis hacerlo». Por ello, al inicio de la jornada de hoy, casi todos venían con ella, asegura Rocío Paz, directora del Santa Olaya.
En el Patronato San José, donde conviven los escolares del San Vicente de Paúl, unos llevan y otros no, pero prima el tapabocas en los rostros. «Entre el profesorado, salvo una persona, todos la mantenemos», cuenta la directora del Patronato, Lorena Barreñada. En cambio, los alumnos de Primaria, mayoritariamente, se han desprendido de ella. «Queremos naturalidad y que cada uno decida», insiste Barreñada.
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El director del San Vicente de Paúl, Manuel Fuertes, cree que «será como el otoño; poco a poco irán cayendo como las hojas». Sus alumnos de Secundaria siguen luciéndola; al contrario que los de otros cursos, que se han desprendido de ella casi en su totalidad. «Estamos cansados y nos duelen las orejas», dicen algunos.
En el colegio de las Dominicas aún no se ha retirado el aula covid y entre los escolares el uso del tapabocas se reparte al cincuenta por ciento; por el contrario, los docentes la mantienen casi todos.
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Elías Castro, alumno de quinto de Primaria no quiere desprenderse de ella «por seguridad» y es que cuenta que «dentro de poco me voy de vacaciones y no quiero que se me estropeen».
A su compañera Cayetana Vega, su familia le hizo una recomendación: «Que me sintiese libre». Por eso, llegó con ella a primera hora y se la quitó enseguida. Y Vera Pérez reconoce que «tras desprenderse de ella, me siento rara y veo a mis amigos diferentes».
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También en bares y cafeterías se seguía viendo a la clientela protegida. En Bodegas Achón, en el barrio de El Coto, la disparidad se veía entre el propio personal: unos sí, otros, no. «Nos dieron a elegir y cada uno valoró sus circunstancias. Yo, por ejemplo, soy asmático y lo estaba pasando muy mal», dice el camarero Juan Manuel Macho. Los clientes habituales, afirma, siguen con ella.
Similar circunstancia ocurre en Relojería González, en la calle General Suárez Valdés. Su propietaria, Socorro González, la retiró hoy «porque para trabajar con la lupa y pequeñas piezas me imposibilita bastante».
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No obstante, se protege tras una mampara. En el mostrador contiguo, la empleada Beatriz González, mantiene su mascarilla mientras atiende a los clientes, unos con y otros sin.
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