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LAURA MAYORDOMO
Martes, 12 de febrero 2019, 03:20
En varios centros escolares se hizo el mismo experimento. Se mostró a alumnos de cinco, seis y siete años una imagen con dos científicos, un hombre y una mujer, en el laboratorio. ¿Quién de los dos es muy, muy inteligente? Se les preguntó. La respuesta de los de cinco años iba asociada a su género. Es decir, los niños respondían que el hombre. Las niñas, que la mujer. ¿Qué ocurría con los alumnos con edades superiores a los seis años? Pues que una proporción mayor de alumnas asociaban brillantez al género masculino. A esa edad, «empiezan a asumir que los niños son más listos y nosotras más trabajadoras y constantes», remarcó ayer la científica del Instituto Nacional del Carbón (INCAR-CSIC), Teresa Valdés-Solís, quien destacó el papel de los padres y la sociedad en general para conseguir un mundo más igualitario.
Fue ella una de las ponentes de la jornada de apertura de la Semana de la Mujer y la Niña en la Ciencia que, organizada por la Consejería de Empleo, Industria y Turismo, se celebró ayer en Oviedo. Una jornada en la que quedó de manifiesto que para mejorar las cifras de la presencia femenina en los laboratorios «el primer paso es fomentar las vocaciones científicas» en las niñas desde el colegio. Fue algo en lo que coincidieron tanto Valdés-Solís como Susana Fernández, decana de la Facultad de Químicas, o Susana Marcos, investigadora del Instituto de Óptica 'Daza de Valdés' del CSIC.
La de despertar vocaciones entre las nuevas generación es «una responsabilidad» que ellas asumen en primera persona. Porque les preocupa acudir a centros escolares a difundir su trabajo y constatar «un retroceso» del interés por las disciplinas de ciencias desde las etapas más tempranas de la educación. Más aún en Secundaria y Bachillerato, donde «las vocaciones científicas retroceden a pasos agigantados» -anotó con conocimiento de causa la directora de la Escuela Politécnica de Mieres, Asunción Cámara- y donde los estereotipos han levantado un muro ya casi infranqueable. A eso, coincidieron, han contribuido en buena medida las redes sociales. Y las familiares tampoco hacen mucho por un cambio de escenario. A las chicas no se las anima a optar por estudios de ingeniería, ciencias, tecnología o matemáticas, las denominadas disciplinas STEM y ellas acaban pronto desechando la ciencia como alternativa. Es algo que se refleja cada año en las cifras de matriculación universitaria con la excepción, en el caso de la institución académica asturiana, de la Facultad de Química, en la que el 55 y el 57% del alumnado de los grados de Química e Ingeniería Química, respectivamente, son chicas.
Tampoco ayuda la falta de referentes femeninos. Y no porque no los haya, sino porque, en la mayoría de los casos, han permanecido ocultos. Científicas que han sido «incomprendidas, olvidadas y hasta repudiadas» porque, subrayó la decana de Químicas, «históricamente, la ciencia no ha sido un territorio demasiado amistoso para las mujeres». Y aunque en los últimos años se han dado pasos hacia el reconocimiento del papel de la mujer en la labor científica -y en eso, España «va despacio, pero mejor que otros países europeos», anotó Valdés-Solís- aún queda camino que recorrer. Las mujeres en la ciencia «seguimos siendo muy escasas y eso es un problema, porque la sociedad está perdiendo la mitad del talento». Lo dijo en primer lugar Susana Fernández durante su intervención y lo refrendó posteriormente Asunción Cámara, directora de la Politécnica de Mieres, cuando se abrió el turno de palabra a los asistentes a la jornada.
A esa «falta de visibilidad» de la mujer en la ciencia se refirió también la investigadora del INCAR-CSIC, Teresa Valdés-Solís, al poner como ejemplo que solo un 6% de los premios Nobel de las dos últimas décadas recayeron en mujeres. Y que ni en 2016 ni en 2017 ha habido féminas en la nómina de premiados.
También escasa les resulta la presencia de mujeres en los escalafones superiores de la carrera científica y en los puestos de poder «a pesar de estar igualmente preparadas». El ejemplo más cercano lo puso sobre la mesa Susana Fernández. Solo ella y otras tres compañeras en toda la Universidad de Oviedo son decanas o directoras de escuela. La decana de Químicas, con una amplia trayectoria investigadora a sus espaldas y con experiencia previa en cargos de gestión, reconoció ayer que fue en el momento en que tomó la decisión de optar al decanato cuando «empecé a notar que el mundo era realmente un mundo de hombres. Hasta entonces, no había percibido ningún machismo en mi vida profesional».
Susana Marcos, por su parte, puso como ejemplo a la asturiana Rosa Menéndez, la primera mujer que consigue situarse al frente del mayor organismo público de investigación del país, el CSIC, y destacó su «capacidad de arrastre», que se ha traducido en que otras mujeres hayan decidido dar un paso al frente en el terreno científico.
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