Cinco de la tarde del viernes, en el área de extracciones del Hospital Universitario de Oviedo (HUCA). Caen los últimos rayos de luz mientras avanza, de a poquitos, la cola kilométrica que hay formada a las puertas del edificio. Cientos de ovetenses aguardan su turno -sin cita previa- para ser vacunados.
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Entre ellos, Juan Fernández. En su caso fueron 45 minutos de espera antes de recibir la segunda dosis. «Viajo dentro de poco al extranjero y necesitaba la pauta completa», explica este asturiano de vuelta en casa por Navidad. Además de la necesidad, a Juan Fernández también le impulsa una cierta conciencia social: «Creo que vacunarse es un ejercicio de civismo».
El mismo sentir comparte Raquel Rodríguez. Ella trabaja en un centro de día y ha conocido de cerca el impacto que el virus ha tenido en la salud de los más vulnerables. En su caso, lo tiene bastante claro. «Vacunarse es un signo de responsabilidad social», explica.
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EDUARDO PANEQUE | OLGA ESTEBAN
Brayan Morales y Mariana Mijail acuden juntos a la cita de vacunación. Lo hacen para contribuir a que esta pandemia termine cuanto antes, pero también motivados por circunstancias laborales. «Necesitaba el certificado covid para trabajar porque ahora muchos jefes se lo exigen al empleados», aclara Brayan. Un móvil parecido al de su amiga, que, no obstante, discrepa en lo que respecta a la imposición de las vacunas. «Creo que no se debería obligar a vacunar, tendría que salir de uno mismo el ser responsable», agrega esta joven.
El caso de Horacio Marletta es un poco diferente. Hace un tiempo le diagnosticaron cáncer y por su condición de inmunodeprimido fue de los primeros en recibiras primeras dosis. Solo le quedaba la tercera, pero le querían poner Moderna y su especialista le recomendaba que esta última fuese Pfizer, al igual que las anteriores. Un detalle que le ha hecho alargar el momento del pinchazo hasta ahora. «Hoy ya vengo a lo que me pogan. Es indudable que hay un interés económico detrás, pero también que las vacunas salvan vidas», comenta.
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Entre la avalancha de personas que acudieron a vacunarse en la última jornada de 'puertas abiertas' hubo también muchos rezagados de última hora dispuestos a poner la primera dosis. «No me había vacunado todavía, pero la presión social es muy grande», comenta Laura Ruiz, una estudiante de 24 años que había estado postergando el momento de inocularse por miedo a los posibles efectos secundarios del pinchazo. Al final, fue la implantación del pasaporte covid lo que hizo a esta joven pasar por el aro. «Me lo exigían para ir al gimnasio o para tomar algo con mis amigos. Al final, cambias de opinión más por obligación que por convicción», argumenta.
Manolo Gutiérrez también tenía dudas con respecto alas vacunas. En su caso, el conflicto surgía por considerarlas un «negocio del miedo sin mayor efectividad». Solo cuando el bar donde iba todas las mañanas a tomar el café y jugar la partida le exigió estar vacunado para poder entrar este hombre cambió de opinión. «No queda otra», lamenta.
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