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RAMÓN MUÑIZ
HERÍAS (ILLANO).
Lunes, 8 de abril 2019, 03:30
Lo primero que se ve al llegar por carretera es el cementerio, pulcro, cuidado, casi tan grande como el propio pueblo. Anda ladera arriba y no hay calle donde se le pueda perder de vista. Se obceca en lucir de blanco radiante, un punto de ... vida entre tanto ocre, gris y verde como el que viste la sierra de Carondio. Un puñado de cerezos andan en plena floración y se atreven a secundarle.
Estamos en Herías (Illano), aldea que la estadística sitúa en la zona cero de la despoblación asturiana. Tiene 13 vecinos censados y todos han pasado de los 75 años. Los registros del observatorio Sadei constatan que en la región hay cuatro parroquias cuya docena de pueblos lo forman íntegramente superabuelos resistentes, arraigados, obcecados en permanecer.
«De aquí solo saldré para ir al cementerio, si Dios quiere», informa Carmen Rico Murias, con un mohín de esperanza en cumplir sus objetivos. Tiene 83 años y se dedica a custodiar la casa en la que nacieron sus siete hijos, el hogar en el que enviudó de Rafael. «¿Te pongo un café?». Enseña las fotos de la familia, las de la boda, las que el helicóptero hizo de cada rincón de la parroquia. «En 1955 cuando llegué había 32 vecinos pero la gente fue muriendo o marchando», detalla. Le queda un huertín, 21 ovejas, ocho gallinas, tres gatos y dos perros que le hacen compañía. Sus hijos se dan relevos para no dejarla sola. La protegen. «Es que en un pueblo cercado a otra paisanina le entraron dos diciendo que eran de una compañía y la liaron a hablar para terminar desvalijándola», relata Fernando Fernández, que ha venido de Avilés a hacer guardia.
La niebla avanza como en los cuentos que rueda Hollywood, tragándose una a una el puñado de casas de piedra, pizarra y silencio. Los troncos andan apilados con esmero, hay bombonas de butano conectadas, macetas que alguien tiene que cuidar, ni un alma en la calle. El forastero se harta de aporrear puertas y preguntar a voces si hay alguien ahí, que hemos venido de la ciudad, a dos horas y media.
«Está lloviendo, pasar para dentro. Os pongo un café, ¿verdad?». Donato Álvarez tiene sopladas las 88 velas y le toca emplearse como enfermero. En el sofá, aferrada a un pañuelo, anda fastidiada su mujer, Aurora Fernández, de 81. Acaban de darle el alta en el hospital de Jarrio y no las tiene todas consigo. «Al final vamos a tener que marchar, ya verás», musita. En Herías llevan desde que nacieron, pero la idea de ir con los hijos a Avilés empieza a imponerse. Aquí ya nadie gasta coche y cuando tuvieron el último susto «hubo que llamar a un taxi, que puede tardar una hora en llegar», cuenta él. «A Illano vamos al médico y el ayuntamiento pero nada más, ya no quedan ni tiendas allí», detallan. «Para comprar un kilo de azucar tienes que hacer 45 minutos en coche», corrobora Fernando Fernández.
En la marquesina, el ayuntamiento ha fijado tres carteles. El más vetusto pide voluntarios para luchar contra la invasión del avispón asiático. El práctico detalla dónde tramitar ayudas a la dependencia. El último hay que leerlo varias veces para descifrar que el burócrata de turno está avisando de que vienen elecciones y el censo quedará colgado en el consistorio. Que así lo dice la ley y así es como dice la ley que hay que decirlo.
En la televisión, los políticos empiezan a hablar de despoblación y en Herías saben lo que eso significa. «Es que vienen elecciones, ¿verdad?», suelta con retranca Aurora. En las últimas generales la participación se quedó en el 52% en Illano. El suroccidente es una de las comarcas donde más cunde la abstención. Aquí el representante público con el que más se trata es Adán, el cura que viene cada domingo de Boal a dar misa.
«La comunidad es verdad que hizo mucho, ahora hay carreteras, agua y teléfono», opone Manuel Fuentes. Nació aquí, en una casa en la que un día agarró un acordeón y ya no lo soltó. «Había romerías todas las semanas, bailes, se estaba bien». Acabó marchando con la música a otra parte, pero aprovecha esa carretera para visitar a sus antiguos vecinos en cuanto puede.
La tertulia revitaliza a Aurora. No hay muchas ocasiones de discutir, de decir que sí oh, que si te pones así también tenemos una asistenta que viene tres días a la semana pero «nos hacen pagar por ello».
«Si hubieran hechos y no propaganda íbamos mejor», respalda el esposo mientras maniobra con la cocina. Los 'superabuelos' llevan un rato hablando de sus tiempos, de cuando esto andaba lleno de críos e ir al médico obligaba a coger la lancha y el caballo. Ahora que con la carretera todo es más fácil, ¿ven manera de recuperar a la población perdida? Miran al suelo y Aurora sentencia: «La verdad es que si vinieran los que se han ido fuera, se acababa el mundo, porque no sabrían ni cómo trabajar la tierra. Pero vosotros, ¿queréis un café, verdad?».
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