
O. Villa
Ladines (sobrescobio)
Domingo, 30 de abril 2023, 20:57
Dice el Convenio de Berna para la Conservación de la Vida Salvaje, de 1979, que el urogallo cantábrico debe estar «estrictamente protegido», lo que obliga a los Estados miembros de la UE a asegurar su conservación y la de sus hábitats. Y es que, de hecho, pensar en la recuperación de una especie animal o vegetal tiene que pasar siempre por un análisis a fondo de lo que está ocurriendo en su medio natural. ¿Qué ha cambiado en el monte asturiano en las últimas décadas? Por una parte, el cambio climático puede dejar este ámbito fuera de los óptimos para la especie, tanto por la temperatura en sí misma en la que vive el urogallo como por el progresivo cambio en la flora que se va a ir produciendo. Por otro lado, el abandono de la actividad ganadera en buena parte del territorio ha propiciado un incremento de las poblaciones, por ejemplo, de jabalís –al punto de convertirse en una plaga al hallarse su población en el límite o por encima de la capacidad del territorio para alimentarla– y especies ramoneadoras, como cérvidos, que suponen una competencia para el urogallo por cuanto que compiten por recursos alimentarios comunes a todas esas especies y no siempre disponibles, máxime teniendo en cuenta que el urogallo es «muy selectivo» en su alimentación, según Moreno.
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Un reciente estudio del CSIC firmado por José Jiménez indica que «aún hay espacio para desarrollar una gestión más activa, donde se debe implementar la gestión forestal para la conservación del urogallo, incidiendo en la gestión de ungulados salvajes y domésticos», que compiten directamente con el urogallo con recursos muy concretos, como el arándano, cuyas hojas y bayas son básicas en la alimentación de las crías de urogallo en una primera fase, en la que la mayor o menor abundancia de otras especies que compitan por ese recurso puede llegar a suponer una barrera infranqueable para la continuidad de esta especie.
Sin olvidar, por otro lado, que el urogallo puede ser objeto de predación, si bien no tanto por parte de lobo y oso como por depredadores de tamaño medio y pequeño (zorros o martas, entre otros), cuyas poblaciones también van en aumento.
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