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Urgente Francisco Álvarez-Cascos, absuelto del delito de apropiación indebida
t El avilesino que facilitó los explosivoso del atentado, durante el juicio.
Entre el economato y la biblioteca: así es la vida de Trashorras en la cárcel de Asturias
11-M

Entre el economato y la biblioteca: así es la vida de Trashorras en la cárcel de Asturias

El exminero redacta numerosas instancias propias y de otros internos, un quebradero de cabeza para Instituciones Penitenciarias, por el trabajo que da tramitarlas

Jueves, 7 de marzo 2024, 01:00

Cuando José Emilio Suárez Trashorras entró en prisión en marzo de 2004 no imaginó que sobre él caería una losa interminable. Una condena inabarcable para las dimensiones humanas: 34.000 años. Tenía entonces 27. Ni siquiera cuando fue condenado como cooperador necesario del 11-M sospechó que se enfrentaría a una condena inédita hasta entonces. De hecho, es la mayor pena para un español jamás impuesta. Desde hace unos meses el exminero avilesino que facilitó los explosivos empleados en el atentado se encuentra interno en el Centro Penitenciario de Asturias. De momento, este destino le ha acercado a sus familiares aunque él ha tramitado una petición para ser trasladado a Cantabria, donde aspira a recibir un tratamiento específico de rehabilitación. Además, sus abogados están a la espera de la resolución de un cambio en el régimen general de cumplimiento, es decir, piden que cumpla cuarenta años de los miles que pone la sentencia, pero abriría la posibilidad de salidas y permisos controlados. Hasta que la resolución de esa solicitud llegue, la vida de José Emilio Suárez Trashorras en Villabona transcurre como para el resto de los internos con tiempos muertos y maneras de llenarlos. Entre las tareas obligatorias de todos los reclusos, como salir al patio a determinadas horas o servir las comidas, el exminero avilesino lleva a cabo otras de índole particular. Durante estas dos décadas se ha formado en materia jurídica para custodiar el proceso de su propia defensa. Esto conlleva que escriba decenas de instancias, formule constantes denuncias y reclamaciones y sea un quebradero de cabeza continuo para funcionarios e Instituciones Penitenciarias que tienen que tramitarlas obligatoriamente. Para el Ministerio del Interior supone un incordio, más aún porque además canaliza los escritos de otros muchos internos, la mayor parte de ellos sin apenas atención jurídica y sin formación académica.

Duerme pocas horas

Estos días, con la cercanía del aniversario del 11-M, José Emilio cobra un protagonismo indeseado par él, pero irremediable entre todos ellos. Le hablan, le paran mientras hace seguimiento de todo lo que se publica. Anda inquieto, por ejemplo, con el estreno de la serie inspirada en su historia de la que solo ha visto el tráiler. Según su círculo cercano, al exminero no le ha gustado la versión, dice, porque «poco se parece a la realidad. Se basa en tres días con Baby (Gabriel Montoya, el menor condenado por facilitar los explosivos en el atentado del 11-M), que ni siquiera salió de Avilés de no ser por que le acompañó a aquella mina». La verdad es que son tres días cruciales porque juntos sustrajeron en ese tiempo la dinamita de Mina Conchita.

José Emilio atiende al día casi veinte llamadas de familiares y amigos autorizados para mantener con él comunicaciones externas, lo que acapara buena parte de su jornada. También de sus abogados, a quienes envía documentos y plantea reclamaciones como la última conocida y desvelada por EL COMERCIO en la que solicitaba acogerse a la ley de muerte digna. En su rutina visita todos los días el economato del centro penitenciario. Allí toma café, charla con los internos más afines y pasa la mitad del tiempo dando vueltas por el patio. Ni está absorto ni es introvertido como suele decirse, más bien es de los reos más activos y extravertidos de Villabona y los funcionarios se lo han hecho saber en numerosas ocasiones.

Además es uno de los encargados de la biblioteca, una actividad que le gusta y que desempeña en todas las prisiones en las que ha cumplido condena. Leer le ayuda a pasar el tiempo. Lee todo lo que cae en sus manos y acumula cantidades ingentes de documentos, sumarios e instancias. De hecho, tiene un dosier de veinte años sin libertad, en el que recoge todo lo que se ha publicado sobre sus andanzas y sobre otros muchos casos delictivos relacionados con el entramado de la dinamita.

Emilio vive de una pensión que recibe por una incapacidad absoluta. Padece un trastorno psicótico de idiopatía no filiada por abuso de cocaína, hachís y alcohol. Precisamente basa en esta enfermedad y en la falta de tratamiento específico, según ha denunciado, su justificación para pedir la eutanasia. «Para aliviar remordimientos», según ha contado a su abogado, acude todos los domingos a misa. Precisamente es en una comunidad religiosa donde quiere ingresar el resto del tiempo que le queda en prisión. Se trata de la Asociación Nueva Vida, en Renedo de Piélagos (Cantabria), vinculado al centro penitenciario de El Dueso. Un centro en el que conviven 19 personas y que se considera más una casa de acogida que un local de reclusión, aunque se mantiene la privación de libertad.

El inmueble es propiedad de la Iglesia Evangélica y en ella los internos, además de aceptar unas normas de convivencia y respeto, participan en programas terapéuticos. Psicólogos, terapeutas y educadores dirigen estos programas que buscan rehabilitar a las personas que han cometido algún tipo de delito para ayudarles en la reinserción laboral y personal. De momento, José Emilio Suárez Trashorras no ha recibido respuesta a esta reclamación.

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