Joaquín Araújo Naturalista y escritor «Lo más desgarrador y apabullante es el incremento del silencio en la naturaleza»
Es el pionero del ecologismo en España y practica con el ejemplo 'emboscado' en un remoto paraje extremeño. Alerta de que ya no suena ni la cuarta parte del canto de los pájaros y cada vez hay menos insectos. Hablamos con él con motivo del evento Nextspain #EnVerde, que se celebrará en Sevilla el 20 de septiembre.
Domingo, 18 de Septiembre 2022
Tiempo de lectura: 6 min
Al naturalista y escritor Joaquín Araújo (Madrid, 1947) le gusta llevar las cuentas. De los árboles que ha plantado (26.000), de las conferencias que ha dado (2500), de los documentales en los que ha participado (300), de los libros que ha escrito (114)… El último tiene un hermoso título: Somos agua que piensa (Crítica). Y hay que bebérselo en estos tiempos de sequía doblemente arrasadora: de agua y de ideas. Araújo es un pionero del movimiento ecologista en España, pero ante todo es una persona coherente. «Tengo la suerte de que mi vida profesional, mi vida sentimental, mi compromiso moral y mi ideología coinciden». Tuvo un hijo con la mujer a la que ama y que conoció en la Facultad de Filosofía y Letras. A los 28 años emigró a contracorriente, de la ciudad al campo. Y ahí sigue, en la remota comarca de Las Villuercas, en plena serranía cacereña, como un bandolero que asalta las conciencias; viviendo de lo que produce su huerta y pastoreando su rebaño.
XLSemanal. Usted dice que se considera muy afortunado por vivir 'emboscado' en un bosque extremeño. Dicho esto, suele pedir disculpas. ¿Por qué?
Joaquín Araújo. Porque la mayoría de la gente no tiene tanta suerte. Tendría que cambiar mucho el modelo cultural para que la gente considerase que vivir en la naturaleza es lo mejor que te puede pasar. Pero, aunque hubiera una conversión masiva, sería imposible para la mayoría.
XL. Quizá no sean tantos los que lo envidian…
J.A. Puede ser. También hay quien me regaña por exhibir mi experiencia. Me pasó durante la pandemia, que pedía perdón continuamente porque la gente estaba muriendo o encerrada, y yo aquí en medio de la naturaleza gozando de la vida. Pero quizá estimule a otros: si este señor es feliz así, por algo será…
XL. La pandemia fue un toque de atención…
J.A. Fue la oportunidad más desaprovechada de la historia. ¡Qué triste que no nos sirviera para empezar a vivir de otra manera! Pero no escarmentamos.
XL. ¿Escarmentaremos con el cambio climático después de este verano infernal?
J.A. Ojalá porque aún estamos a tiempo, a pesar de que ya lo estamos padeciendo. Yo tengo contacto con muchos científicos, pero les falta algo que a mí me sobra: la vivencia en directo. Soy agricultor y mi huerta me informa día a día de la catástrofe climática. Hay muchas fuentes de información, pero mis fuentes son las fuentes del agua que mana entre las rocas. Mi telediario es el paisaje.
XL. ¿Y cuáles son los titulares de ese informativo?
J.A. Yo soy un especialista en sonidos de la naturaleza. Fui sonidista de más de la mitad de los documentales de El hombre y la Tierra, de Félix Rodríguez de la Fuente. Lo más desgarrador es el apabullante incremento del silencio en la naturaleza. Esta misma mañana he hecho un recuento. Y no suena ni la cuarta parte del canto de los pájaros comparado con una mañana de hace 45 años, cuando empecé a vivir en este bosque.
XL. Impresiona el dato...
J.A. Hay más de cincuenta especies de árboles silvestres cuya floración se ha adelantado, como alcornoques, encinas y labiérnagos. El cambio climático está forzando a la naturaleza a equivocarse. Ella, que siempre hace las cosas en el momento oportuno, está desconcertada. Yo tengo que poner la huerta mes y pico antes que en los años ochenta. Y las cosechas son cada vez menores. Y cada vez hay menos insectos. Antes te pasabas la noche oyendo estridular a los grillos y las ventanas se llenaban de polillas. Ahora, las noches son silenciosas y, a veces, no veo una sola polilla.
«La pandemia fue la oportunidad más desaprovechada de la historia. ¡Qué triste que no nos sirviera para empezar a vivir de otra manera! No escarmentamos»
XL. ¿Qué le sugiere que el agua cotice en Wall Street?
J.A. Eso es la cúspide de la catástrofe. Si el elemento más original del cosmos, el principio vital por excelencia, está sujeto a la especulación financiera, estamos perdidos. El agua tiene que ser pública y gestionada de la manera más democrática posible. Y ahora más que nunca.
XL. Europa está sufriendo la peor sequía en 500 años. ¿Corremos el riesgo de abrir el grifo y que no salga nada?
J.A. Ya está pasando puntualmente. Hay un conato de colapso hídrico en muchos puntos de la Península.
XL. Sin salir de la provincia de Cáceres, ha aparecido un dolmen al que llaman el Stonehenge español y que fue sepultado por las aguas de un pantano allá por los años sesenta…
J.A. En Extremadura tenemos más embalses que nadie, la mayor tasa de agua dulce embalsada de Europa, pero están al 20 por ciento. Y se ha despilfarrado agua durante treinta años. Casi todo lo que se hace en la sociedad industrializada podría hacerse con la mitad del agua. Pero nos hemos cargado hasta los acuíferos, el agua que pertenece a las generaciones venideras.
XL. Los límites de las ciudades son cada vez más difusos. Y en esa interfaz los incendios forestales son cada vez más graves y peligrosos.
J.A. Para mí, el elemento básico de la naturaleza es el árbol. Todo lo que tiene que ver con la pérdida del arbolado es una catástrofe. El gran fracaso de nuestra democracia ha sido su incapacidad para planificar un urbanismo coherente. España ha pecado de un urbanismo descontrolado que, además, ha sido la principal fuente de corrupción. El 95 por ciento de los incendios empieza junto a una carretera o cerca de una urbanización.
«El gran fracaso de nuestra democracia ha sido su incapacidad para planificar un urbanismo coherente»
XL. ¿Faltan medios de extinción?
J.A. Hemos construido muchas infraestructuras de comunicación, pero no tenemos infraestructuras de defensa pasiva del bosque. Faltan medios y brigadas forestales, pero sobre todo faltan cortafuegos y limpieza. Hace 100 años, los incendios eran anecdóticos. Y el fuego, una herramienta agrícola. Se hizo una reforestación con especies inadecuadas y se sembró mucho combustible. El calor de este verano está detrás de esas 250.000 hectáreas quemadas, pero también una política forestal que no es prioritaria. Debería haber una vicepresidencia del Gobierno dedicada al agua. Y un ministerio del árbol.
XL. A pesar de las llamadas a poner en valor la España vacía, parece que está cristalizando cierto recelo entre el mundo rural y el urbano.
J.A. Ya no se puede hablar de cultura rural porque se ha extinguido. El hecho de que producir alimentos pueda ser menospreciado es una contradicción de la ideología de mercado. Es el comprador el que pone los precios, no el productor. Si se pagara lo que es justo en el campo, no habría abandono. Hablaban de una cierta recuperación, del neorruralismo. Pero lo cierto es que la España vacía se sigue vaciando.
«Debería haber una vicepresidencia del Gobierno dedicada al agua. ¡Y un ministerio del árbol!»
XL. ¿Cómo es su día a día?
J.A. Un campesino tiene que hacer de cien a doscientas tareas diarias. Siempre hay faena. ¿Diez mil pasos? Yo hago fácil entre seis y diez kilómetros desde que me levanto hasta que me acuesto. Tengo 74 años, pero me subo a los árboles y puedo estar cavando cinco horas en la huerta. Le hago reverencias a la tierra desde que empecé a trabajarla, pero ahora ya no puedo doblar tanto el espinazo y he empezado a arrodillarme.
XL. Nos arrodillamos ante lo que consideramos sagrado.
J.A. Y también para cosechar los pimientos. Pero sí, es una señal de humildad. He escrito un poema sobre eso…
XL. Dígame, ¿cómo se ha defendido del calor estos meses?
J.A. Vivo a 800 metros de altitud. Y se nota. Me baño en los regatos diez veces al día si hace falta. No tengo aire acondicionado. Pero mi casa es un prodigio de eficiencia energética. Tiene muros de piedra de casi un metro y es como entrar en una cueva. La diferencia con el exterior es de 12 a 14 grados. Pero yo no puedo defender del calor a mis árboles. Estoy viendo que muchos se están secando. Nada te protege de esa angustia. Ver cómo muere lo que amas. Algunos los planté en los años sesenta. Como le decía al principio, me considero una persona muy afortunada, pero también muy desgraciada.
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