Martes, 05 de Septiembre 2017
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En el espacio, nadie puede oír tus gritos», era la frase con la que acababa el tráiler de la película Alien a mediados de los ochenta. Hoy, el espacio, además de un lugar adonde se pierden astronaves, cápsulas y fuselajes y donde miramos todos cuando las cosas aquí abajo se ponen feas, es un ente abstracto que los más ricos del planeta quieren colonizar, visto que este planeta nuestro se les está quedando pequeño. Dieciséis de los hombres más ricos del mundo, incluyendo al escurridizo Elon Musk (el patrón de Tesla, que acaba de plantar a Amber Heard), Jeff Bezos (el fundador de Amazon y creador de la agencia de viajes al espacio Blue Origin), Sheldon Adelson (el magnate de los casinos, seguidor de Trump, que dejó plantados a catalanes y madrileños con vagas promesas que nunca se cumplieron ¡y sobre quien algún día tengo que hacer una película!) y Ricardo Salinas, un billonario banquero mexicano que esponsoriza la red privada de satélites Oneweb, están invirtiendo enormes sumas de dinero en la conquista del espacio. Hasta ahora el más exitoso de estos inversores ha sido Elon Musk con su compañía SpaceX, que es hoy la cuarta empresa privada tecnológica en Estados Unidos. La compañía lanzó su primer vuelo comercial en 2009 y tiene previsto seguir avanzando en vuelos hacia diferentes destinos. Esta compañía hoy vale más de 21 billones de dólares y sigue aumentando su capital con inversiones de todo tipo. Los planes de SpaceX incluyen establecer la primera colonia espacial en Marte y poner diversos satélites en el espacio. Elon Musk ha dicho que aspira a que su compañía ofrezca vuelos a Marte por 200.000 dólares (sólo ida). Ya hay lista de espera. Richard Branson, a través de Virgin Galactic, Bill Gates y Sergey Brin (el cofundador de Google) también están invirtiendo en diferentes empresas que buscan explotar los vuelos al espacio. Otros millonarios, como Yuri Milner, que se ha asociado con Stephen Hawking y Mark Zuckerberg, buscan encontrar vida extraterrestre a través de la empresa SETI (Search for Extraterrestrial Intelligence). De todos estos negocios, confieso que el único que me interesa es el de esa búsqueda de vida inteligente extraterrestre, aunque el hecho de que Mark Zuckerberg haya invertido en él me descorazona bastante. Porque si los extraterrestres ven a Zuckerberg, no me extrañaría que salieran corriendo y no los volviéramos a ver más. Me asusta pensar qué será de nosotros cuando estos tipos que modelan a su antojo todo lo que vemos, compramos, buscamos y sentimos tomen posesión del espacio, ese lugar infinito donde todavía los pobres civiles podemos proyectar sueños y aspiraciones y deseos. No quiero que cada vez que una estrella se caiga del cielo en las noches de agosto aparezca una pantalla que anuncie una compañía aseguradora, una bebida refrescante, un resort en Quatar. No quiero.
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