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¿Es el mundo más ruidoso... o somos más sensibles que nunca?

Aumentan las denuncias por contaminación acústica

¿Es el mundo más ruidoso... o somos más sensibles que nunca?

Vecinos y organizaciones reclaman campañas de sensibilización, igual que con el tabaco o la seguridad vial, mientras se disparan las denuncias por contaminación acústica. Una mirada al pasado y un vistazo al futuro apuntan a que esta vez el debate no responderá al refrán de «mucho ruido y pocas nueces»...

Viernes, 16 de Agosto 2024

Tiempo de lectura: 6 min

La pérdida auditiva por exposición excesiva al ruido es una de las enfermedades irreversibles más frecuentes, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). Para evitarlo, su recomendación es no superar los 45 decibelios por la noche y los 60 decibelios en el exterior durante el día. No obstante, el ruido, además de depender de las normativas municipales, es un concepto subjetivo; no a todo el mundo le molesta lo mismo. Un ejemplo que, si está de vacaciones, entenderá enseguida: las olas del mar llegan a 80 decibelios, pero pueden resultar agradables.

Ya hay proyectos para 'la gestión del paisaje sonoro' y auriculares con selección de ruido. Se reivindica el 'derecho' a controlar los entornos auditivos

Además, la naturaleza u origen del ruido hace que varíe enormemente su percepción. No son lo mismo las olas que el 'chunda-chunda' del chiringuito abierto hasta las tantas de la madrugada junto a tu apartamento.

Hasta la RAE es difusa en la definición del ruido: «Sonido inarticulado, por lo general desagradable». ¿Por lo general? En España, los últimos titulares sobre el ruido los ha generado el nuevo Santiago Bernabéu, una remodelación del estadio de fútbol del Real Madrid en el que ahora se celebran, además de los encuentros deportivos, numerosos conciertos. Si los partidos ya causaban un ruido considerable, el de los conciertos resulta insoportable para los vecinos. La Policía registró hasta 95 decibelios durante la actuación de Taylor Swift en las viviendas de la calle más cercana al estadio. Pero en todo el mundo se producen continuamente denuncias por ruido excesivo o, para ser más precisos, por contaminación acústica. Y no solo en las grandes ciudades. Hasta campanarios centenarios de la Toscana se han visto obligados a silenciar sus campanas para cumplir con la ordenación.

¿Estamos exagerando? «La contaminación acústica vulnera derechos fundamentales», asegura la asociación Juristas Contra el Ruido, que aclara, además, que las víctimas del ruido suelen arrastrar al menos dos años de sufrimiento antes de pedir ayuda legal. «El ruido es un enemigo, un veneno invisible», aseguran. Por eso reclaman campañas de sensibilización, igual que con el tabaco o la seguridad vial.

Lo cierto es que la contaminación acústica se relaciona con problemas cardiovasculares, insomnio, ansiedad, depresión, demencia e ictus. El ruido provoca respuestas típicas del estrés. La adrenalina aumenta y el organismo comienza a liberar cortisol. Afecta al sueño, lo que hace que la frecuencia cardiaca se eleve, y hay una serie de enfermedades crónicas asociadas a eso. Un estudio sobre el ruido y la salud infantil, publicado en la revista médica The Lancet en 2005, se llevó a cabo en escuelas expuestas a altos niveles de ruido de los aviones y del tráfico rodado, y concluyó que perjudica el desarrollo cognitivo y, en particular, la capacidad de lectura. Un aumento de 5 decibelios en el ruido de los aviones en la escuela se asoció con un retraso de uno a dos meses en la edad de lectura.

El ruido ha sido un tema de debate desde hace décadas. En 1935, el Museo de Ciencias de Londres organizó ya una exposición sobre ello, con una serie de objetos peculiares que cancelaban el ruido: máquinas de escribir silenciadas, topes de puertas automáticos, suelos para amortiguar los pasos... La exposición tuvo mucho éxito y atrajo a más de 44.000 visitantes en un mes.

Ni más ni menos ruidosos que hace un siglo

El sonido de Gran Bretaña en aquella época era muy distinto, como demuestra el archivo sonoro de la Biblioteca Británica, una extraordinaria colección de más de seis millones de grabaciones. Los audios muestran lo ruidosas que eran las calles también a principios de ese siglo, aunque de un modo diferente al actual: estaban llenas de sonidos de máquinas de vapor y vendedores ambulantes que gritaban a los transeúntes. También había más fábricas, en contraste con los edificios de oficinas de hoy. John Drever, profesor de Ecología Acústica en Goldsmiths, Universidad de Londres, sostiene en The Times que hoy el país suena igual de ruidoso, pero más ordenado. Un descubrimiento sorprendente se produjo al medir el ruido en dos lugares muy concurridos de Londres –Leicester Square y Beauchamp Place, cerca de Harrods– cada año desde 1928. «Entonces no había más ruido ni más silencio –dice Drever–. Pero hoy los diésel, algunos de los vehículos más ruidosos, casi han desaparecido. En aquel entonces, todo eran bocinas, pitidos y caos». En el futuro, los ruidos de la calle serán aún menos caóticos, ya que los coches de gasolina serán reemplazados por los eléctricos, más silenciosos. Y, sin embargo, el ruido parece molestar a la gente más hoy que hace décadas: como señala Drever, aunque los aviones son más silenciosos, las quejas sobre ellos han aumentado.

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Inteligencia auditiva.

Usando algoritmos de aprendizaje profundo, los nuevos auriculares pueden cancelar determinados sonidos y no todo el ruido ambiente. Por ejemplo, puedo bloquear sonidos específicos como sirenas, ladridos, llantos de bebé... aquellos que resulten más molestos al usuario. El sistema permite programar, por ejemplo, que los cascos eviten el ruido de una aspiradora pero, al mismo tiempo, permitan escuchar si alguien llama a la puerta.

¿Somos más sensibles? Sin duda estamos más concienciados. Nos molesta más el incivismo que el ruido. Se denuncia por los bares, terrazas y discotecas que incumplen la normativa y no respetan el descanso de los ciudadanos, pero en igual o mayor medida se denuncian los ruidos desconsiderados de los vecinos: televisores y música alta, taconeo o arrastre de muebles.

Una muestra de este tipo de concienciación ante el ruido –y al mismo tiempo una solución potencial– son los proyectos de The Noise Abatement Society en Londres para «la gestión del paisaje sonoro». Su proyecto de «sonido ambiental» en West Street en Brighton, una popular área de vida nocturna, consistía en emitir en el vecindario un tipo de música especialmente compuesta para las noches más concurridas de la zona. No afectó al volumen del sonido de los bares y clubes, que se oía de fondo, pero enmascaró los sonidos. Como resultado, se redujeron las quejas por ruido.

Y, al mismo tiempo que el sonido nos altera más que nunca, resulta que nos estamos quedando sordos... Varios estudios de organizaciones de salud auditiva apuntan a que el 70 por ciento de las personas tiene dificultades para escuchar conversaciones en lugares ruidosos; es decir, la incapacidad de concentrarse en un estímulo en particular (como el habla) mientras se filtran otros estímulos (como el ruido de fondo). En la Universidad de Washington en Seattle, Shyam Gollakota –director del Laboratorio de Inteligencia Móvil– está trabajando en la próxima generación de tecnología que se centra en la selección de ruido, en lugar de en la cancelación de ruido. La mayoría de los auriculares con cancelación de ruido bloquea, total o parcialmente, todos los sonidos, incluidos aquellos que queremos escuchar. Los que seleccionan el ruido permiten al usuario sintonizar los sonidos que quiere escuchar y utilizar tecnología basada en inteligencia artificial para ignorar el resto. Gollakota cree que esa tecnología estará disponible el año que viene. Es un nicho de negocio. En 2021, el mercado mundial de auriculares con cancelación de ruido (todavía sin una inteligencia artificial selectiva) generó 13.100 millones de dólares. Se estima que triplicará esa cifra para 2031.

Más allá de eliminar los ruidos molestos, la tecnología promete regular los entornos auditivos 'a título individual' y garantizar así nuestro 'derecho' de controlarlos. Y de nuevo surge la duda sobre la cara oscura de las nuevas tecnologías: ¿no contribuirá a aislarnos aún más?