Físicos y matemáticos contra la banca Cálculos, rotaciones, patrones, ordenadores en el zapato... Alarma en los casinos: así actúa la banda croata que reventó la ruleta del Ritz
Sale a la luz cómo opera la banda croata que desplumó al Casino del Hotel Ritz de Londres embolsándose más de un millón de libras. A lo largo de la historia, muchos físicos y matemáticos han tratado de reventar la ruleta, sin éxito. Los pocos que la han vencido ya son leyenda.
Hay una guerra secreta en el mundo del juego de la que apenas se tienen noticias. La libran, desde hace décadas, casinos contra científicos; y se dirime en dos campos de batalla, la ruleta, donde combaten los físicos, y el blackjack, donde luchan los matemáticos. Es una guerra perdida para la ciencia. Porque los casinos explotan una ventaja implacable: las reglas de la probabilidad, que en los grandes números se cumplen irremisiblemente y que imponen que, a la larga, la casa siempre gane, por mucho que alguien pueda tener una buena racha.
Muy de vez en cuando, sin embargo, los casinos pierden alguna batalla; un jugador es capaz de anular la ventaja de la que gozan y de vencerlos sistemáticamente. Ese jugador entrará en la leyenda. Para su desgracia, también entra automáticamente en la lista negra de los casinos, que le prohíben el acceso y se aseguran de poner al día todo su arsenal de tretas para que ningún imitador vuelva a repetirlas.
La última de estas batallas silenciosas la desvela ahora el periodista Kit Chellel en Bloomberg Businessweek, que le sigue el rastro a una banda de jugadores balcánicos que vencieron a la ruleta del casino del hotel Ritz en Londres allá por 2004 en varias jornadas memorables, haciéndose con un botín de más de un millón de libras.
Se trataba de un trío formado por un croata, un serbio y una mujer húngara que actuaban coordinados. Después de que el crupier lanzara la bola, esperaban seis o siete segundos a que esta perdiera velocidad y, justo antes de que se cerraran las apuestas, colocaban sus fichas sobre el tapete. No acertaron el número correcto en cada giro, pero sí las veces suficientes como para acabar multiplicando por diez el dinero que habían cambiado en fichas. El personal de seguridad sospechó que la pausa antes de apostar les daba tiempo suficiente para cronometrar las rotaciones de la bola en la ruleta y quizá enviarle la información a un ordenador con el fin de obtener un pronóstico. Se avisó a la Policía, que registró e interrogó a los miembros de la banda, pero no se encontró ninguna prueba de que hicieran trampas.
Cualquier mínimo defecto de la ruleta convierte la trayectoria de la bola en un patrón. Esa brizna de previsibilidad puede desbaratar la ventaja del casino
Y, aunque hubieran llevado algo encima, ¿cuál era el crimen? Nevada había prohibido el uso de dispositivos electrónicos en los casinos de Las Vegas en la década de 1980, pero no el Reino Unido, cuya legislación sobre apuestas databa del siglo XIX y se creó para evitar que los nobles despilfarrasen la fortuna familiar. A pesar de sus reticencias, el casino pagó a los jugadores, pero tomó nota. Avisó al resto de los casinos para que vetasen la entrada a los balcánicos, que terminaron jugando en Kazajistán y Kenia porque en Occidente eran non gratos.
La importancia del número cero
¿Pero cuál era el método? Antes de revelarlo, vale la pena hacer un poco de historia. La ruleta la inventó un físico, y no precisamente para jugar… Fue Blaise Pascal, allá por 1645, y quería construir una máquina de movimiento perpetuo. No lo consiguió porque el rozamiento termina frenando la bola, pero ideó un artefacto aleatorio que le sirvió para experimentar con la probabilidad. Tenía 36 casillas, del 1 al 36. Y con él se pudo comprobar que en largas secuencias de tiradas todos los números tienen la misma posibilidad de salir.
Era una máquina irreprochablemente justa y si los casinos la hubieran adoptado tal cual no le habrían sacado partido. Pero casi dos siglos más tarde, en 1843, los hermanos Branc pusieron a disposición del Casino de Montecarlo una versión de la máquina de Pascal que incluía el número cero. Es la ruleta francesa. En caso de salir, la banca se embolsa las apuestas realizadas a rojo/negro, par/impar y pasa/falta, al no entrar el cero en ninguna de estas categorías. Más tarde, los casinos de Atlantic City incluyeron también el doble cero en la ruleta americana.
Parecen cambios menores, pero el cero y el doble cero le dan a la banca una ventaja decisiva del 2,7 por ciento en la ruleta francesa y del 5,26 por ciento en la americana. Esto significa que el casino espera ganar 27.000 euros por cada millón jugado en una mesa en Europa; o bien 52.600 dólares en Estados Unidos.
Aun así, los jugadores han ideado sistemas matemáticos para vencer a la ruleta, algunos tan ingenuos como la famosa martingala. Por ejemplo, apuestas a rojo; si pierdes, doblas la apuesta; si vuelves a perder, la vuelves a doblar, y así hasta que ganas y, en teoría, te resarces. Pero si juegas un número suficiente de veces te arruinarás. A los propietarios de casinos les encantan estas estrategias porque no funcionan.
El padre de la informática juega a las cartas
Las matemáticas, pues, no sirven, aunque sí pueden ser de utilidad en el blackjack, un juego de cartas que se juega con una o más barajas y que consiste en sumar un valor lo más próximo a 21 sin pasarse. La probabilidad, que es fija en la ruleta, en el blackjack es variable y depende del número de cartas que quedan en el mazo. En 1963, un matemático de IBM, Edward Thorp, publicó un libro con su estrategia para contar cartas. En esencia, consiste en llevar el cómputo de las cartas altas y bajas que quedan por salir para elegir el momento en el que aumentar la apuesta.
Pero los casinos no se quedaron de brazos cruzados. Si un jugador no bebe alcohol y se lo ve muy concentrado, las cámaras se centrarán en él para comprobar si cuenta cartas. Y, si el personal cree que lo hace, el jefe de sala ordenará al crupier que meta más barajas en el mazo, que cambie de mazo con más frecuencia o se lo invitará a charlar con los de seguridad en un lugar discreto.
La ruleta la inventó un físico. Quería crear una máquina de movimiento perpetuo. Dos siglos después, el casino de Montecarlo le añadió un cero... y empezó el «hagan juego»
Thorp decidió entonces aliarse con un físico del Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT), nada menos que con Claude Shannon, el padre de la informática, para dedicar sus esfuerzos a la ruleta. En una ruleta perfecta, la bola siempre cae de forma aleatoria. Pero cualquier mínimo defecto puede convertirse en un patrón. Una ligerísima inclinación puede propiciar lo que se conoce como 'una zona de caída'. Por ejemplo, un bachecito que obligue a la bola a subir una pendiente, se desacelere y caiga en el mismo lugar, o muy cerca, con más frecuencia de la que debería. Algo similar puede ocurrir con el equipo desgastado por el uso repetido. Esa brizna de previsibilidad puede ser suficiente para desbaratar la ventaja del casino.
La imperfección de las ruletas ya la explotaron en los años cuarenta dos estudiantes de la Universidad de Chicago, Albert Hibbs y Roy Walford, que decidieron tomarse un año sabático para estudiar las mesas de los casinos de Reno; durante días anotaban los números que iban saliendo para descubrir las ruletas donde algunos se repetían más de la cuenta. Les funcionó y con las ganancias se compraron un yate. Hibbs, más tarde, acabaría trabajando en el programa espacial de la NASA. Pero, veinte años después, los casinos habían mejorado la construcción de las ruletas, así que Thorp y Shannon intentaron el más difícil todavía: hallar un algoritmo para vencerlas y diseñar una computadora en la que implementarlo.
Y es que, para la física teórica, la ruleta debería ser un juego predecible. Si se conocen las condiciones iniciales y las fuerzas involucradas, una vez que el crupier hace girar la ruleta y pone en movimiento la bola, la casilla en la que cae debería poder calcularse. En la práctica, sin embargo, cualquier variación en la trayectoria, la velocidad... altera de tal modo el resultado que Stephen Hawking exclamó: «Si fuera posible predecir dónde caerá la bola, los físicos serían millonarios». Además, las ruletas se mueven con un sistema de doble órbita.
Las nuevas ruletas tienen casillas menos profundas y separadores más bajos para potenciar trayectorias caóticas
En la primera, la desaceleración de la bola es constante y se puede calcular; pero, una vez que pierde velocidad y cae al segundo anillo, comienza a rebotar en los listones metálicos que dividen las casillas numeradas, saltando como una palomita de maíz y complicando cualquier predicción incluso para una supercomputadora moderna. Thorp y Shannon diseñaron el primer ordenador portátil, del tamaño de una caja de cerillas, aunque muy básico. Y lo conectaron a un cronómetro que Thorp escondió dentro de uno de sus zapatos y que activaba a base de dar taconazos. En el laboratorio funcionaba; en el casino, los cables se cortocircuitaban con el calor y el humo de la sala y el sudor de los nervios de Thorp, provocándole calambrazos. No obstante, podía enviar lecturas de velocidad mediante un emisor de radio a su cómplice, que las introducía en el ordenador y le susurraba el pronóstico en los auriculares. En 1966, sin embargo, arrojaron la toalla. Iban camino de la bancarrota.
Cronometrar mentalmente
Algo similar le pasó a Doyne Farmer, por entonces estudiante de Astrofísica de la Universidad de California y hoy profesor de Oxford. Farmer soñaba con crear una comuna de inventores financiada con las ganancias del juego. Su dispositivo usaba un timbre oculto que le decía al usuario en cuál de las ocho secciones u octantes probablemente caería la bola. También lo metieron en un zapato, como sus antecesores, y también se sobrecalentaba. Los socios desperdiciaron varios años y miles de dólares antes de abandonar el proyecto, a principios de los años ochenta.
En los noventa llegó el turno del clan español de los Pelayo, un grupo liderado por el productor musical Gonzalo García Pelayo, que recuperó el viejo sistema de anotar los números para detectar patrones hasta que fueron proscritos en las casas de juego. Y, a principios de siglo, la mencionada banda de los Balcanes. El serbio fue asesinado por la mafia, a la mujer se le perdió la pista, pero el croata vive en Dubrovnik. Preguntado por su método, aseguró que no utilizaba ayuda tecnológica. Una vez que la bola aminoraba su marcha, calculaba dónde caería a base de práctica, cronometrando mentalmente. Dijese o no la verdad, sus andanzas tuvieron consecuencias.
Se creó una comisión para estudiar el caso y, desde entonces, la industria del juego incorporó sensores láser e inclinómetros a las mesas. Las nuevas ruletas tienen casillas menos profundas y separadores metálicos más bajos para potenciar trayectorias más caóticas. Hay otra manera de que los casinos puedan combatir las predicciones: que el crupier diga «no va más» antes de poner la bola en movimiento, pero reducirían sus ganancias al limitar la cantidad de apuestas y disuadiría a los jugadores. Además, ya usan a la inteligencia artificial en las cámaras de vigilancia, de la que los casinos de Macao (China) fueron pioneros, para identificar a los que quieran pasarse de listos.
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