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Es cierto que, con los años, casi todo el mundo termina reconciliándose con el nombre que le pusieron sus padres e incluso defendiéndolo. Hasta da la sensación de que se te pone cara del nombre que llevas y de que ningún otro te sentaría igual... ... Es un fenómeno que podríamos llamar resignación, pero se trata más bien de identificación: lo hacemos nuestro.
Y eso que, posiblemente, la elección que hicieron nuestros progenitores no nos entusiasme. En todo caso, se disculpa, porque es de suponer que intentaron acertar. Aunque, a veces, no dedicaron mucho tiempo a ello y recurrieron a las dos fuentes tradicionales: el santo del día y los 'nombres de la familia'. La primera opción es una lotería arriesgada y la segunda, un lío... Por ejemplo, hay que recurrir a diminutivos para distinguir al menor del mayor. No es práctico.
Por eso, ahora los padres y madres han ido abandonando estas fuentes clásicas y buscan la inspiración en otros sitios, sobre todo en las webs de nombres, que proliferan como setas y ofrecen un amplio catálogo: por sexos (también están en auge los nombres 'unisex'), por orden alfabético, por país de origen, por su longitud (hay auténticos fans de los nombres cortos), por sus raíces bíblicas o mitológicas... Es decir, que, si ya tenemos alguna idea en la cabeza, estas webs nos hacen una selección para que rebusquemos entre las opciones existentes. Aunque, tras mucho investigar, es habitual que los padres y madres terminen decantándose por los nombres más sencillos y tradicionales, como puede verse año tras año en la lista de los más frecuentes, recogida por el Instituto Nacional de Estadística, donde el ranking de los diez más usados en niñas es Lucía, Martina, Sofía, María, Valeria,Julia, Paula, Emma,Daniela y Carla. Y, en niños, Martin, Hugo, Mateo,Leo, Lucas, Manuel, Daniel, Alejandro, Pablo y Enzo.
Están de moda. Y las modas pueden marcar, y mucho, la elección. Y esto no es nuevo. Robert Faure, un auténtico erudito en el tema y autor del 'Diccionario de nombres propios' (Espasa), explica que ya en la Edad Media «los nombres se ponían de moda por ser de santos muy venerados, caballeros, héroes, reyes y otros personajes famosos; por ejemplo, el nombre de Rodrigo se puso de moda en el siglo XII por el Cantar de Mío Cid, que relataba las hazañas de Rodrigo Díaz de Vivar». En el siglo XVI ocurrió lo mismo con los Carlos, por el emperador Carlos V, y en los 70 proliferaron en España los Juan Carlos, por el actual rey emérito. ¿Y hoy en día? Pues seguimos tirando de 'famosos' «Ahora se popularizan por actores, cantantes o deportistas», sentencia. Según Faure, las modas son tan determinantes a la hora de escoger nombre que nos permiten fechar, con bastante exactitud, la década de nacimiento del portador. «Raquel se popularizó en España en los 60 y 70 por la actriz Raquel Welch, las Tamara se extendieron en los 80 por la hija de Isabel Preysler, y las Vanessa por la de Manolo Escobar. Y también podemos estar casi seguros de que, en España las Jessica, las Jennifer, los Kevin o los Christian nacieron en los 80», repasa el experto, que anima a los padres y madres a valorar estas cuestiones antes de pasarse por el registro civil.
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«Se corre el peligro de tener demasiados tocayos», señala Faure, quien indica que incluso nombres que sonaban «a mayor» se han recuperado y puesto de moda por la 'intervención' de algún famoso. «Pasa con las Martinas, por ejemplo. La actriz Martina Cariddi, conocida por su papel de Mencía Blanco en la serie de Netflix 'Élite', o la actriz y presentadora de televisión Martina Klein, o la ex tenista Martina Navratilova puede estar detrás del fenómeno», enumera.
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Para Faure, los nombres extranjeros son, «indudablemente», el resultado de una moda pasajera, «como los Kevin, Joshua, Jessica, Enzo...». Por eso, conviene pensar a largo plazo y valorar si en otras épocas y en todas las edades sonarán bien. Además, Faure añade el 'problema' de nombres empleados en su forma y pronunciación extranjeras. «¿Por qué escribir Elisabeth o Elizabeth, acentuando la i cuando, en castellano se dice y escribe Elisabet?», se pregunta.
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«La originalidad del nombre se busca a veces en cambiar la ortografía para darle un aspecto más 'extranjerizante', por ejemplo, Sylvia con 'y'», apunta. Para colmo, a veces se va contra la ortodoxia etimológica.
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Según Faure, hay progenitores que, conscientemente o no, acaban incurriendo en cacofonías, rimas, aliteraciones o incluso binomios chistosos (como Pere Gil) en la combinación del nombre con su apellido. «Cuidado con estas cosas, que al niño o niña le pueden valer burlas en el colegio y más tarde en todos los ámbitos», advierte.
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