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'Saben aquel que diu…' ¿por qué unos chistes nos hacen gracia y otros no?Escucha la noticia
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Los chistes del fallecido y venerado humorista Eugenio empezaban siempre igual, con el ya mítico '¿saben aquel que diu?'. A esta frase le seguía normalmente ... una ocurrencia sin grandes pretensiones, pero contada de una manera muy particular que hacía estallar al público en carcajadas. «¿Saben aquel que diu que había un hombre tan feo, pero tan feo, que cuando nació el que lloró fue el médico?». En su caso, no hacía falta más. Un pequeño giro de guión y las risas estaban aseguradas.
El humor es, en realidad, un asunto muy serio... «y complejo porque es difícil de definir», puntualiza Anaïs Roux, psicóloga y autora del libro 'Neurosapiens' (Ed. Espasa). Además, un chiste puede hacerle mucha gracia a una persona y a otra directamente espantarle o incluso pasarle desapercibido porque ni siquiera pilla la gracia –¡y la vergüenza que se pasa cuando haces una broma y nadie se ríe!–. Al margen de nuestros gustos personales en cuanto al humor, lo cierto es que el cerebro adora la risa y no cabe duda de que los chistes –algunos más que otros, también es cierto– son una fuente inagotable de carcajadas.
La cuestión es por qué nos hacen tanta gracia. ¿Qué tienen de particular para que personas que no tienen nada que ver entre sí se partan de risa con la misma broma? «Porque el desenlace suele ser algo inesperado y además está cargado de una serie de emociones placenteras que llegan como recompensa al esfuerzo extra de comprensión que hemos tenido que hacer para pillar el chiste. Encajamos unas piezas que a primera vista parecen desordenadas y, ¡boom!, se desata la carcajada», explica María Vergara, profesora del Departamento de Psicología Evolutiva y de la Educación de la Universidad de Valencia.
«Cuando escuchamos un chiste –ahonda Anaïs Roux– detectamos una incongruencia entre las expectativas generadas al inicio de la historia que nos cuentan y el resultado. Si el final coincide con las expectativas del cerebro, la gracia probablemente no nos hará reir porque no nos sorprende ('¿cómo se llaman los habitantes de Huelva? Onubenses', pues no tiene gracia porque era lo esperado). Pero si las expectativas se frustran, nuestra mente pensará: '¡eso es inteligente!, ¡qué gracioso!' y se desencadenará la risa ('¿cómo se llaman los habitantes de Huelva? ¿Todos?', eso ya es otra cosa). En resumen, el humor sería el resultado de una disonancia entre la anticipación y un final inesperado».
Eso sí, esa desavenencia debe ocurrir en el momento adecuado. «El tiempo en un chiste es primordial. Es necesario dar tiempo para que el interlocutor piense en una dirección, que construya sus expectativas y entonces provocar esa disonancia», argumentan las expertas. Por eso también hay gente que tiene más éxito que otra al contar los chistes. La broma es la misma, pero fallan los tiempos.
Porque la comprensión de muchos chistes se basa precisamente en resolver una aparente falta de coherencia entre dos premisas que no parecen tener relación. Por ejemplo, si te pregunto ¿qué tienen en común una bruja y un fin de semana? Y la respuesta es 'que los dos se van volando' nos hace gracia no solo porque el final nos resulta inesperado, que también, sino porque encontramos una característica común entre dos conceptos que en principio no habíamos relacionado. «Nuestro cerebro se deleita ante este tipo de ejercicios cognitivos. Y su resolución desencadena en nuestra mente una reacción emocional placentera», resuelve Marta Vergara.
Un experimento llevado a cabo por el neurocientífico y comediante Ori Amir demostró que cuando una persona se sorprende por un chiste, las áreas del circuito de recompensa del cerebro reciben un chute de dopamina –la hormona de la felicidad–, lo que sugiere que esa disonancia entre las expectativas y el resultado da lugar a una sensación de relajación y bienestar. «De hecho, la risa ayuda a mejorar nuestro estado de ánimo y a promover sensaciones positivas al activar las vías neuronales de emociones como la alegría. Además, reirnos también puede actuar como antidepresivo y reducir el estrés, puesto que promueve la producción de serotonima –un neurotransmisor que mejora el estado de ánimo– y limita la de cortisol, la hormona del estrés», señala la autora de 'Neurosapiens'.
La respuesta es no. Nuestro cerebro procesa dos tipos de sensaciones: las que nos vienen del exterior y las que nos llegan de nosotros mismos. «Y para dominar todos esos estímulos, debe tomar una decisión. ¿Qué hace? Pues opta por considerar prioritarios los estímulos que nos llegan de fuera, por ejemplo, cuando una persona nos toca. Como estos estímulos son inesperados, requieren de toda nuestra atención porque pueden ser peligrosos –o beneficiosos– para nuestra propia supervivencia. Por el contrario, si los autogeneramos no tienen importancia desde el punto de vista de la supervivencia. Es decir, si queremso hacernos cosquillas, tanto la intención como el gesto parten del cerebro, que saben exactamente lo que va a ocurrir y, por tanto, no hay sorpresa», explica Anaïs Roux.
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