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Las peleas entre hermanos son un clásico en cualquier familia. Ni siquiera hace falta un motivo de peso para que se inicie una batalla campal ... en mitad del pasillo, en un centro comercial o en plena calle. El caso es liarla. Da igual si la bronca empieza por el mando de la tele, por entrar el primero en la ducha, por una sudadera que los dos se quieren poner o por tener exactamente la misma cantidad de zumo en el desayuno... Pues resulta que todos estos enfrentamientos que hemos tenido con nuestros hermanos –y que ahora tienen nuestros hijos, aunque estas peleas ya no nos hacen tanta gracia– ayudan a forjar nuestro carácter y nos convierten en personas más sociables.
Al menos esa es la conclusión a la que ha llegado un estudio realizado por la Universidad de Cambridge, que sugiere que crecer con hermanos y discutir (ojo, no pegarse) hasta por quién se come el último yogur de la nevera o en qué sitio del sofá se sientan no solo mejora significativamente nuestras habilidades sociales sino que además nos hace más competentes y empáticos a la hora de interactuar con los demás. Así que ya sabes, cuando no puedas más porque tus hijos no paran de pelearse por absolutamente cualquier cosa, no te desesperes y piensa que están entrenando para ser personas funcionales en su vida adulta.
«Pese a que las discusiones infantiles pueden llegar a crear un clima familiar incómodo, tienen su utilidad porque permiten a los niños identificar qué es lo que les enfada, aprenden a poner límites y también desarrollan estrategias de gestión de problemas, entre otras cosas», añade Alejandro Cano, profesor en el Grado de Logopedia y Psicología en la Universidad Internacional de Valencia. De hecho, el estudio liderado por Claire Hughes –que ha seguido a un grupo de niños desde los dos años hasta la preadolescencia– destaca que los críos que crecieron con hermanos mostraban una mayor capacidad para comprender las emociones ajenas, resolver conflictos y adaptarse a los diferentes contextos en los que se movían.
Según señala la investigación, tener uno o varios hermanos te expone constantemente a situaciones en las que «debes aprender a gestionar y regular tus emociones, a ponerte en el lugar del otro y a maquinar estrategias para resolver los conflictos» antes de que la sangre llegue al río o la pelea se alargue demasiado en el tiempo. Porque una cosa es enfadarte un rato con tu hermano y otra que no te hable en una semana. ¿Solución? No te queda otra que llegar a un acuerdo amistoso si quieres que te vuelva a prestar su ropa o juegue contigo. Y es precisamente por estar expuestos a este tipo de situaciones a diario –aprender a ceder, a negociar, a entender las necesidades del otro...– que los niños que se crían con hermanos «aprenden a gestionar mejor las dificultades que se les pueden presentar en la vida adulta», aclara Alejandro Cano.
Pero no se quedan ahí los beneficios. La investigación también revela que las peleas fraternales «ayudan a integrarse mejor en los diferentes grupos sociales, a formar relaciones de amistad más sólidas e incluso a gestionar con mayor éxito el estrés tanto en la adolescencia como en la edad adulta». Ahora bien, esto no quiere decir que los hijos únicos no puedan desarrollar este tipo de habilidades. Lo pueden hacer con primos, amigos... Lo importante en este caso es experimentar relaciones en las que nos expongamos a menudo a dinámicas de conflicto y reconciliación.
El rol de los padres, ¿deben intervenir?
Mantén la calma: «Es importante que los padres actúen como modelo para sus hijos, así que mantener una actitud calmada ayudará a los críos a rebajar la tensión», aconseja Alejandro Cano, experto en educación emocional.
Dales tiempo: «Al igual que los adultos, los niños necesitan unos minutos para que la parte emocional se calme y la racional se ponga al mando de la situación».
No te posiciones: «No tomes partido por ninguno de los hijos».
Valida sus emociones: «Acepta sus emociones sin juicios. Deja que las identifiquen y entiendan qué emoción están sintiendo en ese momento para que posteriormente puedan regularla».
Fomenta la empatía: «Es bueno que se pongan en el lugar del otro. '¿Cómo crees que se se siente ahora tu hermano?'».
Comunicación asertiva: «Los momentos de conflicto son claves para determinar qué es lo que no está funcionando en la relación y se debe expresar lo que ocurre sin faltar al respeto. Ahora bien, si la discusión es violenta, los padres deben intervenir directamente».
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