«Vi un reportaje en Youtube y me dije: eso tengo que hacerlo yo»
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Han Jingyu y Cho Hyoung Jin 28 y 32 años, de Corea del Sur. El Camino de Santiago atrae a miles de ciudadanos del país asiatico en busca de nuevas experienciasPasan quince minutos del mediodía. El cielo parece pintado por un niño, con sus mínimas nubecitas blancas y un refulgente sol amarillo. Algunos peregrinos están a la sombra, en la terraza de una cafetería, almorzando unos imponentes huevos con chorizo. Visten bermudas y chancletas, con ... los deditos de los pies felizmente al aire. Otros están llegando en este momento al albergue asfixiados por el calor, con las camisetas empapadas, casi boqueando. Santo Domingo de la Calzada es una ilustre parada en el Camino de Santiago, con una hermosa catedral y muchos palacios de mérito, pero estos caminantes no se fijan en nada. Solo quieren sentarse, descalzarse, darse una ducha, cambiarse, beber algo.
Han Jingyu y Cho Hyoung Jin están hablando en inglés con el hospitalero. Sus mochilas reposan junto a unos sillones de cuero negro. El zaguán del albergue es un ir y venir de peregrinos. Todos se saludan como viejos conocidos. Quizá hayan andado juntos unos kilómetros o tal vez hayan coincidido en otro albergue, en otra etapa, en otra ciudad. El Camino propicia amistades fugaces y conversaciones efímeras, alimentadas por el anonimato esencial del caminante, que por unos días se apea de su condición social para convertirse únicamente en un tipo que va andando hacia Compostela.
Han y Cho salieron de Nájera a las seis de la mañana, con la fresca del amanecer, y acaban de llegar a Santo Domingo. Ha sido una etapa exigente por el calor, pero de buenos caminos y orografía suave. Ellos no se han dado cuenta –no tienen el cuerpo para poesías–, pero acaban de cruzar una frontera. Sin aduanas ni pasaportes, sin rayas en los mapas, pero visible a nada que se mire con curiosidad el paisaje. A medida que uno se acerca a Santo Domingo, los viñedos, verdes y pujantes, se han ido convirtiendo en fincas de cereal, que a estas alturas del año están como recién peinadas. Las llanuras cenicientas de Castilla se adivinan ya en el horizonte.
Han Jingyu tiene 28 años y es natural de Seúl. Su compañero y compatriota Cho Hyoung Jin es algo mayor y procede de Suwon, una ciudad vecina. Son actores de teatro. «Hacemos drama. Autores de nuestro país y Shakespeare», puntualizan. No es raro encontrarse con peregrinos coreanos en el Camino. «Solo en este albergue creo que estamos once o doce», sonríe Han. La popularidad de la ruta jacobea en el país asiático prendió como una cerilla en la hojarasca en el año 2006 cuando una escritora, Kim Nam Hee, publicó un libro, 'El viaje de una mujer sola', con sus experiencias en el Camino. Luego, ella misma protagonizó un reality televisivo con otros cuatro peregrinos en viaje hacia Santiago. Más tarde llegaron otros libros, otros autores e incluso un célebre grupo musical de K-Pop, G.O.D., se grabó haciendo la ruta jacobea. En 2019, justo antes de la pandemia, más de 5.000 peregrinos coreanos acabaron sellando la compostela.
Han Jingyu no leyó el libro de su compatriota. Él descubrió el Camino viendo un reportaje en Youtube. «Me quedé impresionado. Me pareció que había tanta paz, tanta amistad, que aquello tenía que ser muy divertido. Pensé: 'eso tengo que hacerlo yo'. Quiero ir a España, quiero ir a Santiago», relata. Esta es la segunda vez que Han coge la concha jacobea, pero ahora ha convencido a su amigo Cho para que lo acompañe. Sentado a su lado en los butacones de cuero del vestíbulo, Cho Hyoung Jin, el peregrino primerizo, responde con gesto cansado: «Estoy muy contento, pero esto es más difícil de lo que me imaginaba, sobre todo cuando toca subir alguna cuesta», resopla.
Ambos han dejado sus botas a la entrada del albergue, en un armario comunitario. Una caminante rubia, probablemente nórdica, se ríe de ellos al ver cómo posan para las fotografías. «Para mí lo mejor del Camino es la gente –reconoce Han–. No solo la gente que te encuentras cuando vas andando, de cualquier nacionalidad, sino también los que están aquí, los españoles. Son muy amables, siempre están deseando ayudarte. Nos indican por dónde ir, nos enseñan cosas de cada sitio... Son maravillosos». Cho, que habla un inglés mucho más esquemático que el de su compañero, se limita a asentir con aire risueño.
Han llegó a Santiago hace unos años. Le pareció una ciudad bellísima, «con una iglesia fantástica y un ambiente formidable», y aún le quedaron ganas para seguir hasta Finisterre y contemplar el océano. Sin embargo, en la memoria se le ha quedado clavado un lugar cuyo nombre ha olvidado. En cierto modo, ese sitio –ni siquiera recuerda en qué región– es el culpable de que hoy haya vuelto al Camino. «Era un pueblecito en lo alto de una colina. Estábamos en el albergue. El hospitalero nos pidió encarecidamente que nos levantásemos y le acompañásemos a ver la puesta de sol. Era fantástica, maravillosa. Fue un instante mágico. Entonces supe que, costase lo que costase, quería regresar».
Han y Cho no tienen prisa. No han echado cuentas ni han marcado en sus agendas el día en el que llegarán a Santiago. Hoy están en Santo Domingo de la Calzada, mañana tal vez en Belorado, pasado quién sabe. «Día a día decidimos lo que queremos hacer. Si estamos muy cansados o tenemos mal los pies, nos quedamos un tiempo más en el albergue para descansar. Lo vamos viendo». Decía Kim Nan Hee, la escritora, que muchos jóvenes coreanos buscan el Camino para huir de una sociedad atosigante y extremadamente competitiva. Han Jingyu y Cho Hyoung Jin apuntan algo parecido cuando hablan de paz y de amistad. Pero también disfrutan de otros placeres menos espirituales: «Hoy hemos llegado muy cansados, con los pies hechos polvo. Pero una buena ducha, una cerveza grande, una copa de vino o un calimocho... ¡Eso sí que hace milagros!».
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