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Que la mente no te la juegue: los sesgos cognitivos que tienes que conocer si vas a invertirIratxe Bernal
Jueves, 2 de enero 2025, 00:23
Nuestro cerebro es maravilloso pero a veces vaguea. Toma atajos para, parece mentira, evitar pensar. Esas sendas son los sesgos cognitivos, patrones que le permiten tomar decisiones de manera muy rápida y, sobre todo, sin dedicar demasiada energía al proceso, aunque eso suponga llevarnos a ... conclusiones erradas que pueden tocarnos el bolsillo. Si uno de sus propósitos de año nuevo es empezar a invertir, tenga en cuenta que nuestras decisiones no son siempre todo lo conscientes que creemos.
En realidad son dos sesgos, pero suelen ir de la mano. El primero explica que si nos encontramos con dos informaciones opuestas tendemos a dar más veracidad a la que antes nos haya llegado. Inconscientemente, nos atamos tanto a ella que, incluso cuando pretendemos ser objetivos y buscamos más datos, es fácil que concedamos más credibilidad a las fuentes que confirman esa idea. ¿Por qué? Pues porque es más fácil corroborar lo que ya sabemos –o creemos saber– que analizar información nueva. Así, por ejemplo, podemos infravalorar los peligros de una inversión si lo primero que nos cuentan de ella es su rentabilidad potencial y es fácil que al buscar más información nuestro cerebro vuelva a condicionar la decisión haciendo que los documentos u opiniones que destaquen los riesgos nos parezcan menos fiables que los que subrayen esa hipotética revalorización.
En ocasiones sobreestimamos nuestros conocimientos y experiencia y ese exceso de confianza –que ya es un sesgo– puede acabar llevándonos a otra trampa, la ilusión de control; llegar a convencernos de que tenemos influencia sobre determinados sucesos, aunque estos dependan del azar. Si a esto le añadimos un tercer ardid, la predisposición al optimismo, es fácil que invirtamos asumiendo un elevado nivel de riesgo. «Quienes confían demasiado en sus propias aptitudes suelen realizar un exceso de operaciones de compraventa con la creencia de que pueden 'ganar al mercado', hazaña muy difícil, incluso para los expertos», señala la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV), que, además, advierte de que realizar muchas transacciones «no sólo expone al inversor a más riesgo; incurre en muchas comisiones que merman cualquier rentabilidad».
Muchas veces nos formamos una opinión sobre algo o alguien por un único detalle que nos ha gustado o disgustado. A partir de ahí, todo lo relacionado con esa persona o producto nos parecerá estupendo (efecto halo) o terrible (efecto cuerno). Por ejemplo, algunos inversores compran acciones por un factor aislado, como el carisma de los directivos de la empresa, y si esos títulos se devalúan culpan a gerencias anteriores, nuevas normativas, productos que no mantienen el espíritu de los primeros productos, empleados autocomplacientes... Lo que sea con tal de no admitir que se dejaron cegar por el halo.
¿Alguna vez ha reparado un coche en vez de comprar uno nuevo para 'amortizar' lo gastado en reparaciones anteriores? Llevado al mercado financiero, eso mismo es lo que hacemos cuando, a pesar de que la información disponible indique que seguirá a la baja, nos empeñamos en mantener una inversión que se ha devaluado con la esperanza de recuperar lo invertido... algún día.
Otro sesgo habitual es nuestra tendencia a dar mayor importancia a las amenazas que a las oportunidades. Nos da más miedo perder que lo que nos motiva ganar. Esto no es necesariamente negativo. De hecho, forma parte de nuestro instinto de supervivencia. Pero hacerlo sin objetividad puede llevarnos, por ejemplo, a deshacernos de acciones que se están revalorizando para asegurarnos una cierta ganancia a costa de perdernos subidas mayores, o a liquidar una inversión a largo plazo en cuanto baja un poco aunque esa caída se deba a las fluctuaciones normales del mercado y la perspectiva siga siendo favorable.
Distinguir entre fluctuaciones y tendencias a la baja también nos puede librar del sesgo de dotación –también llamado de propiedad o efecto legado– por el que damos más valor a lo propio que a lo ajeno. Es decir, tendemos a sobrevalorar nuestros bienes por el mero hecho de que nos pertenecen. Les ocurre a los inversores que no venden unas acciones por malas que sean sus perspectivas por apego, porque las tienen desde hace mucho tiempo.
Aquí entra en juego nuestra tendencia a dejarnos influenciar por terceros. A veces imitamos a una persona –o grupo en el llamado efecto manada– porque pensamos que sus acciones reflejan el comportamiento correcto en una situación dada. «Estos sesgos son los responsables de crear modas que seguimos ciegamente y burbujas de mercado, como la burbuja inmobiliaria o de las puntocom en los noventa», advierten desde la CNMV.
Preferimos recompensas pequeñas pero inmediatas a otras mayores aunque alejadas en el tiempo. Este sesgo es el que muchas veces nos impide ahorrar, pero incluso si lo logramos puede llevarnos a liquidar una inversión pensada a largo plazo para aprovechar de oportunidades a corto plazo, aunque éstas no sean adecuadas para nuestro perfil.
La falacia del jugador, también llamado falacia de Montecarlo, es la creencia errónea de que la frecuencia de un resultado en el pasado condiciona la probabilidad de que ocurra de nuevo en el futuro. Si la cotización de unas acciones sube durante cuatro sesiones seguidas, habrá inversores crean que se trata de una racha. Algunos decidirán comprar para aprovechar ese buen momento mientras otros, con el mismo argumento infundado, venderán convencidos de que no puede haber cinco buenos días seguidos.
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