El faro de San Emeterio se encuentra a 68 metros sobre el mar y entraba en funcionamiento el día 15 de marzo de 1864. :: E. C.
Oriente

Un destello de luz permanente

La obra fue adjudicada por 271.325 reales al gallego Manuel Gestera y Manuel Noriega Laso, vecino de Pimiango, fue el primer torrero El sábado se cumplieron 150 años de la entrada en funcionamiento del faro de San Emeterio

GUILLERMO F. BUERGO

Lunes, 17 de marzo 2014, 02:42

El pasado sábado, 15 de marzo, se cumplían 150 años de la entrada en funcionamiento del faro de San Emeterio, ubicado en la localidad de Pimiango en un pronunciado acantilado a 68 metros por encima de las aguas del Cantábrico, que allí baten con fuerza. Enclavado en una finca de 8.200 metros cuadrados está situado a 1,5 millas de la entrada a la ría de Tina Mayor. Su misión era la de orientar a la navegación costera y de forma muy particular a los barcos que entraban por la ría hacia el puerto de Bustio, que en aquellas fechas albergaba un gran movimiento de pesca y minerales. Por lo que hoy es un modesto embarcadero salía entonces todo el mineral de las minas de Áliva y el Cuera y por allí entró casi todo el cemento y el hierro utilizado en la construcción del canal del Cares, desde Caín a Poncebos.

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La historia de los faros se pierde en la noche de los tiempos, cuenta con más de 2.500 años de antigüedad y discurre paralela a las necesidades de la navegación costera. Los primeros faros eran hogueras que se encendían en la costa. El faro más famoso de la antigüedad fue el de Alejandría, construido en la isla egipcia de Pharos. Y el más legendario fue el Coloso de Rodas, una estatua de bronce de 40 metros de altura que representaba al dios Hélios y fue arrasado por un terremoto. El más antiguo de Asturias es el del Cabo Peñas y data del año 1852.

La fiebre, el furor de los faros, llegó a España en la segunda mitad del siglo XIX, cuando se redactaron infinidad de proyectos para dotar de linternas a puntos estratégicos de la kilométrica costa peninsular. El faro de Llanes se inauguró en 1860 y el de Ribadesella en 1861. El que se encuentra ubicado en el cabo San Emeterio se proyectó en 1860, salió a subasta pública en 1862 y dos años más tarde finalizaba su construcción. Inició el periodo de pruebas el 1 de marzo de 1864 y el día 15 de ese mes entraba definitivamente en funcionamiento utilizando aceite como fuente de energía.

Los estudios del historiador local Amando Laso Madrid, un puntilloso intelectual muy atento a las cosas que sucedían en Ribadedeva, permite seguir con paso seguro la trayectoria de la atalaya de San Emeterio. El proyecto del faro lo firmó el ingeniero Rafael de la Cerda y las obras salieron a subasta pública el 2 de febrero de 1862, con un presupuesto de 271.325 reales. Varios maestros de obras acudieron a la licitación de tan importante construcción y los trabajos fueron adjudicados a Manuel Gestera Fontaina, natural de la parroquia pontevedresa de San Pedro de Tenorio. El gallego Manuel Gestera llegó soltero a Pimiango y allí contrajo matrimonio con María Concepción Laso Gutiérrez, que era prima de Manuel Noriega Laso, el que iba a ser el primer torrero del faro de San Emeterio. El hogar de los Gestera Laso se vio bendecido con la llegada de cinco hijos: tres varones y dos mujeres.

Como quedó demostrado, Gestera era un especialista en piedra labrada y tuvo que hacer frente a enormes dificultades en el arranque de la obra. El terreno era muy irregular y se hacía necesario salvar una cueva, una chimenea natural y un bufón.

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Una vez terminadas las obras, que se prolongaron por espacio de dos años, la instalación estuvo atendida por dos torreros y para su funcionamiento hasta el día de hoy se empleó, sucesivamente, aceite, petróleo, gasolina y corriente eléctrica. En un principio se dotó al faro de un aparato óptico que empleaba el metal para reflejar la luz en forma de punto fijo y con un alcance de 15 millas. En 1917 se sustituyó la lámpara de nivel constante alimentada por petróleo por otra de gasolina de la marca Titus. Y en 1920 se procedió a la electrificación aprovechando el suministro procedente de la planta de la Eléctrica de Vilde, que sirviéndose de las aguas del río Deva surtía de corriente eléctrica a 20 pueblos de Asturias y Cantabria. Ello hizo posible la entrada en funcionamiento de una lámpara de 3.000 bujías en un aparato óptico formado por un sistema de pantallas giratorias montado sobre mercurio y accionado por un mecanismo de relojería de movimiento persistente que producía una apariencia de destellos equidistantes cada cinco segundos.

La mejora definitiva llegó en 1927 con una nueva óptica compuesta por cuatro lentes catadióptricos dispuestos a 90 grados con una lámpara incandescente de 1.500 vatios y un alcance de 28 millas. El edificio y la torre apenas sufrieron alteraciones a lo largo de los últimos 150 años. Al primitivo terreno de 32 áreas se le añadieron posteriormente otras 50 y el territorio continúa siendo abrupto y solitario.

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