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BORJA PINO
Domingo, 16 de febrero 2014, 11:02
Tal día como hoy, hace exactamente 135 años, se producía la solemne apertura de puertas al público de uno de los edificios más antiguos y emblemáticos de Avilés: la Escuela de Artes y Oficios. Corría la segunda mitad del siglo XIX, y la ciudad, como el resto de la región y del país, se encontraba sumergida en el torbellino de cambios políticos y sociales impuestos por la Restauración del poder de la monarquía borbónica. El desarrollo industrial y el comercio con América la convertían progresivamente en una próspera urbe burguesa, necesitada urgentemente de mano de obra cualificada para ocupar los cada vez más especializados puestos de trabajo. Y fue por ello, en respuesta a esa demanda de profesionales formados, por lo que el 16 de febrero del año 1879 comenzó su actividad este centro educativo que, con el paso de las décadas, ha llegado a convertirse en uno de los más importantes de la ciudad.
Atrás queda un siglo completo y treinta y cinco años más de alegrías y de sinsabores, de éxitos y de fracasos, de vicisitudes de todo tipo y de momentos para el recuerdo o para el olvido. Pero, por encima de todo, la de Artes y Oficios es una historia de supervivencia. Una guerra civil, tres grandes incendios, varias crisis globales y más de un intento particular de clausurarlo son sólo algunos de los acontecimientos críticos que han jalonado la evolución de este centro desde el día de la fundación de la sociedad protectora que lo administra, el 1 de diciembre de 1878, dos meses antes del inicio de las clases. Y, sin embargo, la escuela sigue ahí, en su ubicación en la plaza de Domingo Álvarez Acebal, nombrada así en honor a su primer director. Con el orgullo de haber brindado a Avilés algunos de sus más célebres artistas, como María Antonia, Hugo Fontela o Favila.
A juicio de Alberto Huskin del Campo, director del centro desde 1996, esa capacidad para capear todos los temporales impuestos por los años y por las circunstancias se debe exclusivamente «a la solidaridad y a la fidelidad de los alumnos para con nosotros. Es lo que nos ha permitido llegar a este punto porque, de no ser por ellos, no continuaríamos aquí».
Hoy en día, este bastión de la educación avilesina aglutina a casi 900 alumnos, una media que se ha mantenido prácticamente estable desde 1879. 27 profesores imparten clases a los 73 grupos en que se dividen los matriculados, tanto en horario de mañana como de tarde. En total, la escuela oferta 38 actividades diferentes, enmarcadas en seis grandes bloques temáticos: Plástica, Artesanía, Administrativa, Mantenimiento de la Salud, Comunicación, Música y Danza.
Sin embargo, ese número de actividades ha ido fluctuando a lo largo de los años. Algunas de ellas han desaparecido temporal o permanentemente, o han sido reemplazadas por otras, conforme variaban las demandas de la sociedad. «Nuestro programa docente depende del interés de los alumnos. Es verdad que las Artes son nuestra espina dorsal, pero las demás actividades siguen la corriente popular», explica Huskin, para quien la Informática y la Fotografía son dos ejemplos evidentes de esta adaptación a los nuevos tiempos. «Hace unos años cientos de personas venían a recibir clases de Informática; ahora, como todo el mundo tiene un ordenador en casa, son muchas menos. En Fotografía hemos tenido que primar la digital sobre la analógica, porque ya apenas quedan cámaras que necesiten un revelado tradicional», añade.
No obstante, Huskin también reconoce que las inquietudes de los alumnos guardan consonancia con la generación a la que pertenecen e, incluso, con su condición social. «Aquí reciben clases desde universitarios formados que necesitan reforzar alguna materia, hasta amas de casa y jubilados que buscan entretenerse en sus ratos libres», explica. Incluso las personas afectadas por alguna discapacidad tienen cabida en los grupos, «y son tratados como cualquier otro alumno». En ese sentido, el hecho de que la escuela sea un centro de enseñanza no reglada, al margen de los cauces educativos oficiales, «permite esa flexibilidad de adaptación a los requerimientos populares».
Un pasado turbulento
Para llegar al momento actual de la escuela ha sido necesario casi un siglo y medio de sucesivas batallas contra las adversidades. De su primer emplazamiento en El Liceo de Avilés, la escuela se trasladó en la década de 1890 al edificio que la alberga ahora. Su programa educativo inicial tenía como temáticas estrella la Aritmética, la Gramática y el Dibujo, a las que pronto se sumaron la Historia de España, la Geografía y, por último, la Higiene (una suerte de introducción al cuidado de la salud según los cánones médicos de finales del siglo XIX).
A lo largo de las cinco décadas siguientes ese programa original se fue adaptando a los requerimientos de las clases más humildes de la sociedad avilesina. «En ese momento nos convertimos en un referente a nivel nacional e, incluso, internacional», afirma categóricamente Luis Rodríguez Pérez, presidente de la Sociedad Protectora de la Escuela de Artes y oficios. «Toda esa novedosa educación dual de la que habla Ángela Merkel ya la teníamos aquí desde que empezaron las clases en 1879», defiende.
Durante la Guerra Civil (1936-1939) una bomba de aviación cayó exactamente en el centro de la estructura, dañándola considerablemente. El fin de la contienda permitió al régimen franquista reconstruir la escuela, pero en 1975 un incendio destruyó parte de las instalaciones, aunque sin poner en peligro la integridad del edificio.
Once años después, en la madrugada del 14 de mayo de 1986, un segundo incendio se declaró en el lugar. «Ése último fuego supuso un punto de inflexión, porque hizo que los avilesinos comprendiesen el verdadero valor de este centro. La solidaridad de los vecinos fue mucho más significativa desde entonces», matiza Alberto Huskin.
Durante los diez años siguientes, la escuela, clausurada y con su viabilidad arquitectónica puesta en entredicho, vivió algunos de sus momentos más negros. Incapaz de sufragar los costes de la rehabilitación con sus propios fondos, la Sociedad Protectora firmó ese mismo año un convenio con el Ayuntamiento de la ciudad para que las obras de restauración fuesen sufragadas con fondos públicos. Por fin, en 1996 el edificio volvió a estar operativo, pero la negativa del Consistorio para devolver a la Sociedad el pleno control sobre el mismo obligó a la escuela a acudir al Tribunal Supremo. Finalmente, ese mismo año el órgano judicial nacional falló a favor del centro, y las lecciones volvieron a impartirse. No sería justo no citar, aunque sea de pasada, el empeño y el trabajo realizado en favor del espíritu del centro y de su propiedad e independencia de quien durante años fue su director, Víctor Urdangaray Argüelles.
Ahora, la Escuela de Artes y Oficios de Avilés afronta su futuro de forma optimista, avalada por su dilatada historia y por su prestigio, aunque también, confiesa el director del centro, «con una dosis de incertidumbre, porque nunca sabemos si en cada nuevo curso llenaremos el cupo de alumnos». La situación económica que vive el país no es ajena a esta institución educativa que, salvo en momento puntuales, no ha contado con más fuente de financiación que los patrocinadores externos y las matrículas de los alumnos. Luis Rodríguez coloca sobre el tapete un dato revelador: «llevamos cinco años sin tocar el importe de las matrículas, pese a la que está cayendo por todas partes, y aun así continuamos funcionando, desarrollando la labor de ocio cultural de los orígenes, y manteniendo la filosofía con la que esta escuela fue levantada».
Y así, la Escuela de Artes y Oficios de Avilés prosigue su labor día tras día, adaptándose a los nuevos tiempos y procurando ejercer su labor social. Y con el firme deseo, compartido por, Huskin, por Rodríguez y por muchos otros alumnos y profesores, de que «podamos cumplir, como poco, quince años más».
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