GUILLERMO F. BUERGO
Jueves, 2 de enero 2014, 11:58
Cientos de visitantes, turistas y curiosos se acercaron ayer a la localidad pongueta de San Juan de Beleño para presenciar uno de los ritos más ancestrales de Europa y, casi con total seguridad, la comitiva urbana más antigua de Asturias. Venían a ver al guirria, un personaje enfundado en un traje arlequinado de colores naranja y azul, escoltado por un ejército de aguinalderos a lomos de caballos y burros, cuya principal misión es la de solicitar el aguinaldo en todas las casas abiertas del barrio de Cainava y la localidad de San Juan de Beleño.
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Históricamente, el guirria era una especie de fauno que, con métodos muy poco ortodoxos, besaba, achuchaba y reconocía a las mozas para que los hombres del pueblo supieran cuáles estaban ya preparadas para el matrimonio. Al guirria y a su corte de guirrios se les atribuye un origen precristiano. Para el etnógrafo Constantino Cabal el vocablo «guirrio» procede del latín «guerrire», que significa «saltar de gozo, retozar». Y es que el guirria, además de disfrutar de la impunidad durante el primer día de cada año, se acompaña de un palo largo de avellano para facilitar sus saltos.
El guirria del año 2014 se presentaba ayer en las calles de Beleño superado el mediodía. Apareció en el barrio de Baraes, junto a la fuente de la Magdalena. Su salida resultó impetuosa, besando a todas las mujeres que le salían al paso y derramando ceniza sobre los hombres. Los más viejos del lugar pronto se percataron de que el guirria de ayer era «extraordinario». Las principales cualidades que apreciaban en él se orientaban a explicar que «corre con agilidad, como un galgo; brinca ayudado por el palo; achucha, besa y palpa a las mozas, y entra en las casas por la puerta y sale por la ventana».
Bajo la teoría de que el fin justifica los medios, a los viejos guirrios, los de hace más de medio siglo, no se les ponía nada por delante para presentarse delante de una moza soltera: levantaban tejados, rompían ventanas, tumbaban puertas y hasta derribaban tabiques para conseguir su propósito. Al ver evolucionar sobre el terreno al guirria de ayer, el vecino Gelo Mato, uno de los lugareños que mejor conoce la tradición, comentaba que «el guirria transmitió gozo y alegría, sus principales obligaciones. Se entregó a la causa y se creyó el papel que le tocaba representar».
La primera estampida del guirria le llevó hasta el arrabal de Cainava, un enclave situado a dos kilómetros de San Juan de Beleño. Le escoltaban veinte aguinalderos en el papel de jinetes sobre otros tantos lustrosos y sudorosos caballos. Y también diez niños menores de quince años: Guillermo Taffouraud, Enrique González, Adrián Velasco, Daniel Santos, Gabriel Llera, Javier Martínez, Mario Villabrille y los hermanos Arturo, Álvaro y Antonio López, a lomos de una decena de asnos de sedosa capa negra.
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Como marca la tradición, la primera casa que visitaron en Cainava fue la más elevada, la que habita Ramona Rivero, una mujer viuda de 83 años, a quien su difunto esposo, Manuel Collado, le dejó dicho que «a los aguinalderos nunca les cierres la puerta». Los guirrios, acompañados a la gaita por Nacho Narciandi, le cantaron esa estrofa que dice: «Pase feliz Año Nuevo/ toda la vecindad/ nosotros les deseamos/ salud y prosperidad. Aquí venimos señora/ el aguinaldo a sacar/ aunque no es obligación/ tienen por costumbre dar». Y Ramona les entregó «50 euros y dos botellas de vino». De la vivienda del matrimonio parragués formado por José Luis Guerra y Eva García sacaron «un convite a base de vino, borona, empanada y bollos preñaos y 40 euros». Y de la casa de Jorge Alonso Teresa, ubicada frente a la peña de Solanciu, salieron con «tortillas, chorizos, vino y 50 euros». El guirria seguía besando a todas las mujeres que encontraba, entre ellas a Mercedes Traviesa, alcaldesa del municipio.
El protagonista y su ejército de guirrios tardó más de una hora en recorrer las casas de Cainava y caseríos satélite. Las botellas de vino en sus manos ya se contaban por decenas y el nivel de afinación de los cánticos comenzó a sufrir altibajos. Y fueron ampliando el repertorio con típicas canciones de taberna. Cerca de las dos de la tarde la comitiva regresó a Beleño y a la entrada de la localidad los curiosos se contaban por centenares. El guirria quería besar y las mujeres le buscaban. Frente al edificio del Ayuntamiento, en el bar La Fonda de Ponga, irrumpió en el local por la puerta y salió por una ventana. Los turistas se frotaban los ojos. Y desde ahí hasta las nueve de la noche quedaban 50 casas por visitar.
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