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MARCOS MORO mmoro@elcomercio.es
Domingo, 24 de noviembre 2013, 15:24
La clausura del Dindurra supone la desaparición del último de los grandes cafés que florecieron en la ciudad a principios del siglo XX como centros de reunión, tertulia y vida social al estilo de las principales capitales europeas. Una época que remite a viejas páginas de la historia de Gijón, fotografías en blanco negro y ambientes modernistas donde el ocio y el esparcimiento estaban perfectamente delimitados a lo largo de la calle Corrida, Begoña y la Plazuela. El Café Dindurra condensaba entre sus paredes la esencia e historia sentimental de Gijón de la misma forma que lo hacen el Café Gijón en Madrid, el Café A Brasileira en Lisboa, El Florian en Venecia y El Tortoni en Buenos Aires. Era el último superviviente de un tipo de negocio que en sus años dorados convivió con otros referentes como el Café Oriental, el Cafetón de San Miguel y el Alcázar. Los primeros cafés de Gijón de los que se tiene constancia documental datan de finales del siglo XIX. Son el Café Colón, en la esquina de Corrida con Munuza; el Café Suizo, en la calle Trinidad; y el Café del Boulevard, en el tramo de la calle Corrida más próximo a la plaza de Italia. Los periódicos de la época recogen las impresiones de parroquianos que aseguraban que en el Colón se servía café malo y en los otros dos, bueno.
Nada más estrenarse el siglo XX se amplió la nómina de grandes cafés elegantes y señoriales merced al magnate hostelero local y gestor teatral Laureano Junquera Rodríguez que inauguró el 21 de junio de 1901 el Gran Café Dindurra (fue su único arrendatario hasta enero de 1921) en Begoña y en 1904 el Café San Miguel en la Plazuela. En un momento en que estaba totalmente enfrascado en nuevos proyectos hosteleros adquirió un edificio de la calle Corrida que comunicaba con la calle Santa Lucía donde se instaló el Hotel América y en cuyos bajos abrió el Café Oriental, que se unió así al triunvirato de los cafés históricos que más han perdurado en el tiempo en Gijón. El Café Oriental fue durante años punto de encuentro de marinos mercantes y su cierre fue muy protestado a finales de los setenta.
En las décadas siguientes del siglo XX la calle Corrida fue adquiriendo cada vez mayor pujanza comercial y hostelera como epicentro de la vida social gijonesa. Y al calor de esa importancia se produjeron nuevas aperturas como El Príncipe, situado en la esquina de Corrida con la calle San Antonio, y el referido Café Oriental en el número 5 de la calle Corrida donde actualmente hay una oficina del BBVA. Siguiendo en dirección a la plaza de El Carmen se situaban el Imperial (que primero se llamó el Darling), el Exprés y el Alcázar, en la misma esquina de Corrida con Munuza en la que anteriormente estuvo el Colón.
Por la mañana esos cafés con solera de la calle Corrida servían para cerrar negocios y por la tarde eran habitualmente lugar de tertulia y escenario de animadas partidas de dominó, al principio bastante selectivas. En verano en sus terrazas era misión imposible encontrar una silla libre.
La animación nocturna también estaba garantizada con los denominados cafés cantantes. Los más famosos tras la Guerra Civil fueron el Setién en la calle Corrida y el Arrieta, en la esquina de la calle Asturias con Donato Argüelles.
Las meriendas
En la década de los 50 y 60 las mujeres adquirieron la costumbre de merendar en las confiterías y salones de té como Casa Rato, en Corrida, y fue cambiando el modelo de negocio hostelero. Del gran café de estilo parisino con su amplitud de espacios y techos altos se pasó a otro concepto de aforo más reducido y apretado más cercano a las cafeterías actuales. Así surgieron locales, sin abandonar la calle Corrida, como el Manacor (posteriormente Tívoli), el Montana, el Mayerling, El Molinero (antes El Dorado, donde está Roibás), El Gijonés y El Maratón. De esos años son también el Pío, en la Ruta de los Vinos, y el Caballito, en Begoña. Pero ninguno de ellos tenía ya el encanto de los viejos cafés modernistas.
El segundo gran café gijonés más longevo después del Dindurra fue el Café San Miguel, conocido popularmente como 'El Cafetón'. Su desaparición en 1999, como ahora ocurre con el Dindurra, provocó una sacudida entre los gijoneses que vieron en ese cierre la pérdida de una importante referencia patrimonial en un local de la Plazuela que durante todo el siglo XX fue lugar de cita, charla, merienda y lectura. Su última dueña, Pilar Nosti Felgueras, tía paterna de Rafael Nosti Huerta, del Café Dindurra, reconocía en el momento de bajar la persiana que «actualmente la gente vive muy deprisa y dispone de poco tiempo para tomar un café y acudir a las tertulias como antaño». Así lo recoge el libro de Janel Cuesta 'A las 12 en el Café Dindurra'.
El Café San Miguel es un ejemplo de local transformado posteriormente en franquicia, ya que en ese local abrió en 2001 Il Caffè Di Roma, que mantuvo un cierto toque conservador del ambiente del 'Cafetón' hasta que en 2012 sus propietarios dieron un giro al negocio para abrir en la histórica sede una vinatería que también explota en la actualidad como terraza el quiosco de la Plazuela.
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