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S. SÁNCHEZ COLLANTES
Lunes, 1 de abril 2013, 04:46
Tras su llegada a Gijón, en febrero de 1888, la gran utilidad que se vio en el advenimiento del teléfono era de naturaleza económica, aunque tardase en sustituir al telégrafo. La prensa era consciente de ello y, por ejemplo, EL COMERCIO recomendó desde el primer momento que se estableciera comunicación telefónica entre la villa y las explotaciones mineras de Langreo. Un testimonio posterior aseguraba que casi todo el servicio gijonés tenía que ver con el movimiento de buques. También respondía a un uso fundamentalmente empresarial el de los sellos de goma que, con el número de abonado, se apresuró a vender la imprenta del diario gijonés. Al precio de 3 pesetas, quienes lo encargaban podían estamparlo una y otra vez en las facturas, los recibos, los membretes de las cartas, etcétera, según puede leerse en la gacetilla que, a modo de reclamo publicitario, insertó el periódico durante semanas.
En lo social, la llegada del teléfono constituyó igualmente una revolución, porque en realidad lo utilizaron bastantes más personas que los miembros de las familias abonadas. Esto fue posible desde su misma aparición, en abril de 1888, gracias a que los gijoneses que no disponían de un teléfono en casa, que eran el grueso del vecindario, podían hacer uso del «aparato de conferencias» que empezó a funcionar en la Central Telefónica de la villa. Para ello, debían abonar 25 céntimos de peseta (un real) por cada tres minutos o fracción. Quienes ya pagaban una cuota por su línea particular tenían derecho a utilizar gratis este aparato.
Desde el punto de vista laboral, la llegada del teléfono dio ocupación, y con ello posibilidad de independencia económica, a las mujeres que trabajaron como operadoras. Aquellos primeros años, la central telefónica de Gijón empleó a cuatro vecinas, que desempeñaron ese cometido día y noche por turnos de dos. Este destino laboral, en efecto, se hallaba intensamente feminizado. Al respecto es muy interesante la obra 'Entre líneas', donde Cristina Borderías habla del trabajo y la identidad femenina de las empleadas en el servicio telefónico en España durante buena parte del siglo XX.
Es difícil entender, con la mentalidad de hoy, lo que representó la llegada del teléfono para nuestros antepasados del siglo XIX. Poder oír la voz de alguien situado a varios kilómetros de distancia era, valga el anacronismo del sintagma, casi de ciencia-ficción. Aunque hubo reacciones para todos los gustos.
Al respecto hay una anécdota gijonesa muy elocuente. Ocurrió mientras estaban instalando el nuevo aparato en una casa particular. Testigo de la operación, la chiquilla le preguntó a su madre, refiriéndose a la base del teléfono: «Me dejarás quitar esto alguna vez si es que se puede». Y al demandarle una explicación, la ingeniosa pequeña replicó: «Para ponérselo de pupitre a mi muñeca». Su inocente mentalidad no concebía un uso más provechoso. La prensa hizo una importante labor de divulgación a raíz de la llegada del moderno invento a la villa, siguiendo con frecuencia la habitual costumbre de tomar los artículos de otras publicaciones. El 26 de febrero, EL COMERCIO ya había incluido uno titulado 'El teléfono', que repasaba los ingenios que lo precedieron y los nombres de sus creadores, destacando la figura de Bell. Y el 5 de abril le sirvió de editorial otro sobre 'La telefonía a gran distancia', en el que se hablaba de las grandes dificultades que presentaba el ensanchamiento de su radio de acción.
Robos de cable y averías
En 1891 únicamente había instalados en Gijón 142 teléfonos, cifra que atestigua que la difusión del revolucionario ingenio fue muy lenta. Algo comprensible, dado el elevado coste del aparato. Instalar una estación particular dentro del núcleo urbano gijonés costaba la friolera de 150 pesetas, que ascendían a 260 si lo utilizaban varios inquilinos de la casa. Y quien deseara un micrófono suplementario, debía pagar otras 25. Aparte, claro, del gasto que se hiciera en conferencias y la cuota trimestral. Esto sucedía cuando el jornal medio de un peón, que ni siquiera conseguía trabajo a diario, apenas rebasaba la peseta y media, de modo que los obreros y artesanos, la mayoría de la población, ni soñaron con tener uno en su vida. Eso sí, las llamadas efectuadas desde la central por los no abonados habían rebajado su precio: valían entonces 15 céntimos por tres minutos o fracción, o sea, tres perrinas.
En vísperas del novecientos, destacados pueblos de la provincia aún no estaban unidos por medio de la comunicación telefónica. En enero de 1903, la prensa madrileña comunicó que había quedado terminada la instalación de la red telefónica en Asturias. Pero eso no significa que toda la región se hallara interconectada: aún quedaba muchísimo por hacer y mejorar. El establecimiento de una línea telefónica entre Gijón y Madrid no comenzó a pedirse formalmente hasta este momento.
Entonces, pasaban de 15.000 los teléfonos instalados en España. Mientras, también se cometieron robos de cable que demoraban la expansión. En octubre de 1902, por ejemplo, fueron detenidos cuatro vecinos de Tremañes por llevarse 300 metros de alambre y dos postes de la red telefónica que comunicaba las poblaciones de Gijón y Candás.
Los avances, pues, se produjeron muy lentamente. Cuenta la literatura especializada que a comienzos del siglo XX había más teléfonos en los hoteles de la ciudad de Nueva York que en toda España. Además, el servicio resultaba bastante deficiente. En 1909, por ejemplo, se incendió una fábrica de aceites vegetales que había en la villa y, al intentar llamar a los bomberos, el teléfono no funcionaba. La prensa lo denunció como algo habitual: «Son ya viejas estas zunas del teléfono en Gijón». Y se apresuró a excusar a las operadoras: «Conste que nada de esto se refiere al servicio de las señoritas telefonistas, sino al personal encargado de la conservación de las líneas». Los retrasos en las conferencias eran otro de los grandes motivos de enfado de los usuarios. EL COMERCIO hizo un llamamiento a la prensa local en 1912 para actuar conjuntamente en relación con este asunto.
El transcurso de los años no solucionó los problemas. El mal servicio telefónico se abordó muchas veces en el pleno del Ayuntamiento. En la sesión del 9 de agosto de 1921, por ejemplo, hubo concejales que propusieron que los abonados se dieran de baja como medida de presión, e incluso que el Ayuntamiento no satisficiera el importe que le correspondía. El gobernador civil llegó a comprobar en persona tales deficiencias. Al año siguiente, la Cámara de Comercio gijonesa seguía dirigiendo sus quejas al Gobierno por el deplorable servicio y la lenta progresión del tendido.
En 1924 se creó la Compañía Telefónica Nacional de España, que en adelante explotaría el servicio en régimen de monopolio. Para entonces, en Asturias ya se habían rebasado los 4.000 teléfonos.
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