POR CRISTINA DEL RÍO
Domingo, 20 de enero 2013, 02:39
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Cada mañana llega Tito al bar y con LA VOZ DE AVILÉS en la mano se retira a una mesa a devorar las noticias del día. Con las agujas del reloj marcando las 11.15, se levanta, intercambia unas palabras con los parroquianos de la barra y conduce hasta la finca familiar de El Caliero. A sus 80 años -81, el próximo miércoles- sigue conduciendo, como ha hecho desde siempre para ganarse la vida. Presumiendo de no haber tenido percance o multa en su larga experiencia al volante. Tito, 'el taxista de los juzgados' o 'el de Casa Carreño', cumple su ritual matutino diario de apenas cuarenta y cinco minutos con serenidad y discreción. La primera, aprendida; la segunda, innata y cimentada sobre años de profesión que se lo exigían.
Después de haber sufrido un secuestro a bordo de su taxi y superada el año pasado una operación a corazón abierto, nada ni nadie puede alterar la tranquilidad y parsimonia con la que Ildefonso Gutiérrez, Tito para todo el mundo, se maneja por la vida.
A Tito le dio desde muy joven por el motor a pesar de parecer predestinado a trabajar en un bar. Pero, cosas de la vida, nunca ha llegado a servir un vaso de vino en ninguno de los tres chigres que sus padres regentaron en el alto de Los Campos, en la calle de Palacio Valdés o en La Texera, ni tampoco en el de sus futuros suegros, Casa Carreño, que después heredaría, hasta el día de hoy, su esposa.
Su trabajo más longevo, y por el que es más conocido, es por haber conducido durante veinte años para el personal de los juzgados de Avilés. Tito es, pues, memoria viva de la crónica negra de Avilés y alrededores. Parece que aún suena ese teléfono a deshora por la noche junto a la cama. Era su mujer, Maru, la que descolgaba el auricular y oía una letanía que llegó a convertirse en familiar: «Ven a recogernos que tenemos chollo». Tocaba ir a buscar al juez y al forense. Tito recuerda como si hubiera sido ayer muchos de aquellos sucesos. Pero, a pesar del tiempo pasado, su hermetismo sigue siendo total. Con la lección bien aprendida a lo largo de muchos años de profesión, no hace ni una sola concesión a la invasión de la privacidad, mucho menos a la frivolidad.
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A ese servicio dedicó los últimos veinte años de su vida laboral. La jubilación de Pepe Sombreu, taxista oficial del juzgado, propició su entrada. A pesar de la disponibilidad que exigía este cargo, su puesto no dejaba de ser trabajo asegurado, un caramelo que llevó a algunos compañeros de profesión a presionar para que el puesto rotara entre el gremio. Los jueces se negaron en redondo. En el coche se hablaba sin reservas de muchos asuntos delicados y la persona tenía que ser de total confianza.
Su trabajo como conductor empezó al volante de un autobús de Roces, empresa que le permitió sacarse el carnet de conducir. El mundo del motor ya le había cautivado mucho antes, cuando siendo un pinche en la fábrica de cerámica de Divina Pastora se dejó tentar por su amigo 'El Meco', con el que aprendió lo básico para ponerse al volante de un camión. Era la época en la que se construía Ensidesa y al puerto iba Tito a cargar el cemento que traían los barcos. Eso si no veía a la policía de asalto por allí. En cuyo caso, marchaba cual alma que lleva el diablo.
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Tras conducir el camión y el autobús, Tito pasó a ejercer de chófer particular de los 'Difuntines', como se llamaba a la familia que llevaba la funeraria Dolores Álvarez, que contaría más adelante con él como taxista en los servicio funerarios.
En total, 45 años de taxista desde que el médico Leopoldo Figueiras 'Polchi', teniente de alcalde, le concedió una licencia al enterarse de que tenía pensado dejar el trabajo de chófer del Real Avilés. Con ella en la mano, compaginó los dos servicios. De su época de conductor del Avilés, guarda Tito anécdotas para la historia -alguna no todo lo deportiva que podría esperarse- y un autobús para la galería. Todavía hoy sigue alabando aquel chasis británico carrozado en Avilés, regalo de Primitivo y El Roxo, y que llamaba la atención allá por donde iba. Sin embargo sus idas y venidas con el fútbol duraron hasta que el equipo bajó a Tercera División.
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Ya dedicado exclusivamente al taxi, en una época en la que cuando el cliente requería una carrera preguntaba por un conductor en concreto, Tito recuerda haber trabajado mucho para la gente del Puerto. Esperaba la llamada de turno en la parada de la plaza de Pedro Menéndez y se ponía en marcha. Allí estaba un 28 de diciembre cuando cuatro hombres se montaron en su coche y le pidieron ir a Mieres. Acababan de apuñalar a un guardia civil en la calle de La Fruta, pero eso Tito lo sabría más tarde. Conminado a conducir hasta Mieres, le robaron las cinco mil pesetas que llevaba e intentaron dejarlo en el monte, pero de aquella no todo el mundo sabía conducir y el único de los asaltantes que podía tenía un brazo escayolado. Se vio obligado a llevarlos a Busdongo y cuando el coche, en medio de una fuerte nevada, se quedó parado al llegar a un túnel, aprovechó la ocasión para huir agarrándose al estribo de un camión que pasaba en aquel momento. El susto duró más de las doce horas que estuvo retenido y es el día de hoy, treinta años después, que recuerda todos los pormenores.
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