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NATURALEZA La carretera alterna tramos de penumbra y sol que deslumbran al conductor y se complican con las heladas. Los abundantes castañales llenan de fruto y hojas el firme, haciéndolo más resbaladizo.
Las curvas más peligrosas de Asturias
GIJÓN

Las curvas más peligrosas de Asturias

EL COMERCIO analiza la calzada junto a un experto. «Cuando caen cuatro gotas patinan todos los coches», advierten los vecinos 2.159 vehículos recorren a diario la N-632 hasta Venta las Ranas, una de las peores vías del país

RAMÓN MUÑIZ

Viernes, 21 de diciembre 2012, 04:02

Mariano Paraja tiene 69 años y un plan si le tocan las pensiones. Además de ocas, perros e higueras, «podría montar un taller en la casa; ya hubo un chapista que me dejó la tarjeta porque aquí todas las semanas hay uno o dos que se 'estrapallan'». Su finca está situada en el lugar más peligroso de la carretera más peligrosa de Asturias. El Real Automóvil Club de España (Race) presentó esta semana su informe Eurorap, un estudio que analiza todos los años 24.340 kilómetros y los clasifica en función del riesgo de padecer en él un accidente. El listado situó entre los tres peores tramos del país a los 11,3 kilómetros de la Nacional 632 que median desde el enlace del Piles y Venta las Ranas. Para comprobar qué está fallando en una vía a diario utilizada por 2.159 vehículos, EL COMERCIO visitó ayer el lugar acompañado de Raimundo García, presidente de la Asociación Española de Accidentología Vial.

«Lo primero que hay que aclarar es que el informe de Eurorap emplea una metodología bastante avanzada», indica el experto. «Se tiene en cuenta el tráfico de la vía, los accidentes registrados en los tres últimos años, en qué medida el diseño de la carretera y su entorno están agravando o modulando la gravedad de estos siniestros, y si las administraciones están tomando nota o los déficit continúan año tras año».

Hechos los matices, el viaje comienza en el punto en Venta las Ranas. El Race sitúa en el punto kilométrico 53,4 el inicio del peligro y allí está José Ramón Vale. Hace 21 años que trabaja en los Almacenes Moris lo que le obliga a recorrer a diario un tramo en el que «ya lleve más de un susto. Basta que caiga algo de gasoil en la carretera, te encuentres una leve helada o llueva un poco para que se te vaya el coche». La suciedad del firme no es cosa rara. La nacional atraviesa una zona agrícola, con abundancia de tractores, camiones de tamaño medio cargados de madera y hormigón.

Vale recuerda que la apertura de la autovía ha reducido la presencia de turismos «aunque hay todavía algún turista que, por miedo a los peajes, acaba aquí guiado por su GPS». El trasvase hacia la A-8 dotó a la Nacional del ritmo propicio para captar a dos nuevos tipos de usuarios, ciclistas y motoristas, una nueva vida que exige adaptaciones. «En todo el recorrido no hay ni una sola señal vertical advirtiendo al conductor de la presencia de los ciclistas; esto se hace porque reconocerlos te obliga a reducir la velocidad para los coches, pero oyes, es que la carretera es de todos», amonesta el presidente de Accidentología Vial.

El viaje confirma cómo la situación se complica en los márgenes. Las curvas más pronunciadas disponen de barreras, pero hay tramos huérfanos de ellas. Lo peor es que «el tipo de barrera escogida agrava las consecuencias de un impacto cuando hay un ciclista o motero implicado», señala García. Bajo el carril horizontal hay espacio para extender las protecciones, una precaución que no se ha instalado. A su juicio, «la gente de Eurorap se fija mucho en esto, en que aquí tienes un tipo de usuario desprotegido; bastaría poner unas buenas barreras para que rebajaran a la mitad el índice de peligrosidad».

La paciencia, factor clave

Vivir con otro pone a prueba la tolerancia, en un piso como en la carretera. La diversidad de usos de la N-632 fuerza a ciclistas, moteros, coches, camiones y tractores a entenderse «y aquí, la verdad, hay algunos que no lo llevan muy bien», afea José Ramón Vale. «Ves pasar a motoristas que van como misiles», concreta. El equilibrio se ha visto afectado el último año con la decisión de prolongar las líneas continuas. «Por un lado, cuando vas en un vehículo más ligero, notas la banda de nueva la pintura, con el riesgo si tienes que frenar sobre ella» - expone Vale- «Lo peor es que ahora no hay legalmente por donde adelantar, y la gente a veces es muy impaciente».

Los testigos que aparecen por el camino repiten sin embargo que el mayor mal de la ruta es «la adherencia. Es terrible, cuando caen cuatro gotas resbalan todos, hay regatos que cruzan la calzada y siempre un accidente como poco; yo tengo un Ford moderno y conduciendo en tercera ya me patinó una vez», explica Javier Fernández. Controla el surtidor de la gasolinera Galp, observatorio desde el que se plantea si «no habrá una manera de dar más adherencia a la calzada».

Raimundo García, prudente, reconoce aquí que el firme que encuentra «es bueno, se nota el esfuerzo que ha hecho la administración, es de los que mejor agarre ofrece».

Eso sí, José Ramón Vale destaca que en este capítulo, la Nacional tiene dos enemigos difíciles de batir. «Todo el camino estás alternando tramos de sol con otros de sombra; al margen del deslumbramiento que te causa, la penumbra complica mucho las 'xeladas'». El segundo adversario llega desde los márgenes, poblados de castaños que vuelcan hojas y frutos sobre un firme «al que vuelven muy resbaladizo».

Si la adherencia es el temor, las curvas entre el puente sobre el Río España y Matalaoveya concentran todos los riesgos. La velocidad permitida es de 70 kilómetros por hora, recomendada a 50 «y yo hay días que voy a 40 y ya lo veo difícil», reconoce Montse Paraja. Tiene miedo. Su padre, Mariano Paraja, ya ha visto como tres coches le llovían sobre la casa, ubicada en la falda de una curva. Uno de ellos «pegó en la viga maestra, menudo estropicio nos hizo». Montse se ha construido la vivienda al otro lado de la calzada pero no ha alejado su temor «por los niños; aquí para el autobús escolar y cada vez que ves un accidente piensas que menos mal que no ha coincidido».

La Nacional, en este punto, se ejecutó con un peralte que las sucesivas capas de firme están mitigando. El resultado es que «en cuanto caen unas gotas, sabes que si no tienes un susto ese día te vendrá el siguiente», asume Mariano. El pasado día 8 un vehículo puso a prueba la elasticidad de la barrera, tal y como se aprecia en la primera de las imágenes que acompañan este texto. Desde entonces «todavía tuvimos otro que pegó en el mismo punto», atestigua el patriarca. «¿No habrá manera de obligar a la gente a aminorar? ¿No se podría poner un resalto aquí antes de que ocurra una desgracia?», clama el mayor de los Paraja. «Yo ya estoy pensando en poner una caja como la de los radares, a ver si funciona».

Al final del camino, el presidente de Accidentología Vial concluye. El tramo no está abandonado por la Administración. El firme es moderno y hay abundante señalización vertical «pero fallan un cúmulo de factores: no hay arcenes, la naturaleza tampoco ayuda, los usos múltiples obligan a una educación vial que no tenemos y falta tomarse en serio la presencia de motoristas y ciclistas». En resumen, «merece mucho la pena tener la percepción de riesgo cuando se circula por aquí». Dicho queda.

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