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La Madre Superiora, la trabajadora Carmen Quirós y Sor Inés bromean con Elena Álvarez, una de las residentes. :: MARIETA
Un remanso de paz y cariño
AVILES

Un remanso de paz y cariño

196 ancianos viven ahora en la residencia Santa Teresa Jornet, el asilo de AvilésEl hogar geriátrico de San Cristóbal, siempre desbordado por las peticiones de ingreso, sólo cuenta con diez plazas libres para hombres autosuficientes

CRISTINA DEL RÍO

Domingo, 5 de agosto 2012, 13:34

«¿Y ahora qué harán con el copago sanitario?». «Pues habrá que pasarlo a las familias, qué remedio, no podemos asumirlo». Sor Elena no titubea. Acaba de subir a la planta principal de la Residencia Santa Teresa Jornet, tras haber estado limpiando la sala de rehabilitación, recién remozada. Se desprende de los manguitos que protegen su hábito y responde rápido a la pregunta, sin atisbo de duda. Tiene todos los números en la cabeza y nadie tiene que recordarle la necesidad de ser rigurosa con la contabilidad. La comunidad de más de doscientas personas a su cargo exige esa disciplina.

Sor Elena Calvo Alonso, burgalesa de 64 años, es desde hace casi tres años la madre superiora de la Residencia Santa Teresa Jornet, popularmente conocida como el 'asilo', aunque sus residentes la ven como su casa y así se refieren a este geriátrico. Es un hogar benéfico que solo en la calefacción de gasóleo, encendida durante siete meses, gasta 28.000 euros al año. En luz, 6.000. En agua, «entre 1.000 y 2.000 ¡y eso que tenemos pozo!». Eso sin contar con el monto más importante de todos, el salarial, los sueldos del más de medio centenar de trabajadores del centro que, por discreción, la madre superiora prefiere no divulgar.

Con todas estas partidas, ingresos y gastos, la directora elabora unas tablas mensuales que envía a la central de la hermandad en Madrid, donde la unidad de gestión se encarga de cuadrarlas. Sin aparente problema, incluso en estos últimos años de crisis.

«La verdad es que no hemos notado la mala situación económica general porque nosotras siempre hemos mantenido todo esto con las pensiones de los residentes y, afortunadamente, el Gobierno todavía no las ha tocado», señala sor Elena.

Sí han percibido, sin embargo, un repunte de las solicitudes de ingreso, «pero tampoco especialmente significativo porque, incluso en otras épocas, esta residencia siempre ha sido la preferida de muchos ancianos, que aún estando ingresados en otros centros intentaban venir aquí».

No es de extrañar. El imponente edificio, situado en una atalaya desde la que vigila Avilés, es un remanso de paz que luce impoluto tanto en el interior como en el exterior. Situado en una parcela de 20.000 metros cuadrados -24.000 construidos-, el asilo da cama, comida y atención médica a 196 hombres y mujeres de Avilés y comarca, la mayoría dependientes, principalmente mentales, y con una abrumadora mayoría de mujeres. Solo dispone de diez plazas libres para hombres autónomos, es decir, que puedan valerse por sí mismos.

«En esta decena de plazas que queda no podemos acoger a gente dependiente porque no tenemos personal suficiente», explica la madre superiora.

El engranaje del asilo es labor de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, quienes dirigen la labor de los más de 50 trabajadores, entre auxiliares de clínica, gerocultores, personal de mantenimiento, chófer y jardinero. Mano a mano con ellos, tres médicos del Centro de Salud de Sabugo que pasan consulta tres días por semana, y un número indeterminado de voluntarios.

Apoyo de los voluntarios

Sor Elena destaca el papel de esos voluntarios, una comunidad variable que acude en franjas horarias muy concretas, como las horas de las comidas o las de acostar a los residentes, sin los que «sería muy difícil seguir tirando». Sirva como ejemplo, la ingente labor de planchado, solventada en su mayoría por una docena de voluntarias que acuden cada miércoles. Ellas dan buena cuenta, en el sótano del asilo, de los más de doscientos conjuntos de sábanas que, como mínimo, se lavan una vez a la semana.

La sala, provista de tres lavadoras industriales y centro de planchado comparte espacio en el sótano con los almacenes de este asilo. Por encima, cinco plantas con cocina, despensa y salón de actos en la primera, y los dormitorios en la segunda. Las habitaciones son salas con baño propio y adaptado, con tres, dos, incluso una cama, la minoría. Las más amplias, 'suites' bromea Sor Elena, son las de matrimonios, que cuentan incluso con una salita con televisión.

La madre superiora se mueve con soltura por las plantas de la residencia, siempre con una palabra amable para cada residente con el que se cruza en los pasillos o ve en las distintas salas. «Hola Mercedes. ¿A dónde vas?». «A la capilla». «Así me gusta, que seas devota», se despide.

La siguiente parada, los comedores, en la tercera planta. Otro reto de la logística del centro, más por la medicación que tienen que tomar sus residentes que por la dieta. Se tarda dos días en clasificar, en bandejas personalizadas, el reparto semanal de medicinas de cada anciano. Todos sin excepción se tratan de alguna dolencia.

En esta misma planta, la tercera, pueden los internos y sus familiares y amigos disfrutar de su tiempo de ocio en la cafetería, la sala preferida por los hombres para las partidas de dominó o los juegos de cartas.

En el cuarto piso se dispone la enfermería del centro y la clausura y el quinto es de uso exclusivo del personal, con desvanes y «desahogos».

Las Hermanitas de los Ancianos Desamparados solo tienen palabras de agradecimientos para aquellos que hacen posible la subsistencia de la 'casa', como el Banco de Alimentos del Principado o Cajastur, entidad a la que se ha dirigido hace tan solo unos días sor Elena «para pedir ayuda económica y así poder sufragar los gastos de la sala de rehabilitación, que estaba de pena y ahora la hemos recuperado».

Ni del Principado ni del Ayuntamiento de Avilés u otros consistorios de la comarca se recibe subvención alguna, «bueno sí -recuerda al instante sor Elena- el Consistorio abona la luz exterior, que permanece encendida toda la noche». Las donaciones privadas son casi anecdóticas, si bien cuentan con un par de 'bienhechoras' que asumen algunas de algunas partidas puntuales.

La labor benéfica de la congregación le valió el Premio LA VOZ DE AVILÉS a la Acción Social en el año 2007. El periódico reconoció el trabajo de la comunidad en la villa desde 1880, cuando se instaló en la calle de Galiana. Dos años después se trasladaría al edificio que ahora es la actual ubicación de la Policía Nacional en la calle Río San Martín y, desde hace 25 años, cuida a los ancianos en el edificio de la calle de La Sablera, en San Cristóbal.

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