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LAURA FONSECA
Lunes, 25 de junio 2012, 10:54
Cuando Pili España empezó a trabajar como enfermera en el hospital gijonés, Cabueñes no era Cabueñes. Era la residencia sanitaria: un solitario edificio de apenas cuatro plantas de altura que sólo atendía partos y niños y donde sus directores y jefes no eran médicos ni expertos en gestión, sino monjas. En concreto, las de la Orden de La Caridad. Corría septiembre de 1968 y hubo que esperar hasta finales de año para que se incorporaran los primeros cirujanos y algunos médicos especialistas englobados en el único servicio que de aquella tenía Cabueñes: el de Medicina Interna.
Las enfermeras como Pili, que entonces tenía 21 años, usaban «cofia y manguitos en el uniforme». A ella, personalmente, le gustaba más, confiesa 44 años después. En aquel septiembre del 68, apenas dos meses después de que Cabueñes echara a andar, las jeringuillas eran de cristal y había que esterilizarlas en un ebullidor eléctrico «nos daba unos trallazos tremendos». Pili y sus compañeras se encargaban «de doblar las gasas una a una», algo que ahora sería impensable.
María Pilar Menéndez España (Pili España) se jubiló el pasado miércoles como supervisora de planta del servicio de Neumología, ubicado en la octava par. Un día «de emociones encontradas y de nostalgia». También de cara de pena entre sus compañeras, a las que les costaba ocultar la tristeza por la marcha de esta histórica enfermera, casada y madre de tres hijos (todos ellos nacidos en Cabueñes, por supuesto).
Con Pili se va una buena parte de la historia del hospital. Ella era la última enfermera todavía en activo de aquella promoción que llegó a Cabueñes en 1968, cuando el centro hospitalario hacía sus primeros pinitos. «Era todo muy familiar. Médicos y enfermeras trabajábamos codo con codo. Nos conocíamos todos y nos ayudábamos mucho», relata como recuerdos de unos tiempos en los que en la residencia sanitaria había apenas 200 camas, menos de la mitad de las actuales. «Aquello era otra cosa. A veces, cuando queríamos festejar algo, encargábamos tortillas a Casa Suncia y las íbamos a buscar en ambulancia», relata.
Pili había estudiado Enfermería en el Hospital General de Asturias, en Oviedo, porque en Gijón, «donde residía, no había escuela todavía». Acabó en julio de 1968 y, después de disfrutar de unas vacaciones en compañía de una amiga, pensó que en Cabueñes les podían dar trabajo. Habló con la supervisora jefe (una monja) y en septiembre empezó.
Entre los casos que quedaron grabados en su memoria hay dos: el de una chica que sufrió tétanos y que tuvo que permanecer ingresada en una habitación totalmente a oscuras -«fue el único caso que vi en mi vida»-, y el de un «chavalín gitanín que echaba lombrices por la boca».
Dice que en todos estos años no se ha acostumbrado «ni al dolor ni a la muerte» y que le gustan tanto «los pacientes de antes como los de ahora, aunque ahora hay demasiados».
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