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JAVIER BARRIO
Lunes, 25 de junio 2012, 04:38
«Con el 1-0 hubo una especie de pacto de no agresión, porque los dos equipos estaban clasificados. Era como un acuerdo tácito en un determinado momento del partido. Esto ocurre en competiciones de muchos deportes. Pero no sé nada de un acuerdo», aseguró entonces el futbolista germano Hans-Peter Brieguel. Lo decía después de haber disputado, tal día como hoy de 1982, en El Molinón, el que ya se conoce en la historia como el partido de la vergüenza, aquella victoria de Alemania sobre Austria que echaba a Argelia del Mundial de España.
Años después, en 2007, reconoció el amaño. Y las palabras del austriaco Walter Schachner, rival suyo en aquel 25 de junio de 1982, en una entrevista concedida al diario 'Süddeutsche Zeitung', terminaron de evidenciar que el cauce por el que se había desarrollado el partido entre la entonces Alemania Federal y Austria no había sido tan inocente: «En el descanso hubo el acuerdo entre los jugadores de mantener el 1-0, pero yo no me enteré. Por eso estaba desesperado en el campo. No entendía cómo Krankl, nuestro delantero, se colocaba de líbero. Y Briegel no hacía más que decirme: 'No corras tanto'. Como no me enteraba de lo que sucedía, los compañeros dejaron de pasarme el balón».
El Molinón fue testigo de aquella triste jornada que quedó grabada, de forma imperecedera, en la retina del fútbol para sonrojar y disuadir a los que se plantearan en el futuro contaminar el carácter imprevisible de este deporte. Hoy se cumplen treinta años de aquel escándalo futbolístico de enormes dimensiones. Un colosal bochorno que se desarrolló a la luz pública, ante unos cuarenta mil aficionados, sobre el césped gijonés, sin ningún tipo de pudor por parte de los actores de la representación.
Fue tal el descaro del acuerdo suscrito entre alemanes y austriacos, unidos para dejar fuera a Argelia, que EL COMERCIO llevó la noticia hasta la sección de sucesos, en una información que compartió página con un robo de joyas que tuvo lugar en una vivienda de la calle de Juan Alvargonzález y otro en una ferretería de la calle Premio Real. El titular del otro 'robo', el deportivo, no pudo ser más explícito: «Unas cuarenta mil personas, presuntamente estafadas en El Molinón por veintiséis súbditos alemanes y austriacos».
La crítica fue más profunda en el relato del partido. Este diario cifraba las pérdidas derivadas del triste espectáculo protagonizado por ambas selecciones para dejar en la cuneta a Argelia en «doce millones de pesetas, importe del precio de las localidades que habían pagado las personas que acudieron al mencionado recinto». 300 pesetas costaban las entradas de esta primera fase.
El relato inspirador y merecedor de numerosas críticas se escribió en la tarde del viernes 25 de junio de 1982. Fue una jornada movida. Alexander Haig, secretario de Estado del gobierno norteamericano de Ronald Reagan, presentaba su dimisión. Israel recrudecía su campaña bélica en El Líbano. Los cuatro motores de un 'Jumbo', en el que viajaban 239 pasajeros, se paraban en pleno vuelo de camino a Pert (Australia), aunque tras unos momentos de angustia lograrían reactivarse. Y, en el Principado, el aeropuerto «batía todos los récords de entrada y salida de aeronaves», motivado, entre otras cosas, por el partido entre alemanes y austriacos.
El enfrentamiento entre ambas selecciones se enmarcaba dentro del último y decisivo partido de la primera fase de grupos del Mundial de España. Alemania Federal, Austria, Argelia y Chile habían quedado encuadradas en el Grupo 'B'. Disputaban sus partidos en Asturias, en Gijón y en Oviedo. Y esta última jornada venía aderezada con el atractivo de la imperiosa necesidad de los germanos -habían perdido el primer partido ante Argelia (1-2)- por conseguir una victoria ante Austria, el país vecino, para lograr el pase a la siguiente ronda. Y así fue. La FIFA, por aquel entonces, mantenía una norma bastante cuestionable: los partidos de un mismo grupo se disputaban en días diferentes. Argelia había vencido a Chile el día anterior (3-2). Y, en ese escenario, Alemania y Austria eran conscientes de que con un 1-0 dejaban en la cuneta a los argelinos por la diferencia de goles. Ambos accederían a la siguiente fase.
El partido nació, maduró y se resolvió en poco menos de doce minutos. Fue el tiempo que tardó Magath en enviar un balón a la izquierda. Littbarski lo recogió y centró. Hrubesch, totalmente libre de marca, hizo el resto con un cabezazo plácido, fácil, sin oposición. Ahí se terminó el partido. De ahí en adelante, ambos equipos tocaron y tocaron, con una descarada intención, para que el tiempo se consumiera entre abucheos. «¡Que se besen, que se besen!», gritaban enfurecidos los aficionados de El Molinón.
«La FIFA se lava las manos»
Argelia estallaba. «Es inadmisible, bochornosa y de una total desconsideración para el público esta parodia que estamos presenciando», bramaba Mahieddine Khalef, seleccionador de Argelia, mientras observaba, atónito, el desarrollo del partido en la grada de El Molinón. «Los jugadores y alguno más no parecen tener vergüenza. La FIFA se lavará las manos, pese a que un alto cargo está aquí», lamentaba.
La indignación y la rabia de los aficionados, en su mayoría españoles, persiguieron a los alemanes hasta el hotel. En el trayecto, varios seguidores lanzaron huevos contra el autocar. Alguno estuvo a punto de alcanzar a Breitner. Ya en el interior del hotel, el portero Schumacher, desafiante, tiraba una bolsa de agua desde su habitación. Y Hrubesch, Breitner y Rummenigue se asomaban al balcón para encrespar aún más a los aficionados con provocaciones. «Fue una fea jornada para el fútbol», reconoció Franz Beckenbauer.
La implacable ley del fútbol intervendría poco después para reparar de alguna manera el daño hecho a Argelia. Austria quedó apeada en la siguiente ronda. Y Alemania, en la final. La Italia de Rossi, una de las grandes sensaciones del torneo, fue su verdugo (3-1). «Sólo me puedo disculpar ante los argelinos. Merecieron clasificarse para la segunda fase», reconocería Briegel veinticinco años después.
Más allá de la parodia entre alemanes y austriacos, del popular Naranjito, del debut de Maradona en un campeonato del mundo y del Tango, el Mundial de 1982 dejó muchas curiosidades. La selección argelina, por ejemplo, la gran damnificada por aquel partido, aprovechó su estancia en Asturias para hacer gran acopio de pantalones tejanos. Desde su refugio en Ceceda (Nava), organizaba frecuentes viajes hasta Gijón y Oviedo para adquirir esta prenda tan codiciada.
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