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Domingo, 3 de junio 2012, 13:11
En territorios marinos históricos de Avilés, cuando se hable de piélago conviene pluralizar y aplicar el término archipiélago.
Pero aparte de las islas en la mar abierta, están las del estuario. Tan fantásticas como planificadas, tan soñadas como deseadas, tan fenecidas como por nacer. Hablo de las islas de San Balandrán y de La Innovación.
La primera, situada frente al muelle de Raíces, en San Juan de Nieva, permanece aún -en el imaginario popular- fuertemente arraigada (en charlas, libros y fotos) a pesar de haber sido volada en 1947 para facilitar el tráfico marítimo. La gente sigue hablando de ella en presente, porque el cariño ni se compra ni se vende y que, además, tu familia no te olvida.
La isla de San Balandrán (de unos 300 metros cuadrados y discreto arbolado) estaba frente a la playa del mismo nombre y donde la gente se trasladaba, masivamente, en lancha o en motora desde el muelle de Avilés. La experiencia marina, de generaciones de avilesinos, tuvo su principio y fin, en las idas y venidas a este remanso de nombre derivado del mítico santo irlandés (Saint Brandan).
Un microcosmos al mejor estilo de Julio Verne. En paraje de otros encantos naturales, atrayentes, como la peña de El Caballo, marismas de Zeluán, de Maqua o el antiquísimo y misterioso poblamiento de Nieva.
Pero sobrevino, hacia 1950, la industrialización de Avilés, brutalmente, y el espectáculo tiñó a negro.
Años más tarde, la ría volvió a ponerse guapa, con agua de color agua, y un espectacular paseo marítimo, aderezado con un conjunto escultórico de tres conos (popularmente, cuernos) de 30 metros de altura, obra del avilesino Benjamín Menéndez. Fue la época del ex alcalde Manuel Ponga como presidente portuario (1999-2007), quien -por cierto- en 2006 anunció la llegada de cruceros a la ciudad, ante la incredulidad de los ciudadanos. Acertó e hizo historia.
Y fue el 26 de marzo de 2008, cuando el Principado hizo público el embarazo de la ría. No se facilitaron fechas del parto -que se predijo dificultoso y a largo plazo- pero si el nombre de la criatura: Isla de la Innovación.
Y deducimos que si la encinta ría iba a ser la madre, el padre era el Niemeyer. De esta forma se fundían lo más antiguo y lo más moderno de Avilés para dar a luz a una isla de la que se espera ocasionará una de las mayores transformaciones urbanísticas de España y que ha interesado, técnicamente, al arquitecto Norman Foster y, económicamente, al mediático actor Brad Pitt.
Y así entre unas islas y otras circuló una coplilla: «Oh ría, tantos inviernos / y veranos maltratada / y ahora saneada / de polvo y lodos eternos... / ¿Por qué te han puesto los cuernos / y te dejaron preñada?»
Total que si no hubiesen volado la isla de San Balandrán, no hubiese podido pasar -el 2 de mayo de 2012- un crucero con mil turistas extranjeros a bordo, para atracar en muelle contiguo al mundialmente famoso centro Niemeyer -hoy, esperando justicia histórica- generador de la anunciada Isla de La Innovación.
Dudo que haya -en el mundo- una ría con tan fascinante y fabuloso archipiélago, tan insólito como asolado, tan embarazoso como embarazado. Visto y no visto.
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