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XUAN BELLO
Domingo, 29 de abril 2012, 11:59
Los comerciantes del Fontán dejaban allí sus dineros y yo hoy, sentado en su barra, me imagino el murmullo de este casi siglo y medio, el murmullo de la historia cantando su olvido y que resuena en el vaso de vino bueno que Julio Redondo de La Vega, el actual propietario, me sirve con esa delicadeza antigua propia de quien sabe hacer las cosas. Me dice:
-Pero tú pon ahí que yo no llevo aquí 140 años -y se ríe con sus 77 años de bonhomía.
Regenta este vetusto local desde 1985 pero se siente heredero de una institución por la que, hablando en general, se cruzan todos los caminos del mundo. Nacido en Llames de Nava, muy joven cruzó el charco y se fue a buscar trabajo en Brasil. Estuvo un año en Sao Paulo. A los quince días de llegar se le acabó el poco dinero que llevaba de casa y no encontraba trabajo. Deambuló por la ciudad y dio con un bar. Entró, dijo algo y algo en su acento denunció su procedencia.
-¿Usted de dónde es? -le preguntaron en portugués.
-De España -contestó Julio.
-Pero de España, ¿de dónde? -insistieron.
-De Asturias del concejo de Nava.
-Pues mira tú que casualidad -le dijeron ya en asturiano-: yo soy de Ceceda.
Aquel paisano le ayudó todo lo que pudo. Le dijo que no se preocupase y que, entre que encontraba modo de trabajar y no, allí tenía desayuno, comida y cena.
-Viene ese señor una vez al año por Asturias y pasa por aquí a ponerme al tanto de sus progresos. Le va muy bien. Saca la cartera para pagar la consumición y yo le digo: «¡Esa cartera quieta!»
A pesar de tener buenos amigos en Sao Paulo, a Julio Redondo le dio que iba a estar mejor en Buenos Aires. Allá se fue, pero no sin dificultades. Intentó cruzar la frontera por el Paso de Los Libres, pero le dieron la vuelta por no tener documentación.
-Entonces eran muy rigurosos y, sin pasaporte, en Argentina, no se podía pasar -me dice al tiempo que un cliente entra y dice: «Buenos días, don Julio». Y don Julio le dice en referencia al partido entre el Barcelona y el Chelsea:
-¿Ya te repusiste de la derrota del otru día? -y vuelve a lo que me estaba contando.
Se encontró, por casualidad, con un peronista exilado y le expuso su problema. El peronista tenía amigos al otro lado de la raya y se lo arregló. Entró sin documentación alguna en Argentina un día en que había huelga de trenes. Desde el Paso de Los Libres hasta Paraná viajó en autobús (de pie, pues cedió su asiento a una anciana). Y de Paraná, a Buenos Aires.
En la capital argentina, como a tantos asturianos, le fue muy bien hasta que la crisis del corralito, en 1985, obligó a tantos ciudadanos del país hermano a buscarse la vida fuera. Con su mujer y sus dos hijos se vino para aquí. Buscó qué hacer y se encontró con Casa Bango. Desde entonces él lleva el negocio.
-En 1971 se derrumbó este edificio. Fue muy sonado. Afortunadamente sólo hubo un herido de consideración y creo que salió bien del hospital. Las cocinas del restaurante estaban en el piso de arriba y al derrumbarse el edificio todo el hollín de la cocina y de la chimenea lo cubrió todo. Los clientes, asustados, salían negros como mineros. En otro de los pisos superiores dormía un bebé en su cuna. Entre el humo y la polvareda se distinguió el llanto. Milagrosamente no le había pasado nada al niño.
Flanqueada por los puestos de las floristas -otra instutición- Casa Bango tiene toda la pinta de querer perdurar, al menos, otras 140 primaveras más. Julio Redondo, sin embargo, está preocupado:
-Lo hablo con los comerciates de la zona, lo hablo con los clientes. A ver si esta crisis pasa pronto.
Pasará, como pasan los años, y quedará lo importante -la vida- enmarcada en olvido que se renueva día a día.
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