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MIGUEL CANE
Miércoles, 26 de octubre 2011, 04:37
Andrés Neuman es todavía muy joven (nació en 1977) y sin embargo es uno de los escritores de mayor proyección en la actualidad. El propio Roberto Bolaño, antes de morir, lo dijo: «[Neuman es un]tocado por la gracia. Ningún buen lector dejará de percibir en sus páginas la alta literatura, aquella que escriben los poetas verdaderos. La literatura del siglo XXI le pertenecerá a él y a unos pocos de sus hermanos de sangre». No obstante, el ganador del Premio Alfaguara de Novela (por 'El viajero del siglo') es alguien que no pierde la sencillez ni la jovialidad, si bien en su obra el humor, el dolor y todas las emociones intermedias están siempre presentes. Tal es el caso de 'Hacerse el muerto', una obra editada por Páginas de Espuma que se presenta hoy a las seis y media de la tarde en La Librería de Bolsillo de Gijón (calle de Adosinda, 3), con presencia del autor, que charló antes con EL COMERCIO.
-En estos tiempos en que Philip Roth clama a los cuatro vientos la muerte de la novela, ¿piensa que tiene razón? ¿Es el cuento el último bastión de la narrativa?
-A veces abusamos del apocalipsis. Me parece natural que a la edad del gran Roth uno sólo vea, como decía Quevedo, recuerdos de la muerte. Pero la novela vive agonizando, y esa es su salud. Mientras quede un solo ser humano hablando, habrá narrativa. El cuento, más que un último bastión, tiene algo de célula originaria. Quizá la cultura no sea más que un conjunto de cuentos que se transforman constantemente.
-Partiendo de esto: ¿a qué diría que se debe la creciente popularidad de la microficción?
-Se me ocurren múltiples causas relacionadas entre sí. La velocidad diaria. Nuestra impaciencia. Las nuevas editoriales, que le han dado un espacio propio. Las nuevas tecnologías, que han multiplicado sus posibilidades. Los nuevos críticos, que se han dedicado a investigarla. Pero la micronarrativa no es solo una forma de escribir, sino también de leer. Los microtextos han existido en todas las épocas, pero ahora los releemos con cierta conciencia de género.
-'Hacerse el muerto' fue escrito con el espíritu, no solo con literatura. ¿Sería correcto decir que es catártico no solo para el autor -por razones obvias- sino también para un posible lector?
-Fue un libro duro y a la vez emocionante de escribir, a veces por razones personales, como la muerte temprana de mi madre. Escribir lo que duele cumple cierta función catártica, pero eso no me parece suficiente motivo para publicar un libro: el lector no tiene la culpa de tus traumas. Si uno va a trabajar con dolores íntimos, conviene que su tratamiento sea universal. Si me atreví a incluir algunos cuentos sobre la pérdida de un ser amado es porque sentí que era un dolor compartido y quizá comunicable. Desgraciadamente, todos hemos pasamos o pasaremos una temporada en el hospital, que transforma nuestra conciencia.
-¿Diría que el horror y el humor van tomados de la mano? ¿El uno sin el otro no puede ser?
-Supongo que en parte es verdad, al menos en este tiempo. En 'Hacerse el muerto' hay también muchos relatos humorísticos, eróticos o satíricos, narrados desde la risa y el placer. No concibo el humor como una ligereza, sino como una forma de supervivencia, de afrontar lo terrible con ganas de vivir. Me interesa cada vez más el tono tragicómico, que nos hace pasar en un segundo del llanto a la carcajada. Hay algo artificial en que una historia nos dé risa o pena todo el tiempo. La vida se parece más a una montaña rusa. Y me temo que en realidad, tiende al humor negro.
-¿Cómo encuentra el escritor, el narrador, tiempo para hacer de orfebre en un mundo tan convulso, tan saturado como el que hoy nos toca?
-Creo que, precisamente porque la realidad es convulsa y nos satura, necesitamos leer y escribir. La ficción nos devuelve todo el tiempo que hemos perdido.
-¿Existe el escritor como Rock Star, al estilo Lady Gaga o David Bowie? ¿O se trata de un oficio que exige otro tipo de manifestaciones, acaso más humildes?
-La escritura me parece un fenómeno tan silencioso, tan íntimo, que me cuesta encontrarle parecidos con un concierto de rock. Los escritores a veces vamos de gira, sí. Pero viajamos en turista y tenemos dificultades con la ropa sucia. Ahora mismo, por ejemplo, acabo de quedarme sin camisas. Por cierto: a mí, Bowie me encanta.
-¿Qué libro tiene en la mesilla de noche? ¿Qué le acompaña al volar?
-Suelo tener un libro a medias en cada habitación de la casa. Algunos de mis favoritos están en el baño: ese lugar donde, a la fuerza, todo es paz y concentración. En la mesilla de noche ahora mismo tengo una novela de Virginia Woolf, el diario de Ribeyro y un libro de poemas de Charles Simic. Para volar no estaría mal algo de Novalis, que era tan aéreo.
-¿El libro electrónico matará a la librería o siempre existirá el refugio de la librería del barrio?
-Espero que las librerías, esos lugares amados, jamás desaparezcan. Pero imagino que tenderán a transformarse. Una librería no sólo vende libros, también es un lugar de encuentro afectivo y orientación cultural. Pienso que libro impreso y digital convivirán perfectamente. Ambos tienen ventajas específicas. Internet y Gutenberg tampoco se oponen: también compramos libros impresos a través de la Red. Tengo la impresión de que estamos un pelín obsesionados con los cambios tecnológicos. Hasta que no dejemos de debatir a diario sobre ellos, no los habremos asimilado.
-¿Hacia dónde va la narrativa joven? ¿Ya hemos visto algún primer clásico? ¿O será una generación perdida gracias a internet?
-Líbreme Rimbaud de señalar ni profetizar hacia dónde van los nuevos autores. Espero que cada uno vaya hacia donde le dé la gana, con total independencia y sin seguir consejos de nadie, empezando por mí mismo. Me gustaría escribir algo que fuera todo lo contrario de lo que he escrito. Nada me hace tan feliz como aprender a escribir en cada libro.
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