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Domingo, 25 de septiembre 2011, 10:41
Los puntos de inflexión en la vida de una persona llegan cuando menos se esperan. Pero en ese momento, lo pasado cobra más sentido, el presente se llena de intenciones y al futuro sólo se llega poniendo medios para alcanzar esas posiciones soñadas.
Algo así es lo que le ocurrió a Carlos Alba hace casi veinte años, cuando tomó conciencia de lo que significaba para él subirse a un escenario. Este avilesino estudiaba Periodismo en Madrid y un buen día decidió apuntarse a un grupo de teatro universitario. «A partir de ahí, aunque pudiera parecer que con 20 años eres mayor para empezar en esto de las artes escénicas, todo cambió para mí».
Y debe ser cierto, ya que en aquella diáspora madrileña empezó a crecer el personaje de 'Cellero', que es como se le conoce hoy en el mundillo de los monólogos y los cuentos tradicionales. Ese era el sobrenombre de su bisabuelo, un carretero de Gozón «que cuentan era todo un personaje», refiere Carlos. Sus chismes, sus historias, sus parrafadas y sus exabruptos son una pequeña leyenda en Avilés, que la familia Alba ha hecho perdurar en la localidad gozoniega de Cardo. «Allí mis primos y yo escuchábamos historias que contaban los mayores en la quintana, y de pequeño recuerdo también ver monólogos en ferias y romerías». Eso y descubrir los relatos humorísticos de Marcos del Torniello o el volumen antológico de cuentos tradicionales que editó Josefa Canellada en Editorial Ayalga fueron afianzando una pequeña obsesión que acabaría estallando del modo más inesperado: Una mañana del Rastro madrileño Carlos acabaría encontrando un viejo disco de vinilo de José Laguardada. «Era un monologuista antiquísimo cuya casa estaba a medio kilómetro de donde yo vivo hoy», explica con la sonrisa del que se sabe en posesión de un pequeño tesoro.
Se cerraba así un círculo, el de las raíces, el humor y las vueltas por el mundo, que echó a rodar el día en que Carlos empezó a contar en escena sus ocurrencias con sabor local pero a la vez universal. De ahí nacerían los cuatro pilares de su producción: el propio Cellero, un 'abuelete' al que no le van mucho los cambios que ha traído la modernidad a Asturias. Luego viene 'El Pola', un yonqui de las cuencas, «de unos cuarenta años, que decide volver al instituto para contar a los chavales lo que ha sido su vida», asegura su 'alter ego'. O 'El Juglar', con un poso medieval «que supone trabajar textos antiguos, con todas las dificultades que conlleva». Y también 'Alonsomanía', un híbrido que refleja lo que ha supuesto el piloto en la sociedad asturiana, a cuenta de un anciano (el propio Cellero) que inventa vehículos imposibles para remedar al 'Nano'.
Pero aunque pueda parecer que el trabajo de Carlos es sólo subirse a las tablas y decir cosas, la realidad es otra. «Consiste en escribir mucho, encontrar historias en libros y por los pueblos, sentarse a diseñar las actuaciones, crear los 'gags' y anotar sucesivamente lo que funciona y lo que no». Empaparse de un montón de temas, en suma. Un proceso que puede llevar más de un año para hacer un espectáculo que al final llegue a la hora de duración. De ahí que su última creación 'La ley del cuchu', la califique como su favorita, dando rienda suelta al lado escatológico y telúrico de una Asturias que es tan urbana como rural.
Y como nadie hace nada solo, Carlos se apoya en su compañera, educadora social, para llenar contenidos de 'El Pola'. O se une al guitarra Rafa Kas para el espectáculo de rock y palabra 'Caleya urbana'. Y actúa con la compañía Nun Tris. Y cuenta cuentos para bebés con un inusitado éxito pedagógico, entre otras muchas facetas.
Son los pasos sólidos que ha dado el que ya es una referencia en el mundo de la palabra hablada en Asturias. El relevo de contadores de solera como Milio'l del Nido o Paco Abril ya tiene sucesor, y pisando fuerte.
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