PARROQUIAS DE GIJÓN

L' Abadía de Cenero, historia de todo un milenio

Su pasado de romanización y feudalismo dio paso a una población unida, pese a repartirse en 14 barrios, que hasta hace poco vivía del campo

PPLL

Viernes, 10 de diciembre 2010, 09:19

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L'Abadía de Cenero es grande y verde. Exactamente igual que el texu que crece desde 1718 delante de la iglesia parroquial de San Juan Bautista. Este árbol es el símbolo de una parroquia con más de mil años de historia, que esconde un pasado de romanización y feudalismo. De una parroquia orgullosa de la vida que rodea al templo que comenzó a construirse en 1260 y es considerado por muchos como la catedral del románico gijonés.

Tanto, que hasta hace muy poco engalanaban el árbol cada año: «Lo adornábamos con luces de Navidad. Subíamos con escaleras, así que era muy peligroso. Los dos últimos años, lo hicimos con una grúa, más segura, pero salía muy caro, así que lo dejamos». Toda una excepción. Porque no es habitual, posible o probable escuchar a los vecinos de L' Abadía de Cenero darse por vencidos. Quién iba a decir que la dificultad para colocar la estrella de más de tres metros que coronaba el árbol iba a poder más que todas las intenciones consistoriales.

Cuando en 1976 se decidió ubicar el basurero de la ciudad en Pica Corros, los deseos del Ayuntamiento acabaron estrellándose contra la negativa de los vecinos, que se expresaron de muy diversas formas. Firmaron como protesta en el cuartel de la Guardia Civil, hicieron guardia cada noche para evitar que los camiones pasaran al basurero -«aunque fuese necesario ponerse un par de pantalones, por el frío»- y, en más de una ocasión, recibieron «madera» de las autoridades. Pero hubo otras actuaciones más 'convincentes'. Cortaron eucaliptos para cerrar la carretera, echaron aceite para que los camiones se saliesen de la vía y quemaron la pala del basurero. Hicieron todo lo necesario hasta que dos años y medio más tarde quien se rindió, por aburrimiento o impotencia, fue el Ayuntamiento.

Los bailes de Rosalía

Los vecinos se defienden como gato panza arriba para preservar la parroquia que hicieron popular hombres como José Sánchez 'El tambor de la Abadía', antes de abandonar Caraveo para irse a hacer las Américas. Aunque ya ha llovido desde los años 20 y han pasado décadas desde su muerte, aún le recuerdan como «uno de los personajes más conocidos de la parroquia en todo el concejo».

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Igual de recordados son los bailes de Rosalía, en la Robellada, donde también había cine. Al principio, los mozos bailaban al son del organillo y, más tarde, de la gramola. También podían verse películas en el Bar El Roxu, en Sotiello, que fue un importante centro social durante la República. Su vinculación con la CNT le aseguró una pronta destrucción; pero cuando cayó el cuartel de Simancas, durante la Guerra Civil, los vecinos de Carbaínos recuperaron sus ruinas como centro social. Sólo duró año y medio y algunos pagaron el atrevimiento con su vida.

Otros lugares, como Casa Ángel, sirvieron para distintos fines con el paso de los años. Así, lo que antes de la guerra era un baile se convirtió después en sede de la Falange.

Con el tiempo, fueron testigo de la pujanza del Bar Pinzales. Durante mucho tiempo, conservó la costumbre de organizar un baile todos los jueves y sábados; aunque cuando dejó de hacerlo, en 1988, ya era conocido como 'el desguace', por la edad avanzada de los asistentes. Y todavía hoy -sin baile, eso sí- el Bar Pinzales continúa siendo uno de los más importantes puntos de divertimento de la parroquia.

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Tal vez por su larga trayectoria, L' Abadía de Cenero no tiene prisa en dejar atrás fórmulas que aún funcionan. Por esa razón, la parroquia conserva todas las cooperativas de aguas fundadas desde principios de los años 60: «Los vecinos que así lo quisieron pudieron engancharse a la EMA, pero algunos optaron por no hacerlo, ya que las cooperativas continúan dando un buen servicio. Aún así, somos conscientes de que todo se termina y acabarán muriendo ellas solas. En cuanto nosotros faltemos, ¿quién las mantendrá?».

«Si estornudaba uno...»

Como en casi toda la zona rural, el concepto de vecindario ha cambiado. «Para nosotros, los que viven a tres kilómetros son nuestros vecinos. La gente nueva no conoce al de la puerta de en frente», confirman los habitantes más veteranos. La unión entre los vecinos era muy importante cuando las condiciones no ayudaban: «Si estornudaba uno, marchaba la luz. Hace poco más de diez años, cambiaron el cable, que con un trueno se iba al garete, por la manguera».

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Sigue habiendo madreñes en las puertas, pero los niños ya no las utilizan para ir a las muchas escuelas de las que podía presumir la parroquia en Sotiello, Pinzales, Veranes, Peñaferruz y Carbaínos. Carlos Trabanco, sin embargo, continúa recordando aquellos paseos que le han dejado alguno de los recuerdos más importantes de su infancia. «A 200 metros de la escuela de Pinzales había un puentucu donde íbamos a jugar. El hermano de José Luis (Álvarez) encontró una anilla y Benigno Lozano, la granada. Nos peleamos por ser quien juntase ambos elementos, pero como no nos poníamos de acuerdo, uno dijo '¡Ni pa ti ni pa mí!' y lanzó la granada a la carretera. Hicimos un boquete enorme y, hala, para el hospital con metralla en les piernes». No se fiaban mucho de la comprensión de los agentes que se acercaron a investigar lo ocurrido, «así que los mayores de entre los que estábamos allí se agarraban a las patas de las sillas para que no se los llevaran».

Con granadas y todo, la mayoría de los vecinos crecían fuertes. Como José Luis Rodríguez, quien a sus 95 años «todavía trabaya de estrella a estrella. Y eso que estuvo cuatro años durmiendo por los montes cuando la guerra». Lo hace con una salud de hierro. Como la de su parroquia.

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