JOSÉ ÁNGEL CAPERÁN
Martes, 12 de octubre 2010, 05:14
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Quizá no haya una palabra más arrastrada, infravalorada y denostada como 'política'. Los grandes gurús del tema son simplemente personas vinculadas a este mundillo que aún no han perdido el sentido común de la calle y se erigen casi como oráculos de los partidos. Ustedes y yo no somos políticos, nos enfadamos y echamos pestes a la 'tele' cuando oímos lo que a nuestro juicio nos parece un error o una infamia. Creemos que esos seres son como nosotros, que si están cometiendo lo que a todas luces es un claro error es que lo están haciendo con alevosía. Nada más lejos de la realidad, los líderes políticos no ven los errores que ustedes y yo vemos.
En primer lugar, porque el sentido de la autocrítica es nulo, pues nadie les lleva la contraria y, en caso de llevársela, es desoída porque el 99,9% de las veces proviene de la trinchera contraria. En segundo lugar, porque la vida política es una pecera, un político es el ornitorrinco de la sociedad, sus circunstancias le hacen imposible conocer la realidad tal y como nosotros la vemos. Aún recuerdo cuando a Luis Sepúlveda le preguntaban en la Aduana:
-¿Profesión?
-Escritor.
-¡Le he preguntado la profesión!
Pues bien, ser político no es una profesión de verdad, ser político es lo que yo llamaría una profesión-personal, es decir, aquella en que la persona y el profesional se funden en una sola forma de pensar y actuar. En este caso, no existe deformación profesional, sino deformación completa. Pensándolo bien, no se diferenciaría mucho un político de una monja de clausura o de un predicador evangelista.
Hemos dicho que la política es una pecera, pero me ha quedado corto. En esta pecera, los peces pertenecen a sectas que les impiden mezclarse con sus congéneres, incluso dentro del mismo acuario. De esta manera, hay tantas cláusulas que nos separan de ellos -más bien ellos se separan de nosotros- que no puede darse una relación normal entre político y ciudadano;, no puedes empatizar con alguien que está metido en dos burbujas de plástico: una, el propio ámbito de la política y otra, el propio partido.
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Asimismo, tenemos los políticos vitales y los políticos vocacionales. Tendemos a creer que los políticos vocacionales son aquellos que se han educado en las bases de los partidos y nunca han vivido fuera de la política. Falso. Éstos son los políticos vitales, la casta más alejada de nosotros, la más endogámica y alejada de la realidad. Los vocacionales son aquellos que siempre han vivido en el mundo real y sus propias virtudes les han encaminado a sentir la necesidad de vivir la política como autorrealización; sin embargo, éstos suelen darse de bruces con la realidad de los partidos que queda lejos de ser el ideal griego de Democracia, Véase el ejemplo más claro de desengaño político que experimentaron Luis Herrero o Manuel Pizarro. Por otro lado, los políticos vitales, a los que los medios de comunicación llaman «de casta», son la clase dirigente que ha llegado a la cúpula a base de la estrategia de: no llamar la atención más de lo necesario; no ofender a nadie que luego pueda volverse en tu contra, y estar en el lugar oportuno en el momento oportuno. Este plan se rige por dos principios básicos de la política: Principio de Tragarse el Orgullo y Principio de Tener Paciencia.
Estando así las cosas, en España la cultura política la marcan los políticos vitales, los que mejor entienden las reglas del juego que ellos mismos diseñaron. Aún así, los políticos, aun siendo raros para nosotros, son humanos, y como humanos tienen emociones, y ello condiciona sus actos cuando el partido ocasionalmente les da la libertad de dar su opinión.
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En las recientes primarias del PSOE madrileño se daban dos candidatos que eran políticos vitales, pero uno de ellos con el apoyo del líder supremo de su pecera. ¿Quiere decir esto que como tiene el apoyo del líder supremo el resto de pececillos obedecerá al jefe? Quizá todo lo contrario. Recuerden que hemos hablado del Principio de Tragarse el Orgullo. El PSOE madrileño lo ha hecho durante muchos años de mayoría absoluta del PP. Incluso sufrió el 'tamayazo', todo ello bajo la Presidencia de Zapatero. Además, en la capital, a la vista y juicio de todos sus compañeros pececillos, algunos gordos y otros engordados.
Una maldad muy común en política es la humillación, lo que ahora se llama 'mobbing'. Asimismo, existe una emoción muy común en la política que es el resentimiento. Si, por circunstancias de la democracia, un político traga, traga y traga, y, por fin, un día puede dar su opinión escudado en el anonimato del sufragio, tenga por seguro el lector que el signo del voto lo marcará la emoción con la que vayan a la urna y no la disciplina de una pecera que le es ajena. En el recuento, no dude de que la bilis impregnó el papel de los sobres de Tomas Gómez. En política hay que ser inteligentemente emocional. No hace falta saber ver el futuro, sólo hay que mirar a los ojos de quien te escucha y cómo te contesta. El resentimiento es difícil de esconder.
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Visto el resultado de las primarias del PSOE madrileño, alguien habrá pensado: ¿a quién se le habrá ocurrido hacer democracia de partido? La mayor parte de las veces, unas primarias son la oportunidad para descargar las emociones más reprimidas de unos políticos que se convierten, más que nunca, en seres humanos dolidos en su orgullo y vengativos en sus intenciones.
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