El váter de King Kong

Está claro que en Gijón no nos gusta que nos impongan los nombres y preferimos denominar como nos da la gana a esculturas, manifestaciones artísticas varias u otras muestras de mal gusto que adornan la ciudad. Sólo aquí podríamos denominar de una forma tan contundente como 'La Lloca' a una efigie que trataba de simbolizar el sufrimiento de una madre cuyo hijo se veía forzado a emigrar. Con otras masas informes y corroídas, pasamos directamente a llamarlas 'chapinas' o 'chaponas', sin mayores ceremonias. Y cuando el insigne Eduardo Chillida coronó la atalaya del cerro con una obra que pretendía ser cumbre, fundiendo en un abrazo mar y tierra, apareció un listillo y lo bautizó como 'el váter de King Kong'.

No han sido nada fáciles estos veinte años de relación de la ciudad con el Elogio del Horizonte. Comenzando por su inauguración, en la que todo el que tenía una reivindicación pendiente quiso hacerse notar -Jimmy Jump, al lado de ésos, un aficionado-. Después, nos costó captar el fundamento de la obra que, evidentemente, no era ni una puerta del baño del instituto para llenar de rimas escatológicas, ni un aliviadero de aguas menores para momentos de nocturnidad.

Tampoco ayudó nada la obsesión municipal de presentar el 'Elogio' como símbolo de Gijón, incluyéndolo en cualquier notificación, cartel y folleto que se preciara. Y es que, bien mirado, una ciudad que tiene como símbolo un váter, no parece el sitio más agradable para visitar, ¿no?

El tiempo lo cura (casi) todo y hemos acabado haciendo las paces con el pobre 'Elogio'. A fin de cuentas, tampoco molesta tanto, y ahora que el maestro Chillida se ha ido, podemos llegar a la conclusión de que es una obra única y que tampoco andamos tan sobrados en Gijón de puntos singulares como para aparecer en los libros. Además, tampoco es tan grave la cosa de exhibir un váter en lo alto de una colina. Peor sería encontrarse un culo de bronce en mitad de la calle, ¿no?