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La batuta que refundó la OSPA
Cultura

La batuta que refundó la OSPA

Volverá a Oviedo en noviembre con la representación de 'Katia Kabanova' dentro de la temporada de ópera Max Valdés se despidió el viernes después de 16 años al frente de la Sinfónica de Asturias

RAMÓN AVELLO

Domingo, 6 de junio 2010, 04:29

Aunque partir sea morir un poco, una despedida no es lo mismo que una necrológica. Más aún cuando el que se va, guarda en su bolsillo varios billetes de vuelta. El primero, el próximo noviembre, dentro de la temporada de ópera, con la representación de 'Katia Kabanova' de Leos Janácek. Luego volverá como director invitado de su Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias (OSPA), en varios conciertos de las siguientes temporadas sinfónicas.

Maximiano Valdés llegó a la dirección titular de la OSPA en 1994. Cinco años antes, la anterior agrupación -La OSA- en la que se formó como director Victor Pablo Pérez, se disolvió. Los comienzos de la OSPA, entre el sainete musical y la orquesta de las vanidades, no fueron sencillos, pese a la selección profesional y muy buena de los músicos. El primer director titular, Jesse Levine, realizó una correcta labor en los empastes de las cuerdas, pero a la orquesta le faltaba unidad y coherencia. Como director invitado, Valdés tocó con la OSPA, si la memoria no inventa, hacia finales de 1993. En el programa, la 'Sinfonía 40 de Mozart'. La orquesta sonaba como si fuese otra. A la salida del concierto, Inmaculada Quintanal, entonces gerente de la Orquesta, me preguntó qué me había parecido. «El ¡Bravo! que oíste, fue mío», le dije. «Pues queremos que sea el próximo director titular», me respondió Inmaculada. Y así fue.

Indudablemente, Valdés cohesionó la orquesta. Hizo de muchos músicos, gente que, como dice Guillén, «ahora, juntos, se ponen a vivir de acuerdo». En la vida interna de la orquesta tuvo algún roce no pequeño con el anterior gerente, pero siempre encontró el apoyo de los músicos y el respaldo del público. Como director, defendió la causa asturiana. Tanto en los jóvenes creadores, como Jorge Muñiz y Ramón Prada, como en la dedicación discográfica a Julián Orbón, el mayor sinfonista asturiano, del que, por cierto, la Filarmónica de Viena interpretará el próximo Octubre, en el Carnaby Hall, de Nueva York, sus 'Tres versiones sinfónicas', la primera obra que tocó, en su concierto inaugural, la OSPA. Tal vez por querencia familiar Valdés tiene unas preferencias interpretativas bastante marcadas: La música de la primera mitad del siglo XX, con autores como Prokofiev, Strawinsky y muy especialmente la música francesa desde Debussy y el postromanticismo alemán. Aquí nos encontramos al director más comunicativo, que trasciende la contenida corrección para proyectar y crear la emoción. Estas preferencias han ayudado a abrir, especialmente en la ópera, el gusto del público.

Valdes es un hombre atractivo, culto, con carisma y de trato cercano. Con su partida concluye una etapa central de la OSPA, la orquesta de la que más que su director, fue su hacedor, su creador. Y la concluye con el orgullo de las cosas bien hechas, y la satisfacción y alegría de sentirse querido y admirado.

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