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JOSÉ ANTONIO GONZÁLEZ
Miércoles, 24 de noviembre 2021, 21:21
La preocupación por la privacidad ya no es exclusiva de los usuarios en internet, también está en el centro de la toma de decisiones de ... algunos gigantes tecnológicos y ha abierto una guerra multimillonaria en Silicon Valley. Una de las máximas en la Red de redes es «si algo es gratis, el negocio eres tú».
Los datos son el oro más preciado por los responsables de las redes sociales. Y desde abril el gigante Apple ha cortado en seco el flujo constante de información hacia éstas. Desde el correo electrónico hasta los gustos más personales, sin olvidar el número de teléfono móvil, una información valiosa que al final llega a los anunciantes previo paso por caja.
La llegada del Reglamento General de Protección de Datos de la Unión Europea (RGPD) y la transparencia en el mundo empresarial ha dado un vuelco al tratamiento de la información privada en la esfera tecnológica. La multinacional con sede en Cupertino ha sido la primera en dar el paso y ha generado un importante terremoto financiero en las redes. Lo hizo aprovechando que iOS actualizó su sistema operativo al 14.5, una modificación de servicios que incluía una función novedosa: 'app tracking transparency'. Con esta herramienta, los usuarios de iPhone, Mac o iPad son los que deciden qué comparten realmente y cuándo lo hacen.
Un movimiento empresarial estudiado. Hoy día el modelo de negocio de Apple es la venta de sus productos, no el aprovechamiento de los datos con fines comerciales, a diferencia de sus competidores Google y Facebook. Esta última, junto a sus filiales Snapchat y Twitter, ha sufrido un duro golpe que ya se ha dejado notar en sus cuentas de resultados: casi 10.000 millones de dólares es la cifra que han podido dejar de ganar estas tres firmas del emporio de Mark Zuckerberg por la nueva estrategia de la empresa billonaria fundada por los dos Steves, Jobs y Wozniak.
Solo con acceder a cualquier red social -cada una recopila luego más o menos datos-, la primera información que se solicita es una dirección de correo electrónico, nombres, apellidos y, en algunos casos, la edad. Bien es cierto, que cada plataforma recopila más o menos datos. Sin embargo, sin que el usuario se dé cuenta, la plataforma -como ocurre también en muchas páginas web- va acumulando más referencias sobre el dispositivo de acceso, localización, hora e incluso el navegador desde el que se accede. Ahí comienza el perfilado de cara al futuro negocio, esto es, su aprovechamiento publicitario y comercial, pero cualquier paso, cualquier 'clic' es registrado y captado. Un 'me gusta' a una página de fútbol es un interés valioso para anunciantes deportivos y una foto subida en el local nocturno de moda o en algunos restaurantes es interesante para segmentar más los anuncios que recibirá.
El fin más habitual de estas prácticas es segmentar las audiencias, la verdadera mina de oro de las redes. Cuanto más detalle de los usuarios, mayor hiperpersonalización de la publicidad y con ello más éxito de las campañas. Por ejemplo, Google gestiona más de 40.000 búsquedas por internet cada segundo, Instagram publica más de 50.000 fotos cada minuto y la red laboral LinkedIn recibe más de 4,2 millones de solicitudes de trabajo cada hora.
Una información muy valiosa cada vez más acotada a este lado del Océano Atlántico. En la otra orilla, la legislación es mucho más permisiva y ha dado pie ya a los 'brokers' de datos o 'data broker'. Recogen y venden listas de perfiles, no solo para envíos de correos electrónicos sino también para aseguradoras, farmacéuticas y organizaciones políticas sobre datos considerados sensibles. Unas prácticas a las que las autoridades estadounidenses tratan de poner coto, pero sin éxito.
Esa recopilación es muy valiosa para las empresas, ya que permite sugerir información a los usuarios en internet y las redes sociales. Además, posibilita definir patrones de comportamiento de los consumidores, dado que se registran días, horas y, hasta ubicaciones de las interacciones para definir incluso estilos de vida.
Contarlo todo en las redes sociales deja la puerta abierta a que cientos de personas puedan rastrear la vida del usuario. La huella digital es un concepto aún desconocido para muchos, pero que puede dar origen a ataques cibernéticos muy sofisticados como el 'hacking' psicológico.
Este delito es una mezcla de asalto y ciencia. Emplea habilidades sociales y conocimientos técnicos para hacer que una persona realice una acción o revele información que sin la influencia social no hubiera aceptado.
El atacante consigue que las personas actúen de una forma voluntaria, quedándose además las propias víctimas con la sensación de haber hecho lo correcto. Busca tener acceso a información confidencial, robar o suplantar identidades. Una foto en redes sociales, un correo de registro a una promoción o un 'me gusta' a un tuit, acciones aparentemente sin peligro pero que suponen cabos que se pueden atar y conseguir la radiografía perfecta para luego sufrir una estafa.
El éxito de este tipo de delito radica «en los sesgos cognitivos de los seres humanos», apunta María Laura Mosqueda, CEO y fundadora de TechHeroX, una 'startup' de tecnología educativa. El más repetido, dice, es el del punto ciego: «Todos los humanos nos creemos invencibles y pensamos que nunca nos va a pasar».
Así, «se baja la guardia y volvemos a ser el eslabón más débil de la cadena de seguridad», avisa esta experta. Durante la pandemia actual de covid, la adopción de la tecnología fuera del trabajo ha dejado esa puerta abierta a una menor conciencia colectiva de proteger la información en la Red y «eso ha provocado un aumento de ataques con éxito», añade.
El segundo paso es el sesgo de representatividad, que facilita la entrada a extraños en áreas de información sensible haciéndose pasar por alguien conocido. El ciberdelincuente Kevin David Mitnick, 'Cóndor', logró acceder varias ocasiones a sistemas privados y protegidos, desde su colegio a ARPAnet y grandes compañías.
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