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Pepe Acebal recuerda bien su etapa al frente del Sporting B. En 1999, con el equipo en Segunda B, decidió que un joven chico de Tuilla que había finalizado su etapa de juvenil se incorporara a una plantilla en la que estaban Juan Díaz, Rubén Suárez y Pablo Álvarez, entre otros. Con un físico «aún por desarrollar», sin hacer ruido y con mucha humildad, David Villa se fue integrando poco a poco en el grupo para, al año siguiente, convertirse en el máximo goleador del equipo con 13 tantos. «Hacía cosas diferentes, le gustaba jugar cerca del área y finalizaba muy bien». Acebal se hizo cargo de la primera plantilla del Sporting a mitad de esa temporada y decidió que el chico debutase en el último partido de liga, un 2-2 disputado contra el Córdoba en El Molinón.
Lo que vino después fue un ascenso meteórico. Dos años en la primera plantilla del Sporting siendo el máximo goleador, con números de pichichi, que sirvieron al club, sobre todo en la segunda temporada, para lograr en el campo los puntos necesarios para la permanencia en Segunda. Pero faltaba otro elemento para que el Sporting no sufriese un descenso administrativo o incluso se enfrentase a la desaparición: había que hacer frente al pago de las nóminas de la recién terminada campaña 2002-2003 y a parte de las de la temporada anterior. La solución: vender al activo futbolístico más preciado con el que contaba el club, David Villa.
Varios equipos se habían interesado por un chico callado y tímido que en el campo se volvía «descarado», que le daba «importancia al balón y confiaba en sus posibilidades». Un joven de 21 años que cuando pisaba el césped «se transformaba. Era feliz en el campo y, si era cerca del área, mucho mejor».
El Atlético de Madrid, el Betis, el Valencia y el Villarreal fueron algunos de los clubes que se interesaron por Villa, pero el que más fuerte apostó, el que más interés mostró, fue el Zaragoza. Una de las personas que vivió desde dentro la negociación resume cómo fue el proceso. «El Zaragoza veía al Sporting débil y apretó bastante», recuerda veinte años después.
La situación del club rojiblanco no era sencilla. Manuel Vega-Arango se había puesto al frente del consejo de administración en diciembre, después de la renuncia de Juan Arango. La entidad pasaba por un momento muy delicado en lo económico, con la necesidad de hacer frente a los pagos a la plantilla para evitar problemas graves en los despachos. Los jugadores, que habían aceptado sucesivos aplazamientos del abono de sus fichas, no estaban dispuestos ya a más dilaciones y la fecha del 31 de julio era una espada de Damocles con la que el club trabajaba todos los días. Si en esa fecha no se efectuaban los abonos, la entidad bajaría a Segunda B.
El club rojiblanco sabía bien lo que David Villa valía. Las pretensiones del Sporting pasaban por conseguir cinco millones de euros por un jugador con una enorme proyección y a incluir además una cláusula para asegurarse un retorno económico en caso de futuras ventas por parte del Zaragoza. Nada de eso se consiguió. «Villa era un futbolista para vender por una cantidad importante. La venta no fue buena, pero salvó al Sporting», recuerdan las mismas fuentes, quienes, no obstante, se muestran convencidas de que quien era el máximo accionista del club, José Fernández, no hubiera dejado caer a la entidad en caso de que la operación Villa no hubiese llegado a concretarse.
El traspaso se cerró por 2,7 millones de euros, de los que el Sporting percibió 2,4. La diferencia se dedicó a pagar las cantidades que se adeudaban al delantero de Tuilla, quien cumplía su sueño de jugar en Primera, pero con una camiseta que no era la rojiblanca. «Me hubiera gustado seguir en el Sporting toda mi vida», confesaba a EL COMERCIO después de concretarse la operación.
El club lo había intentado todo para no desprenderse de Villa. A los sucesivos aplazamientos de los pagos se sumó una operación poco convencional conocida como el 'crédito Villa'. El planteamiento pasaba por vender los derechos federativos del jugador a un inversor, de forma que pudiese seguir jugando en el club rojiblanco. «La operación daba pie a la especulación, a que vendieran al jugador por el doble o el triple. Era meter dinero a un tercero».
Con la necesidad de cubrir una serie de deudas y con el dolor de desprenderse a su principal figura, el Sporting firmó una venta que sabía mala, pero a la que no veía alternativa. «Fue Manuel Vega-Arango quien resolvió el problema. El club estaba muy ahogado y no había otra solución. José Fernández había puesto dinero en muchas ocasiones, pero eso no es sostenible. Vega-Arango se cansó de buscar gente, pero nadie hizo caso al Sporting».
El propio Villa pidió entonces «consideración» con el club. El comportamiento del jugador durante la negociación, y también el de su padre, José Manuel, fue «ejemplar. Este no fue el caso del futbolista que se quiere ir y se va. Él nunca presionó, no puso problema con su ficha con el Zaragoza. Ni él ni su padre, y eso es de agradecer».
El traspaso no arregló todos los problemas económicos del Sporting, que poco después se vería inmerso en un proceso concursal, pero sí sirvió para salvar la categoría y no abandonar el fútbol profesional.
Tras su marcha, Villa regresó a El Molinón, pero vistiendo los colores del Valencia y el Barcelona. Sportinguista reconocido, el 'guaje', con su corta estancia en el Sporting ayudó a que el club se mantuviese por dos vías, la del fútbol y la de los despachos. Y aunque el acuerdo, con el Sporting en una posición de extrema debilidad y el Zaragoza en una de fuerza avalada por su estancia en la máxima categoría del fútbol español, no fue bueno, «en ese momento, Villa fue un salvador».
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