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JAVIERBARRIO
Domingo, 6 de junio 2021, 01:35
Es viernes. 21 de agosto de 1987. Una lacia cabellera rubia (muy reconocible) sale a calentar junto al bando local en El Molinón. La veraniega luz del día, a última hora de la tarde, es intensa. La imagen de Bernd Schuster (Augsburgo, Alemania, 1959), calentando con una camiseta de entrenamiento del Sporting, descoloca a muchos. Cuentan las crónicas del momento que la noticia ha despistado un poco hasta al mismísimo José Manuel Díaz Novoa a la hora de planear el once. Porque ya trabaja en la preparación del estreno liguero del equipo. Pero, al mismo tiempo, ha sido reforzado para una sola noche con uno de los 'cracks' del momento. Un fino delineante, centrocampista. De gol y asistencia. Todo. Un súper clase con un último pase brutal. Un '10' -el número que lucirá en el partido de despedida de su gran amigo Quini, un Sporting-Madrid- que ha vestido toda la vida de '8'.
Así, unos minutos de calentamiento y charla después, y por un detalle absolutamente genial, Schuster entra en la historia sportinguista. Defenderá durante una hora (unos 61 minutos de buena actuación, siendo sustituido por Zurdi en este amistoso) la camiseta del Sporting en el adiós del '9', convirtiéndose ya el germano en una orgullosa leyenda para El Molinón. La grada se deja las manos aplaudiendo al rubio futbolista. La fiesta es completa. La contienda termina con 2-2. Pero se inclina decisivamente en los penaltis a favor del Sporting. Falta el gol de Quini, eso sí. Y Maradona, el otro astro invitado a la velada junto a Bernd Schuster, que unos días antes confirma con pena su ausencia por un partido con el Nápoles.
«Aguanté muy bien los minutos que jugué y los jugadores del Sporting trataron de hacerme las cosas fáciles. Necesitaba jugar este partido», explicará tras el choque el futbolista germano, que después del verano afrontará su último año en el Barcelona. De la Ciudad Condal, precisamente, viene su casi relación fraternal con 'El Brujo'. Por eso no le importan ni el cansancio ni los contratiempos. Y eso que Schuster ha vivido una verdadera odisea para compartir equipo otra vez con Quini. Como en los viejos tiempos. Por él viste la rojiblanca. Un homenaje en toda regla con su estilo personal. Inconcebible hoy. A El Molinón llega un par de horas antes del partido. Justo. Problemas para tomar tierra. El vuelo en el que viajó a Asturias el día anterior (jueves) no pudo aterrizar por la niebla. Lo intentó en Santiago, en Galicia. Tampoco. Finalmente regresó a Madrid. Y ya de viernes, Schuster hace el viaje por carretera.
Así se escribe la historia. Por esa noche, el sportinguismo puede presumir de que Schuster solo vistió en la Liga la camiseta de los tres grandes de España -Barcelona, Madrid y Atlético- y del Sporting. A punto de cumplirse 34 años de aquello, el genio de Augsburgo, el rebelde, el deportista de personalidad arrolladora, reproduce esa fotografía icónica para EL COMERCIO. Lo hace como apoyo al proyecto de la estatua de Quini. «Más que un amigo», anuncia como punto de partida desde su residencia de Madrid. «Esta imagen va por él. Me parece perfecto que quieran hacerle una estatua. Quini era un representante de Asturias, de Gijón, increíble, un fuera de serie. Todos conocíamos su casa un poco más por él. Si hablamos de fútbol, quizá sea la persona más representativa ahí», valora el que fuera entrenador del Real Madrid.
La instantánea que pasó a la posteridad de aquel día fue un posado de Schuster, con la primera equipación del Sporting. A su lado, Cundi y el propio Quini, el capitán. Los tres, sonrientes, preparados para competir en El Molinón. El estadio, a reventar. «Buyo no debe despistarse porque a lo mejor le hago un gol y vuelven a lloverme las ofertas», había soltado con una carcajada 'El Brujo' en la víspera de ese viernes de agosto de 1987. El delantero rojiblanco competiría 39 minutos, paladeando el gol en un envío teledirigido por Schuster, quien ofreció un grandísimo nivel. Quini reconoció el detalle de su amigo cuando fue sustituido por Wilmar Cabrera en medio de una gran ovación. Se abrazaron y el mito del Sporting levantó el brazo del alemán en señal de agradecimiento. Muy emocionado.
«Me acuerdo de la foto que nos hicimos. Había mucha amistad con toda la gente del Sporting, incluso con el hermano de Quini, Jesús, que era un pan de tío también. Fue increíble, todo por Enrique. Nos había dado mucho cariño. Qué buena gente era... Me acuerdo que jugué una buena parte del partido con la camiseta del Sporting», rebobina Schuster. «¿La camiseta? Me quedé con ella, por supuesto. La tengo de recuerdo en mi casa de Alemania», apostilla el exfutbolista y técnico, al que le encantó la atmósfera de El Molinón: «Había un ambiente tan positivo... El público estaba encantadísimo, fue impresionante. La gente se volcó. Fue una tarde fantástica, de la que me acuerdo mucho, aunque han pasado muchos años. Pero tengo muy presente el ambiente de una noche preciosa».
Es un recuerdo que guarda con cariño. Tanto como la ilusión que muestra por el proyecto de la estatua de Quini, desvelado por EL COMERCIO, en el que trabajan desde hace meses el Ayuntamiento y distintos colectivos, liderados por la Asociación Cultura y Sociedad que dirige Javier Grela. El célebre escultor Vicente Santarúa ya la idea desde hace mucho tiempo en su taller en Avilés. «¿Le gustaría estar presente el día de su inauguración?», se le pregunta. «Por supuesto. Me va a quedar siempre un recuerdo importante de Quini», repite, antes de profundizar: «Tuvimos una gran relación, sobre todo cuando llegué de Alemania. No conocía el idioma, nada, pero él siempre tenía una broma o una sonrisa para mí. Sin conocerle de nada, nos entendimos en horas. Era mi delantero centro, nos compenetramos a la perfección».
Esa sencillez, campechanía de 'El Brujo', conquistó a Schuster, quien, conmocionado, llegaría a negarse a jugar con el Barcelona cuando el episodio del secuestro de Quini, en marzo de 1981. Aunque no le gusta mucho recordarlo, el técnico rememora con seriedad que «lo del secuestro fue horrible». Schuster no daba crédito a que «nos llevaran a la mejor persona que teníamos, no lo entendía. ¿Por qué Quini?». Fueron días de «incertidumbre, terribles, de no saber quiénes eran esas personas». Y el exfutbolista alemán confirma que tomó una determinación. «Dijimos que no íbamos a jugar para presionar a la gente que le había secuestrado. Creía que teníamos que hacer algo, montar un lío para que se dieran cuenta de quién era. Pero, más tarde, los inspectores nos dijeron que a lo mejor era contraproducente, que igual los secuestradores se ponían nerviosos. No se sabía si eran profesionales o qué... No me gusta mucho recordarlo», concluye.
Ya en los últimos años, Schuster retrata con nostalgia y cariño su último encuentro con Quini, motivado por una pretemporada que llevó al Sporting a Salamanca. «Yo veraneo allí y nada más que me enteré que iba el Sporting, quedamos. Fue la última vez que nos vimos», señala. «Además de todo lo que era como profesional, Quini ha sido para mí una de las mejores personas que he conocido en mi vida. Nunca le vi enfadado con nadie. Siempre le recordaré con una sonrisa, bromista, haciéndote sentir cómodo. Alguien irrepetible», amplía. Una motivación más que suficiente para fichar por el Sporting por una sola noche.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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