El triunfo de la fe del Sporting

Fue la corona a una animosa tarde, con el Sporting vendiendo caro su pellejo, mejor pugil con diez que con once, abrazando con fuerza su primera victoria en ocho jornadas. Torniquete a la mala racha. Febril por el empuje de más de dos mil animosos sportinguistas, el Sporting salió envalentonado al Anxo Carro, presentándose con un córner y un cabezazo de Izquierdoz. El once era coincidente con lo esperado, reducido el margen de maniobra por las bajas y la sanción de Christian Rivera. Además de los saltos a la titularidad de Djuka y Gragera tras varios partidos de vacío -también Queipo-, Otero se quedó de miranda en el inicio.

Resbaladizo el Anxo Carro, la tropa de Abelardo asomó con mando. Pero iba bien forrado atrás el Lugo, casi en defensa de cinco por la posición estratégica de Clavería, emboscado el grupo del joven Fran Justo para salir zumbando por las bandas. No empezó fino el Sporting por la de Cote, lejos aún de su mejor momento. El brasileño Zé Ricardo le dejó seco con un quiebro y un disparo que reventó la base del poste de Cuéllar, deslumbrado un pestañeo antes por el sol tras un centro de Moyano que rebotó el meta como pudo. Un susto de aúpa. Un toque de atención con Chris Ramos esperando con la recortada.

El partido y el campo se ofrecían para la ida y la vuelta. El Lugo, bien armado atrás y más liviano arriba, encajaba mejor en el guión. La experiencia de conocer el terreno. Abelardo juraba en arameo, con la mosca detrás de la oreja en un duelo pendular en el que, como casi siempre, Insua jugaba sin tacha. El Anxo Carro se congeló, mudo, tras la gravísima lesión de Juanpe, quien quedó con el pie izquierdo girado hacia dentro, en una imagen espeluznante. Queipo se quedó paralizado. Y le afectó. El canterano había agarrado al interior para cortar un contragolpe y en el apoyo, al retroceder, su pie se venció. El Lugo le tomó la matrícula al extremo, pese a que no había pisado a Juanpe. El incidente destempló el partido, de derrape en derrape, que perdió burbuja hasta la caseta. Muy soso.

El fútbol siguió de bajón en la segunda mitad, con un partido de muchas reservas y sin que el Sporting fuera capaz de pinchar por las bandas. Entre el desabrigo de Queipo y el mal momento de Aitor, multiplicado en las pérdidas, el equipo no fluía arriba. Djuka corría y corría, y Cristo embolsaba alguna, pero estirando muy poco el pescuezo. Abelardo quiso sacar a su equipo de la catatonia. Ventiló las dos bandas, empujando a Jony y Otero al partido, y amarró el doble pivote con Nacho Martín. Y se disponía a mudar al ataque a Zarfino, después de que Djuka se relamiese con el gol, cuando Insua vio la segunda amarilla de manera excesiva, con Chris Ramos en el centro del campo recibiendo de espalda. Al Sporting le quedaban treinta minutos de remangarse y picar piedra. Djuka se quedó de llanero solitario, saltando el primero a todas las presiones, maratoniano.

Con el viento a favor, el Lugo no sacaba mayor tajada de su ventaja, pero al Sporting le escocía su escuálido saco de puntos de los dos últimos meses. Necesitaba dar las luces largas a Whalley, no solo defender, y eso le costaba un triunfo. Con el Lugo aumentando su tamaño arriba, Abelardo retorció más el once y se quedó sin un '9' referencia. Otero desempolvó sus tiempos en el Deportivo y el Sporting insinuó más velocidad al contragolpe. Jordan completó la variante.

Con déficit de personal, el Sporting estuvo a punto de sorprender al Lugo en un latigazo de Otero. El balón, envenenado por los botes, se estrechó en el poste izquierdo de un vencido Whalley. Fue un ramalazo de fe del Sporting, jabato y dispuesto a aguantar de pie. Valiente, la bandera de la resistencia la cogió Jordan Carrillo camino del final. No se dejó caer en una falta clara, aguantó en pie la carrera, y esta terminó en gol, pateado por Zarfino. Un 'purasangre', ejemplar en el esfuerzo. Ídolo de El Molinón por su espíritu. Igual que Izquierdoz y Gragera, reciclado a central, que terminaron como un frontón escupiendo todos los balones y sacando de sus casillas al gigantón Manu Barreiro. Un triunfo de fe hasta el último suspiro que supo a gloria.