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Jesús Bernal, ayer por la mañana, en el gimnasio de Mareo, trabajando en su rehabilitación. R. S. G.
Sporting de Gijón

Bernal: «El mejor regalo por mi lesión sería el ascenso»

«Cuando pase esto, voy a valorar más todo, hasta jugar un minuto», afirma Bernal, que relata el día a día de su recuperación a EL COMERCIO

Javier Barrio

Gijón

Viernes, 7 de febrero 2025, 07:36

Uno puede caer en la tentación de pensar que, en un futbolista que hace tan solo un mes y medio se rompió el ligamento cruzado anterior de su rodilla derecha, solo va a encontrar frustración. Pero no hay ni pizca de eso en ... Jesús Bernal (Zaragoza, 1996), sonriente, afable y optimista en su encuentro con EL COMERCIO. Reconoce que sí ha tenido que lidiar con sus demonios, sobre todo en el momento de conocer las consecuencias de aquel peligroso movimiento que hizo su pierna diestra en la segunda mitad del partido contra el Málaga, pero hasta ahí. No hay regodeo en lo malo. «¿He tenido mala suerte? Sí. Pero no va a servir de nada que me lamente, que eche culpas por ahí. La lesión va a seguir en el mismo sitio».

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Ha perdido algún 'kilo' desde diciembre. Se le detecta al verle, aunque tenga de serie un físico fino y angulado. Aún camina con la muleta. Una 'compañera' no deseada. «A la mínima que puedo y no me ven, la quito», comenta con humor. Aunque es buen paciente, sumamente aplicado. «Soy un 'mandao'», remata, confesándose más que agradecido a todo el mundo. Desde su familia, a su pareja, Malena, pasando por el Sporting y, por supuesto, por la afición. «Noto mucho cariño en la calle. La gente, en broma, me pregunta que si ya estoy para la siguiente semana», sonríe.

Lo que peor lleva es ser un 'civil' los fines de semana. «No me gusta nada la vida del espectador, sufro mucho. Aunque se gane, termino sudando y agobiado. Y encima, no puedo ir aún a El Molinón», lamenta. Prescripción médica. «Sería estar noventa minutos sentado y no puedo. Veo los partidos desde casa y termino gritándole a la tele. Son cosas que nunca había hecho», enfatiza.

El vestuario le considera un gran compañero. Un buen tipo. Sus pensamientos apuntalan esa opinión: «Todo lo que sea que al equipo le vaya bien, es un regalo para mí. A veces no puedo ver los entrenamientos, pero cuando puedo, ver el trabajo que hacen y, luego, si ganan... Aunque esté fuera, si eso pasa, para mí es la mejor semana». Por eso, aprovecha la coyuntura para enviar un deseo a los oídos de sus compañeros. «Desde aquí, se lo digo a ellos: el mejor regalo por mi lesión sería el ascenso», expresa. Ya, entre risas, puesto en esa tesitura, recuerda que «encima ya no tendría muletas para la celebración».

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Rezuma confianza en sus compañeros, mientras se sumerge en su día a día. El despertador toca pronto, pero las noches son más llevaderas de lo que eran. «Consigo dormir un poco más. Los primeros días, más allá del dolor, no encontraba postura, no descansaba», recuerda. Luego, a Mareo.

Hasta que pueda conducir, Róber Pier es su chófer en una rutina intensa. De casa a Mareo. De Mareo a casa. Y muchas tardes, a repetir. «Empezamos a hacer piscina, pero la piel no cerró aún del todo. Vamos a esperar a que cicatrice. Estos días estamos estirando, doblando un poco la rodilla, activando cuádriceps, el isquio, la musculatura...», recita. Su mentalidad está bien armada para superar esta travesía, a lo que suma, desde hace ocho años, el asesoramiento del psicólogo Raúl Zamorano: «Además de un gran profesional, un amigo».

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«No quiero ponerme plazos»

«La temporada que viene tengo el listón bajo, ¿no? Con no lesionarme y competir bien...», bromea, siempre distendido. Pero la muleta, apoyada, le recuerda que le queda tiempo para eso. «¿Estará para la pretemporada?», se le pregunta. «No quiero ponerme plazos porque me agobiaría», rechaza. Carpe diem.

«Sé que cuando pase esto voy a valorar mucho más el entrenamiento, el jugar, aunque sea un minuto... Cosas que daba por hechas. Es que ahora no puedo ni correr», recalca. A sus 28 años, esta es la primera lesión grave de su carrera, considerándose afortunado. La jugada de la desgracia, admite, no la ha querido ver mucho. Pero la sensación dejó huella. «Sentí un golpe y pensé que se me había dormido la pierna... Pisé fuerte, respiré hondo y seguí quince minutos, aunque notaba frágil la rodilla. Y en una jugada en la que fui a girar, vi que no me seguía», relata.

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De El Molinón, con todo, salió caminando. Pero llegó el diagnóstico. «Al principio sentí bajón. Pero ahí estuvo toda mi familia, mis amigos, mi novia, que estaba conmigo el día que recibí la noticia y que estuvo todas las navidades en el hospital...», rebobina con gratitud, buscando ya la mayor remontada de su carrera.

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