A la mañana siguiente de su 'aldabonazo' a la puerta del 'play off', un gol que puso patas arriba El Molinón y presentó una última jornada a tumba abierta, Víctor Campuzano (Barcelona, 1997) aparece por el horizonte con la misma cercanía y serenidad de ... siempre. Un buen tipo, le presentan siempre en Mareo, con una sonrisa en la boca todo el rato. Y eso que ha vivido una temporada muy dura. Al machetazo al Eibar, en el minuto 83, llegó tras un vacío de cuatro meses en el que no pudo competir. Una suerte de justicia poética para un héroe inesperado. Siempre al servicio del grupo. «Junto al servicio médico y cuerpo técnico, acordamos que forzaríamos, no tenía tiempo para prepararme bien. Hice solo dos entrenamientos, de hecho, completos», contextualiza en EL COMERCIO.
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Pero al partido, reconoce, salió con una fe a prueba de bomba. Y una sensación extraña. «Estaba muy tranquilo en el banquillo. No sentía presión, aunque entiendo que la gente sí la tuviera fuera, pero estaba convencido de que lo íbamos a sacar adelante», asegura unas horas después de lanzar al Sporting y comprometer, de paso, al Oviedo y al Racing. Campuzano traza un rebobinado muy diáfano de lo que experimentó en la tarde-noche del domingo y también de su ambicioso pensamiento: «Salí pensando que iba a marcar. Estaba en mi cabeza; fui al descanso a activar, salí un poco más tarde que el resto para estar tranquilo. No pensé en nada más que en decir: 'vamos allá'. Me repetí que iba a marcar».
Y lo hizo. Un balón al área de Diego Sánchez, luchado por las alturas y cabeceado al área por «Juanito» Otero y embocado por ese instinto callejero del barcelonés, quien atacó a la espalda de Berrocal. El gol, reconoce, «lo he visto un par de veces, pero lo tengo grabado en la cabeza». «Me giré y, cuando vi a Juanito saltar, sabía que algo iba a pasar y me salió solo el instinto. Marqué yo, porque él me lo dejó muy fácil, pero creo que lo empujamos los 25.000 que estábamos en el campo», subraya tras una jornada de locos. La primera parte del choque la pasó pegado a Pascanu. Los dos, con un ojo en los resultados del móvil.
Su estadística es extraordinariamente certera esta temporada –6 goles en 861 minutos–, pese a que se ha perdido por lesión y alguna recaída casi toda la segunda vuelta. Y ahora llega con fuelle y determinación al momento clave. «Estábamos fuera de la pelea por el play off, pero este equipo creyó y lo intentó hasta el final ante un grandísimo equipo como es el Eibar. Estamos vivos, con ganas y la motivación de todos se ha multiplicado. Si nos metemos en 'play off', si lo conseguimos, no nos va a parar nadie, creo que vamos a subir», detecta, liberado porque «la temporada no podía acabar tan pronto».
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Su móvil echa humo desde el domingo. «Desconecté un poco y no lo miré mucho», promete con una sonrisa. Sí pudo hablar con su padre, Felipe, su hermano, Álex, y más familia, amigos. Aunque fue el sportinguismo el que viralizó su éxtasis tras el gol: «Este escudo mueve a miles y miles de personas y se nota mucho esa energía. Siempre parece que jugamos con 12 ó 13 futbolistas en casa. La guinda al pastel ha sido ese gol que hemos metido 25.000 personas».
En el retrovisor espera dejar un año «muy duro», atormentado por las lesiones musculares. Una constante desde su llegada a Gijón y que no ha permitido verle con más continuidad. Pero no se ha rendido en su proceso de esquivar los problemas físicos, explorando todas las vías posibles junto al club: una dieta muy personal en la que evita ciertos productos que provocaban desajustes en su musculatura, consultas a otros expertos en consenso con el Sporting, estudios biométricos, trabajos con distintas cargas... «Ha sido muy duro porque cuando estaba fuera sentía una impotencia enorme por no poder ayudar; me comía», incide.
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En todo caso, el delantero ha trabajado duro en el aspecto psicológico, sin venirse abajo. «Las lesiones son cosas que pasan en el fútbol, especialmente cuando lo das todo y te exprimes», apunta. Pero hasta de baja ha tratado de sumar para la causa: «Siempre que he podido viajar, he ido. En Leganés, por ejemplo, no pude estar tan cerca de los compañeros por problemas de logística y la capacidad del autocar, pero he intentando sumar».
Aunque eso forma parte del pasado. Lo que importa, recuerda, es «el domingo en Elda». «Estamos con la moral muy alta, hay una comunión con la grada que no he visto en otros sitios y somos capaces de cualquier cosa. El Eldense ya se ha salvado, pero esa es un arma de doble filo, jugarán sin presión. No dependemos de nosotros, pero lo que sí dependa tenemos que hacerlo. Aquí no se puede dar a nadie por muerto y lo hemos visto», sentencia.
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