BORJA OLAIZOLA
Martes, 27 de febrero 2018, 23:33
No cuesta mucho imaginar el fenomenal revuelo que provocaría hoy el secuestro de una figura como Messi. La noticia desencadenaría un seísmo de tal magnitud que sus ondas alcanzarían hasta el último rincón del planeta. El ejercicio bien vale para hacerse una idea de lo ... que supuso hace 35 años el rapto de Enrique Castro 'Quini', entonces la gran estrella del fútbol español y la principal figura del Barcelona. Su captura a manos de tres delincuentes comunes mantuvo en vilo a la sociedad española durante los 25 días que duró su cautiverio. El episodio tuvo un desenlace feliz: los secuestradores fueron detenidos y el futbolista pudo ser rescatado sano y salvo.
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Quini no es en absoluto rencoroso. Si ya durante el juicio posterior al secuestro renunció a exigir cualquier indemnización económica a sus tres raptores, gesto que apuntaló su bonhomía, 35 años después ni siquiera es capaz de acordarse de ellos. «Aquello lo tengo completamente olvidado», asegura sin titubear. «Si no fuera por las llamadas que me hacéis desde los medios de comunicación, ni siquiera me acordaría», dice el responsable de Relaciones Institucionales del Sporting.
–¿Alguna vez sueña o tiene pesadillas relacionadas con su cautiverio?
–Nunca, es como si aquellos días se hubiesen borrado de mi memoria, así que prefiero no hablar de ello.
1 de marzo de 1981. Domingo por la tarde. El Barça juega en el Nou Camp contra el Hércules. El equipo local está en racha y le mete seis goles, tres de ellos obra de Quini. El delantero gijonés demuestra cada vez que sale al campo que Josep Lluis Núñez, presidente del club blaugrana, ha acertado de pleno al ficharle la temporada anterior por 80 millones de pesetas. Al acabar el partido Quini regresa a su casa, en la Gran Vía de Carles III, un inmueble en el que tiene de vecino a su amigo y compañero de plantilla José Ramón Alexanko. Enciende la tele y pone a grabar el programa ‘Estudio Estadio’ antes de dirigirse al aeropuerto a buscar a su mujer Mari Nieves, que ha pasado unos días con su familia en Gijón en compañía de los dos hijos del matrimonio.
Dormía en un colchón de goma y le daban bocadillos para comer
Cuando va a abrir su coche, un Ford Granada, unos desconocidos le encañonan y le obligan a sentarse en la parte trasera. Conducen hasta el mercado de Les Corts, le ponen una capucha y le trasladan a una caja en una furgoneta DKW. El futbolista es llevado así hasta Zaragoza y recluido luego en un zulo de madera de nueve metros cuadrados que sus secuestradores han improvisado en el sótano de un taller de motos.
A la mujer de Quini, que acaba de aterrizar en Barcelona, le sorprende que su marido no esté en el aeropuerto. Coge un taxi para volver a casa, acuesta a los niños y se tumba en el sofá a la espera de su llegada. Hacia la una de la madrugada no puede más y despierta a su vecino Alexanko. Les basta cruzar una mirada para concluir que algo malo debe haberle pasado. Llaman al Barça y a la Policía. La noticia corre como la pólvora y se expande por todo el planeta.
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Quini, mientras tanto, empieza a familiarizarse con su nuevo habitáculo, amueblado con un simple colchón de goma, un saco de dormir y un cubo. Sus raptores, recordaría en el juicio, no le maltrataron físicamente. Le alimentaban a base de bocadillos e incluso aplaudían sus tentativas de hacer ejercicio para mantenerse en forma en aquel minúsculo recinto.
Una cuenta en Ginebra
Es la hora de la negociación. Los secuestradores, dos mecánicos y un electricista en paro, llaman a la esposa de Quini para hacerle saber que está con vida y ofrecen como prueba una carta escrita por el futbolista depositada en los aseos de un bar. Las llamadas se suceden. En una de ellas termina saliendo a relucir el móvil: 100 millones de pesetas (600.000 euros) en billetes usados. Descartada la intervención de ETA o los Grapo, los especialistas tratan de dar con el hilo que les conduzca a los autores del secuestro, que carecen de antecedentes. Pasan los días y empieza a cundir el nerviosismo. Núñez sucumbe a la presión y saca 100 millones de una sucursal de Bankinter que guarda por las noches bajo llave en uno de los baños de la casa de Quini.
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La solución llega por medio de una estratagema: se convence a los raptores para que abran una cuenta en Suiza donde les va a ser transferido el rescate. Aceptan y todo sale a la luz cuando uno de ellos acude a Ginebra a sacar medio millón. El 25 de marzo Quini es liberado sano y salvo. Dos semanas después ya está otra vez marcando goles: sería el pichichi de la temporada. Los secuestradores fueron condenados a diez años y Quini renunció a cualquier indemnización. «Hay que pasar página y mirar adelante», diría en el juicio. Y El Brujo ha sido siempre un hombre de palabra.
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