JAVIER BARRIO
GIJÓN.
Miércoles, 15 de septiembre 2021, 01:16
Al pequeño pueblecito de La Alcaidesa, a tiro de piedra del campo de entrenamiento del Algeciras, se fue a vivir hace ya varias semanas el canterano Pelayo Morilla (Oviedo, 2001). En principio, solo. Con todos los sentidos puestos en el balón. Aunque espera la visita ... fugaz de familia y amigos. «Me he encontrado un piso aquí y es un paseo. Estoy súper contento con el recibimiento del entrenador y del cuerpo técnico, que ha sido de diez. Esto es una familia», subraya en conversación con EL COMERCIO. Por delante, un curso: «un año para reencontrarme». Para cicatrizar cualquier amago de secuela de esas dos graves lesiones de rodilla -una en la derecha (2019) y otra en la izquierda (2021)- que sufrió cuando ya llamaba con insistencia a las puertas del primer equipo.
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Este lunes, de hecho, se cumplían tres años de su estreno goleador con el Sporting. «Lo vi en redes sociales. Es un bonito recuerdo, pero no se puede vivir de recuerdos. Hay que tener presente, tirar hacia delante», razona con firmeza y un apreciable grado de madurez, pese a que solo tiene 20 años. Parece que ya ha experimentado toda una vida. Y no es así. Al niño prodigio de Mareo, al que observaron en su día el Madrid y el Barça, solo le preocupa exprimir a tope el hoy, representado en su cesión al Algeciras. Una experiencia en Segunda B, con Iván Ania a los mandos -«un gran míster y un tío majísimo, ya tenemos la piquilla Sporting-Oviedo»-, para curtirse. Y resurgir. Porque, aunque en su estreno ante el Barcelona B disputó solo un puñado de minutos finales, le supieron a gloria. Hacía 259 días que no competía en un partido oficial.
«Hice la pretemporada con normalidad, con todo el grupo, y físicamente ya me encuentro bien. Sí que tengo que coger ritmo, porque puedes entrenar lo que quieras, pero la acumulación de partidos es la clave», asegura tras un verano sin vacaciones. De palizón en palizón. Con su sombra, a veces confesor, en otras jefe y, en la mayoría, 'ángel de la guarda': el readaptador César Castaño. Así explica el anguloso físico que luce. Más fino en apariencia que su privilegiado y musculoso porte de siempre. «Todo el físico se lo debo a César, que llevó mi recuperación y, además, también estoy con un nutricionista. Pero sobre todo fue César, que me machacó todo el año», ahonda con una carcajada. En esa risa se entremezcla sufrimiento por lo pasado y agradecimiento genuino. Incluso, añade por sorpresa, «he podido ganar algún 'kilo', pero estoy en unos niveles de grasa corporal muy, muy buenos, y es lo que me va a dar ese plus físico».
Por lo demás, mira a una rodilla, mira a la otra... Y en las cicatrices solo quedan cicatrices. «Las lesiones son un tema que está presente, pero no pierdo el sueño. Es algo que ya pasó y miedo, cero», expresa con pragmatismo. Sin obsesiones, tomándose la temporada con «tranquilidad, tratando de sumar minutos y cumpliendo objetivos semanales». A largo plazo, susurra, «sería bonito estar el año que viene disfrutando del Sporting, pero no tengo esa ansiedad». En esos momentos se atisba una maduración exprés: «Una lesión te hace pensar mucho».
Pero nada relacionado con las altas expectativas que siempre hubo a su alrededor. «Nunca me sentí presionado por nadie, siempre fue autoexigencia personal. Estoy un poco triste por no asentarme en el primer equipo por un cúmulo de lesiones y circunstancias, pero lo pasado, pasado está. Quiero reencontrarme como futbolista, disfrutar jugando. Lo que piense cualquiera más allá de eso, me da igual», avisa. Sí que manifiesta orgullo cuando ve a su grupo de amigos, Gragera, Pablo García, Gaspar y Guille Rosas, en el primer equipo: «Son amigos y están teniendo un comienzo ilusionante. No hay que lanzar las campanas al vuelo, queda mucho, pero este Sporting es un equipo que propone, va arriba y me gusta como juega. Ojalá vaya tan sobrado que suba directo, pero poco a poco».
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