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CARLOS PRIETO
GIJÓN.
Miércoles, 28 de febrero 2018, 04:52
Honesto, profesional, ambicioso, listo, valiente, compañero, generoso, respetuoso, goleador; figura, genio, ídolo... Los adjetivos para calificar la figura de Enrique Castro González, Quini, resultan interminables. Es el futbolista convertido en leyenda. El mito de un club, de una ciudad, porque Quini simboliza como nadie ... el espíritu, el sueño de aquellos niños que en la playa de San Lorenzo fundaron hace ahora 113 años un equipo de fútbol al que llamaron Sporting.
Todo comenzó en una tarde de invierno de 1968. Sobre el embarrado campo de Los Fresno, en el barrio gijonés de El Llano, el Atlético Gijón se enfrentaba al Ensidesa y con el equipo siderúrgico jugaba de delantero un chaval que desde los primeros minutos del partido llamó la atención de los técnicos del conjunto rojiblanco, que ya conocían sus hazañas en el Bosco Ensidesa, con el que había batido todos los récords de goles y había alcanzado el campeonato de Asturias en 1967.
¿Quién es? Es lo que se preguntaban inquietos los directivos rojiblancos al tiempo que sus remates finalizaban en las redes del filial sportinguista. Es Quini, el hermano de Jesús Castro, apuntaban los más entendidos, al tiempo que recordaban que era hijo del exguardameta Quini y que durante el verano lo había querido fichar el Real Oviedo, pero que él no había firmado el contrato porque le imponían jugar con el equipo de Tercera División.
José Luis Molinuevo, técnico del Ensidesa, se desgastaba desde el banquillo dando instrucciones a sus hombres, que mostraban sobre el terreno de juego una superioridad insultante. El Ensidesa ganó 0-5 y Quini marcó cuatro goles.
El 9 de diciembre, el Sporting hacía valer su contrato de colaboración con el conjunto de la empresa siderúrgica para cerrar su fichaje. Trece días después, el entrenador del Sporting, Luis Cid Carriega, le hizo debutar con la camiseta rojiblanca, ante el Betis, en el campo Benito Villamarín. El Sporting perdió 1-0 y la alineación fue la siguiente: Castro, Echevarría, Florín, Uribe, Valdés, Herrero I, Montes, Eraña, Lavandera, Quini y Churruca. Al domingo siguiente, Quini marcaba ante el Racing de Ferrol su primer gol y comenzaba a escribirse la leyenda del mejor futbolista de la historia del Sporting.
A pesar de sus 19 años recién cumplidos, su fichaje revolucionó al Sporting, que se quedó a un paso del ascenso a Primera División, frustrado precisamente por una lesión del ariete rojiblanco en la última fase del campeonato. Sus 15 goles en media temporada confirmaban que el Sporting había encontrado a una estrella y a un goleador sin límites, ya que acabó como el máximo realizador del equipo, hecho que repitió en las siguientes once temporadas. Incluso, tras su regreso al Sporting después de su periplo en el Barcelona, Quini volvió a ser el máximo goleador rojiblanco en la temporada 1984-85, con 35 años de edad.
La segunda campaña de Quini en el Sporting resultó ser una de las más importantes en su carrera, al producirse tres hechos determinantes: el Sporting logra el ansiado ascenso a Primera División, se proclama máximo goleador de la categoría y es convocado por Santamaría para disputar con la selección española amateur, en Italia, el campeonato de Europa. España logra el título y Quini también se convierte en el máximo goleador del torneo, tras marcarle cuatro tantos a Italia.
Aquella campaña marcó un antes y un después en su carrera, ya que su nombre comenzó a estar en boca de aficionados, técnicos y jugadores, que no ponían límites a la hora de elogiar sus cualidades. Ladislao Kubala lo convoca para jugar con la selección absoluta, debutando ante Grecia, en Zaragoza y, por supuesto, marcando un gol. Era la primera de las 35 veces en las que defendió la camiseta del equipo nacional, con la que logró ocho tantos y disputó los mundiales de Argentina, en 1978, y España, en 1982, así como la Eurocopa de Italia, en 1980.
Precisamente, con la selección española, Quini sufrió la mayor lesión que padeció como futbolista. El 16 de febrero de 1972, en el estadio Boothferry Park, de Hull, en Inglaterra, en un duelo ante Irlanda del Norte, un codazo del mítico George Best cuando Quini se elevaba para rematar de cabeza un centro de Rojo I, le fracturó el pómulo izquierdo. Los médicos tuvieron que rehacerle el rostro en una delicadísima operación. Permaneció un año inactivo y su carrera deportiva estuvo a punto de quebrarse. Pero su tenacidad ante la adversidad y sus ganas de triunfar obraron el milagro y se repuso, al igual que sucedió después cuando fue víctima de un cáncer al que también logró vencer.
Quini, que el 1 de julio de 1974 se había casado con Mari Nieves, su novia de toda la vida, en la gozoniega parroquia de San Jorge de Heres, volvió a marcar goles y se convirtió pronto en una gran estrella del fútbol español. Los grandes equipos trataron infructuosamente de ficharle. El que más interés puso en ello fue el Barcelona de Johan Cruyff, quien llegó a manifestar que «es el jugador que quiero en mi equipo: tiene sentido del gol, se desmarca fenomenalmente y colabora en todas las jugadas de ataque». Al tiempo, al final de la década de los años 70, el Sporting se consolidó como un gran equipo, que llegó incluso a aspirar al título liguero, logrando el subcampeonato en 1979. Sus futbolistas eran pretendidos por los clubes más poderosos, especialmente Quini, que logra el Trofeo Pichichi como máximo goleador en las temporadas 1969-70 (Segunda División), 1973-74 y 1975-76 (Primera División), 1976-77 (Segunda División) y 1979-80 (Primera División).
Pero el Sporting siempre se acogía al derecho de retención, para mejorar su contrato y conseguir que siguiera en sus filas, hasta que en el verano de 1980 el club cede a las pretensiones del Barcelona y del jugador y permite su marcha, como un premio a los servicios prestados. Quini está a punto de cumplir los 31 años y el Barcelona paga 80 millones de pesetas por su fichaje y le ofrece un millonario contrato.
Y llegó a Barcelona con su familia. Entonces ya habían nacido sus dos primeros hijos, Lorena y Enrique, con su honradez y su goles por bandera. Jorge y Óscar nacerían después. Como no podría ser de otra forma, pronto se convirtió en uno de los futbolistas preferidos por la afición culé. Sus tantos se suceden y el Barcelona marcha imparable hacia el título de Liga. Sin embargo, todo se fue al traste un domingo 1 de marzo, tras un espectacular triunfo del Barcelona sobre el Hércules por 6-0, en el que Quini anota dos goles y sitúa a su equipo a dos puntos del líder, el Atlético de Madrid, equipo al que se enfrentaba en la siguiente jornada. Tres hombres desesperados, en paro, consideraron que secuestrar a la figura del Barcelona les sacaría de sus penurias al exigir un cuantioso rescate de cien millones de pesetas. Metido en un cajón de madera, dentro de una camioneta, Quini es trasladado a Zaragoza.
El país, que se recuperaba de la intentona golpista de Tejero días antes, se conmocionó ante un secuestro que marcó para siempre la vida de Quini. Durante 25 días, España contuvo el aliento, hasta que fue liberado por la policía en un zulo en un taller mecánico de la capital aragonesa, un 25 de marzo. Su liberación fue festejada en todos los rincones de España en un día para la historia del fútbol español, ya que la selección española lograba ese año su primer triunfo ante Inglaterra en el estadio de Wembley.
El secuestro agrandó aún más la figura de Quini, tras perdonar públicamente a sus captores y retirar la acusación contra ellos, lo que le distanció de los dirigentes del Barcelona, que decidieron seguir adelante con la causa y solicitaron una indemnización de 35 millones de pesetas y una pena de cárcel de 23 años por el perjuicio que le había causado al club el secuestro de su estrella. La sentencia del juicio, dictada el 15 de enero de 1982, condenó a los acusados a diez años de prisión y a pagar cinco millones de pesetas al jugador, que renunció a cobrarlos.
Quini regresó pronto a los terrenos de juego. En todos los campos era aclamado y, además, pese a la tragedia, logra nuevamente el título de máximo goleador, galardón que también conquista en la temporada siguiente. Curiosamente, Quini cerró la temporada de su secuestro con el título de la Copa del Rey ante su Sporting, en una final disputada en el estadio Vicente Calderón y en la que anotó con la camiseta azulgrana los únicos dos goles que no le hicieron feliz. El Barça ganó 3-1 en la primera final que disputaba el Sporting en su historia.
El periplo de Quini como azulgrana finalizó en 1984, tras cumplir sus sueños de conquistar títulos: una Recopa de Europa, dos Copas del Rey, la Copa de la Liga y la Supercopa de España.
Al terminar la temporada 1983-84, con casi 35 años, Quini decide poner fin a su carrera. Está cansado tras muchos años de fútbol y quiere volver a casa. El Barcelona le organizó un homenaje que se convirtió en polémica por la negativa del presidente del Barcelona, José Luis Núñez, a que participase en el mismo Diego Armando Maradona, que acababa de abandonar el conjunto azulgrana para fichar por el Nápoles. Al final, el astro argentino no pudo jugar un partido en el que estuvo acompañado por su hermano Jesús y por futbolistas que marcaron una época en el fútbol español, como Cruyff, Kempes, Arconada, Rexach, Maceda o Camacho.
No le gustó a Quini ese final a su carrera y como gran torero decidió volver a los ruedos. Al astro aún le quedaba mucho fútbol en sus botas y pronto recibe una oferta del Real Oviedo, que pensaba en él como revulsivo para regresar a Primera División. Sin embargo, quince años después vuelve a repetirse la historia y Quini acepta finalmente la oferta del Sporting. En El Molinón disputa sus tres últimas temporadas como futbolista, en las que contribuyó a que los rojiblancos lograsen dos meritorios cuartos puestos. Su último gol llegó un 1 de febrero de 1987, ante el Zaragoza, en La Romareda, ironías del destino, la ciudad que marcó un antes y un después en su carrera.
Finalmente, el 21 de agosto de ese mismo año se celebró su partido homenaje. El Sporting, reforzado con su amigo Schuster, se enfrentó al Real Madrid. Ese día, El Molinón le tributó una de sus mayores ovaciones, cuando Quini besó emocionado el césped de El Molinón al ser sustituido. No fue la última ovación del goleador, ya que en los últimos años, primero como delegado del equipo, y posteriormente como embajador del Sporting, Quini siempre se lleva los mayores aplausos. Y es que Quini sigue siendo Quini, siempre lo será. 'El Brujo', el gol, el Sporting, el mito. Eterno.
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