Una efeméride que se conmemorará el viernes con el cuarenta cumpleaños. «Lo que no mata, te hace más fuerte. Y esta final nos sirvió de experiencia y la prueba es que seguimos progresando. Nos hizo fuertes. A mí me hizo más fuerte en lo personal y profesional. Estábamos preparados para ganar y perder», recuerda en una entrevista en exclusiva con EL COMERCIO, la primera que concede para hablar de fútbol y del Sporting en muchísimos años.
-Empezó mal aquella final. Usted tuvo que cambiar su jersey verde habitual por uno azul...
-Cuando salimos al campo, empezamos a calentar sin problemas. Pero luego, cuando iba a comenzar el partido, el árbitro dijo algo. Vio que los dos porteros vestíamos de color verde. No sé si por antigüedad o lo que fuera (Artola, portero del Barcelona, era siete años mayor), me gustaba el verde, pero me mandaron cambiar el jersey por otro.
-¿Y era supersticioso?
-No, no. Cuando me tocaba jugar, siempre lo hacía de verde o azul.
-Aquel 18 de junio de 1981 fue la primera vez en la que realmente el Sporting fue un equipo grande. 90 minutos por un título.
-Tengo una imagen grabada en el Calderón: una enorme manta de banderas sportinguistas esperándonos a la entrada. Eso fue impactante. Todo para recibirnos. No estábamos acostumbrados. Ahora, con los ascensos, hay un recibimiento, el paseo del equipo... Pero de aquella no era habitual. Y lo que vimos, con toda esa gente ilusionada, con todas esas banderas, fue tremendo. Pero no teníamos esa percepción de que estábamos haciendo historia. Y fíjese, hoy esa final es uno de los hitos más importantes del Sporting. Pero entonces no teníamos conciencia de aquello. En aquel momento sabíamos que era un partido importante, nada más.
-Sus compañeros, de hecho, recuerdan que la sensación tras el partido fue de derrota absoluta.
-Sí. Es que fue un partido diferente, una final a la que se llegó con mucho esfuerzo... Eliminatorias como la de Sevilla, en el Pizjuán, con casi 40 grados a las nueve de la noche. El equipo llegó muy cascado a esa final contra un Barça que tenía jugadores muy importantes: Quini, Simonsen, Schuster... Pero se acabó. Nos quedó esa herida de no haber cumplido con la afición. Esa fue la tristeza con la que nos marchamos. Hicimos un buen partido, sobre todo la primera parte, pero 3-1.
-Usted competía con un coloso como Jesús Castro en la portería y le tocó sustituirle aquel día.
-Y di todo lo que pude. En la Copa casi siempre jugaba yo el cien por cien de los partidos. Me tocó en aquellas circunstancias. Él, además, también estaba lesionado. Como muchas veces salí y lo tenía que hacer bien. El oficio del fútbol. ¿Si salía y lo hacía mal? Complicado. ¿Si salía y lo hacía bien? Normal, lo que se esperaba. Pero fue una satisfacción participar.
-¿Cómo fue tener a Quini de rival? ¿Hablaba con él durante el partido?
-No, cada uno estaba muy enfrascado en lo suyo. Él, con la ilusión de tantos años de salir de Gijón a un grande, estaba con el Barça. Nosotros, a lo nuestro. En nuestro pequeño mundo, que era muy grande. Alguno hablaría algo con Quini, pero estábamos un poco aislados.
-¿Cómo fue el día anterior?
-Estuvimos en las afueras de Madrid, en la zona de Puerta de Hierro, concentrados. Una cosa especial, hermetismo. De aquella no había psicólogos para el futbolista (risas), pero nos querían apartar del bullicio del centro. Y estábamos en el Hotel Monte Real.
-Su compañero de habitación era Joaquín, ¿no?
-¡Por desgracia! (Risas). Joaquín y yo estuvimos siempre juntos. Nos llevamos como hermanos en lo deportivo y humano. Luego, es verdad, él siguió por sus derroteros con el mundo del fútbol y la vertiente empresarial, y yo, por esta segunda.
-¿Qué les dijo Vicente Miera en la última charla?
-Las charlas eran siempre las mismas: quién iba a jugar, los marcajes, quién tiraba las faltas. La gente sabía qué hacer.
-¿Ganó el mejor esa final?
-(Silencio). El Barça aprovechó mejor las ocasiones que tuvo, así de claro. Nosotros acusamos un poco la inexperiencia, pero el Barcelona no fue mejor. Aprovechó mejor, eso sí, las ocasiones que tuvo.
-¿Se siente especialmente orgulloso de aquel hito?
-Bueno, previamente ya nos habíamos clasificado para la UEFA... Desde el último ascenso, el Sporting tenía una trayectoria ascendente con la nueva generación que venía. Llegaban jugadores como Maceda, Joaquín, Cundi, Redondo... Esa final fue la cresta. El primer puerto de primera categoría al que llegó el Sporting. No alcanzamos el de categoría especial, que habría sido ganar la Copa, pero sí fue el primer hito.
-¿El fútbol le debe un título a esa generación?
-Sí, porque ese Sporting era el equipo de moda, el que mejor jugaba al fútbol bajo mi punto de vista. Mucha gente marchaba de El Molinón casi en el clímax. Veía las jugadas de Ferrero, las galopadas de Mesa, los pases de Joaquín. La gente se quedaba embobada viendo al equipo. ¿Y al contragolpe? No le quiero ni contar. Era otra época del fútbol, pero el que tenga 50, 60 ó 70 años dirá '¡vaya cómo jugaba el Sporting de aquella!'. Y, además, se codeaba con todos los equipos de España. Cuando quedó segundo en la Liga, todo se perdió en El Molinón en el penúltimo partido.
-¿Cómo fue su competencia con Castro?
-A mí me preocupaba trabajar todos los días. Estuve doce años en Gijón y fue trabajar, trabajar y trabajar. Si me ponían a jugar, lo mismo. Nunca tuve problemas con nadie y menos con él. Era una profesión que me encantaba. ¿Competencia? Ninguna. Era el día a día. Jugaba el que decidía el entrenador y yo, a acatar. Lo que siempre me enseñaron.
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