Embarrado como un guaje tras el recreo, con los pelos en las piernas y en el pecho como un paisano. Las medias arremolinadas en los tobillos, a veces sin espinilleras, como un niño sin sentido del miedo. Sudor y lágrimas. Sin gomina. A pelo cuando ... la enfermedad fue más virulenta. Sin más tupé que sus dos dedos de frente. Con el alma como único espejo. Con el barro como tatuaje. Con la fuerza de un titán que transformó el viento en goles. Así era Quini. Un paisano que metía goles. Que cumplía día a día y no solo partido a partido. Porque también a la vida le metió unos cuantos chicharros, aunque ella no siempre benévola le pusiera demasiadas veces la zancadilla.

Publicidad

Quizás en ese vivir pegado a la realidad, sin privilegios, quizás en esa filosofía estriba la diferencia entre este astro del fútbol y una estrella de la galaxia.

Quizás el sentido de todo lo que el gélido miércoles se sintió en El Molinón radique en que el partido no solo se juega de domingo a domingo. Se disputa en la calle, en un hospital, revolviendo el flequillo de un niño admirado, pellizcando a un compañero, con el beso del jugador al que el míster releva y sienta en el banquillo. Sin cristales tintados, sin auriculares y con las botas de piel negras y tres rayas blancas o sin ellas, que más da, cuando lo que importa es que permitan alzar el vuelo en el momento justo e inesperado para el oponente. Y él volaba. Pese a su densidad, Quini flotaba.

Así era el astro que ya ocupa su lugar en el universo. Diferente, carnal, creíble. Con debilidades y problemas. Uno de los nuestros, pero con el embrujo justo para magnetizarnos. Así era Quini y, quizás por eso, 14.000 almas le dijeron adiós en El Molinón y otras miles y decenas de miles más desde sus casas o desde cualquier rincón del mundo lloraron su muerte.

Le echamos de menos ya desde EL COMERCIO donde estuvo hace apenas veinte días para hablar de cómo superó el cáncer, pero ante todo para dar ánimos a quien lo padece. Ese era ahora su objetivo primordial. «Alucino cuando voy a un hospital y veo que puedo ayudar a los que están pasándolo mal. Eso es lo que me gusta hacer día a día porque cada día es para mí un regalo. No hay nada más grande». Alucino, decía.

Grande fuiste tu Quini que te comportaste como uno más habiendo venido de otro planeta. Alucino.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

3 meses por solo 1€/mes

Publicidad