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Embarrado como un guaje tras el recreo, con los pelos en las piernas y en el pecho como un paisano. Las medias arremolinadas en los tobillos, a veces sin espinilleras, como un niño sin sentido del miedo. Sudor y lágrimas. Sin gomina. A pelo cuando ... la enfermedad fue más virulenta. Sin más tupé que sus dos dedos de frente. Con el alma como único espejo. Con el barro como tatuaje. Con la fuerza de un titán que transformó el viento en goles. Así era Quini. Un paisano que metía goles. Que cumplía día a día y no solo partido a partido. Porque también a la vida le metió unos cuantos chicharros, aunque ella no siempre benévola le pusiera demasiadas veces la zancadilla.

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