Cualquier aproximación a nuestra historia colectiva como especie pondrá de manifiesto innumerables escenarios de crudeza, en los que la burbuja de normalidad que oxigena nuestra vida cotidiana, se torna angustiosamente perturbada. Catástrofes naturales, epidemias, guerras…, han sacudido desde siempre y con inexorable periodicidad, el orden social que laboriosamente construimos entre todos.
Hoy, el inesperado encontronazo vírico que ha puesto en jaque la vida de millones de personas en todo el mundo nos ha llevado a los españoles desde la sorpresa, la incredulidad y laxitud hacia una movilización sin precedentes, animada y desanimada a un tiempo, por la angustia vital y las tensiones crecientes.
El desolador reguero de enfermedad y muerte que se sucede hora tras hora a nuestro alrededor, ya comienza a colapsar el sistema sanitario, llevando al límite los recursos con los que hacer frente al coronavirus emergente, un inoportuno ser, que hunde sus infecciosas garras en las células de nuestros familiares y convecinos.
Además de este panorama desolador, el distanciamiento social que supone el actual confinamiento en nuestros hogares, supone un retiro forzoso —aunque por el momento flexible—, y nos ha llevado a una experiencia colectiva que desconocíamos por completo, y que aún ahora comienza a mostrarnos los verdaderos relieves de su fisonomía.
¿Qué hacer entre estas cuatro, doce o veinticuatro paredes en las que nos hallamos confinados durante las semanas o meses que estén vigentes las restricciones de movilidad impuestas por las autoridades tras decretarse el Estado de Alarma? De puertas para adentro, a solas con nuestra circunstancia particular, algunos en familia, otros en soledad. Cada cual asimila como puede, su correspondiente dosis de impotencia.
Muchos acuden al trabajo, desde la disposición heroica que la situación exige y requiere, exponiéndose ambientalmente al coronavirus, pero paliando en la medida de sus posibilidades, nuestro estado colectivo de necesidad: el suministro de alimentos —para humanos y animales—, el imprescindible mantenimiento del orden en nuestros entornos urbanos o rurales y sobre todo, el complejo dispositivo sanitario en los centros de salud y los hospitales… Vivimos en un Estado de Alarma creado por la irrupción de un microscópico enemigo, una pandemia global que no sabemos aún lo que habrá de depararnos.
Mientras tanto y, «de puertas para adentro», en nuestra casa y sobre todo, en nuestra propia interioridad, asistimos a las mil y una imágenes que nos va dejando la respuesta más humana y arquetípica que surge frente al miedo: la atención y el cuidado de los demás.
¿Con qué actitud afrontamos el aislamiento?
Actitudes que se condensan especialmente, en lo que nos llega de los miles de profesionales que arriesgan sus vidas sin desmayo, atendiendo en precarias condiciones a una cantidad ingente de enfermos que se les vienen encima.
Todas las formas de psicoterapia tienen por fundamento estos tres tipos de actitud, esenciales en las intervenciones encaminadas a la reparación anímica o moral:
1. La autenticidad —una actitud honesta, sincera—.
2. La estima incondicional —respeto y estima auténticos por el otro, absteniéndose de emitir juicios de valor—.
3. La comprensión empática —sensibilidad y capacidad para comprender y resonar con las circunstancias de los demás—.
A la formulación de estas tres condiciones llega Rogers creyendo «…firmemente en la bondad inherente del ser humano y en su impulso innato hacia la salud y el crecimiento emocionales (Preston, 2003)».
Viktor E. Frankl, superviviente de los campos de exterminio nazi de Auschwitz y Dachau, afirma y justifica que una de las tres formas más importantes de encontrar sentido o significado a la vida, adviene cuando la persona «…desamparada, en una situación desesperada, se enfrenta a un destino que no se puede cambiar; entonces puede crecerse, puede desarrollarse y, al hacerlo, cambiarse. Puede convertir una tragedia personal en un triunfo.»
Aspectos a considerar
La situación que estamos viviendo tiene dos grandes aspectos a considerar:
1. La peligrosidad que conlleva en términos objetivos el altísimo índice de contagios diarios del que hace gala el presente coronavirus, así como la severidad de las infecciones respiratorias que provoca, siendo causa frecuente de cuidados intensivos, y en ciertos casos, de muertes.
2. La actitud con la que afrontamos las condiciones generales restrictivas que se han impuesto, y sobre todo, el modo de relacionarnos con las emociones y estados anímicos que emergen de nosotros evocados por la actual alarma social, intensamente amplificada por la gran cantidad de medios de comunicación a nuestro alcance inmediato.
Quizás el factor que mayor malestar produce en situaciones como la que ahora nos toca vivir es la incertidumbre. Ésta provoca sentimientos de indefensión, incrementando los síntomas de ansiedad, cuya potencial agudeza no hace sino retroalimentar en bucle dichos sentimientos. El mecanismo subyacente a este proceso es la ansiedad anticipatoria «…un síntoma dado despierta una fobia en forma de expectativa de miedo de su recurrencia; esta fobia provoca que vuelva a ocurrir realmente el síntoma; y la recurrencia del síntoma refuerza la fobia» (Frankl, 1988).
En nuestro actual escenario social, el objeto de «la expectativa de miedo» es el mismo miedo. «Miedo al miedo», a las consecuencias del propio miedo. La reacción al miedo es normalmente muy poco adaptativa, huimos de aquello que nos causa miedo, es decir, actuamos desde un patrón de evitación conductual. Viktor E. Frankl escribe haber llegado a la conclusión de que «las fobias (es decir, los miedos) se deben parcialmente al esfuerzo por evitar la situación en la cual surge la ansiedad.»
Estamos forzosamente recluidos en nuestra casa, pero completamente expuestos a la viralidad de las miríadas de imágenes y referencias interminables que nos muestran los dispositivos electrónicos de que disponemos. La sobrestimulación que suponen los efectos y circunstancias que la pandemia está generando, agita y conmueve nuestra interioridad afectiva, mediante sentimientos de angustia y preocupación.
Quizá deberíamos tomar personalmente muy en consideración —y socialmente más que nunca—, la reflexión de Viktor E. Frankl, relativa a que cuando «…no se puede cambiar una situación que causa sufrimiento, lo que sí se puede hacer es cambiar de actitud. (…) La vida es potencialmente significativa bajo cualquier condición, ya sea agradable o desagradable.»
Como colofón a las reflexiones aquí vertidas, expondré de modo sintético algunas recomendaciones generales en las que se puede recalar, por si sirven de estímulo o ayuda para alguien en tiempos excepcionales como éste:
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1. Todas las cosas son transitorias.
Las dificultades también. Este puede —y debería— ser un tiempo para la reflexión y revisión de cuantos valores articulan tu vida personal.
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2. El optimismo realista,
la esperanza, el valor y la determinación positiva hacia la vida fortalecen el sistema inmunitario y estimulan la vitalidad natural de nuestro entramado psicofísico.
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3. Practica, siempre que repares en ello, el autodistanciamiento.
(V. E. Frankl). Todos los seres humanos disponemos de la capacidad para distanciarnos emocionalmente de las situaciones más adversas, así como de los muchos pensamientos irracionales que perturban e inquietan nuestra interioridad personal.
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4. Familiarízate todo lo que puedas con tu modo involuntario de respirar.
Hazte plenamente consciente de esta función fisiológica fundamental. Sin intervenirla o modificarla, siente y aprecia su extraordinaria capacidad para oxigenarte y aliviarte, tanto física, como mentalmente. Aprende a respirar mejor de lo que lo haces.
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5. No te entregues a la desidia ni a la inacción.
Mantén tu cuerpo activo en la medida que puedas. Presta particular atención a tus posturas corporales inadecuadas. Mantén, siempre que te sea posible, tu columna erguida y distendida a la vez.
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6. Si mantienes tu mente atenta y conectada a lo presente,
momento a momento, verás disiparse por sí mismos los síntomas de la angustia y la ansiedad. La calma y el contento proceden de una mente centrada y concentrada, nunca de la dispersión inatenta.
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7. Sé amable contigo mismo.
No te juzgues. Procura no mentirte y asumir responsablemente lo que sientes o percibes de tu persona profunda —inconsciente—, aunque ocasionalmente te choque o contraríe. Esta actitud te llevará a ser mucho más justo, objetivo y ecuánime de lo que imaginas, con los demás.
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8. Descubre y amplía los potenciales creativos de tu mente,
dales un cauce adecuado, cultívalos. Son un camino para el aprendizaje y el desarrollo personal que te proporcionará grandes satisfacciones.
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9. No niegues ni rechaces tus sentimientos de vulnerabilidad, miedo o debilidades.
Tu peor aliado es la división o disociación neurótica. Acéptalos como partes integrantes de tu totalidad. No lo son todo, pero están ahí. Si algo nos rescata de fantasmas, es la desnuda realidad.
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10. Confía en ti mismo por encima de todo, en tu ser o personalidad profunda.
Permítete ser auténtico, sincero, generoso, y sobre todo, compasivo. No se trata de inventarte tales cualidades, ni de postureos auto-impuestos, sino de abrirte definitivamente a los fundamentos inconscientes de tu humanidad esencial e inmanente.
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