Cuando venía a España en una travesía que puede durar años, se alojó con su hija en una habitación con otras 30 personas en Tánger y «un día por la noche los hombres abusaron de todas las mujeres de la casa y después huyeron porque ... pensaban que les íbamos a denunciar. Todas fuimos violadas, incluso mi hija», dice una mujer de Costa de Marfil, de 43 años. Es uno de los testimonios recopilados en el estudio 'Invisibilizadas. Mujeres migrantes en el cruce de fronteras'. Esta violencia la ratifican los profesionales del programa Mujeres en Marcha que trabajan con ellas durante su ruta migratoria: «Una mamá tuvo que decir a su niña que si la violaban no se moviera, porque si lo hacía dolía más», mantiene un responsable de las ONG que colaboran en la investigación. «Tienen que hablar de estos temas con las hijas de manera clara, y en la medida de lo posible intentar protegerlas y que tengan en la cabeza que puede pasar».
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En todo el mundo hay dos grandes rutas migratorias, la que va de Centroamérica a Estados Unidos y la que cruza África hasta España. La mitad de quienes atraviesan estas fronteras son mujeres que emprenden el camino de forma independiente. Según el estudio presentado este lunes por Entreculturas, basado en las declaraciones de mujeres y niñas de doce países, ellas son sometidas a las violencias física, sexual, psicológica, económica e institucional, ya sea de forma directa (con un autor definido), estructural (por la desigualdad de oportunidades) o cultural (legitimar la violencia).
«No sabía que la ruta era tan dura. Yo tuve suerte de tener el apoyo de mi familia, pero quien no lo tiene debe dedicarse a la prostitución. Hay muchas mujeres embarazadas en la ruta porque no hay preservativos. Yo he sufrido violencia física y robos. Recuerdo un día que podría haber muerto, pero me dejaron partir porque empecé a gritar», dice una de las entrevistadas en Tánger y Nador. Los testimonios reunidos desde 2020 pertenecen a mujeres que provenían principalmente de Costa de Marfil, Senegal, Guinea Conakry y Camerún.
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«Hice la ruta terrestre. Salí de Camerún hacia Nigeria. Pagamos a un 'pasador'. Esto duró un mes. En Nigeria el grupo se separó. Cada una tenía que continuar sola», prosigue la mujer de 39 años. «En Argelia me quedé cinco meses. Pero es muy violenta y la policía molesta mucho. Hicieron una redada y me deportaron a Níger. Mi familia me dejó dinero y volví a intentarlo. Finalmente llegué a Marruecos. En el desierto, tuvimos que enterrar en la arena a una persona muerta».
En el Sáhara han fallecido casi 200 personas este año, según datos de Proyecto Migrantes Desaparecidos, que señala las causas: calor extremo, falta de cobijo, deshidratación, hambre, enfermedades agravadas por la falta de atención, accidentes, averías de vehículos, asfixia y violencia ejercida por redes de tráfico o autoridades.
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Luego de atravesar el desierto, en las ciudades marroquíes se exponen a condiciones de trabajo calificado de «semiesclavitud». Entre los relatos está el de una mujer de 30 años con dos hijos que había dejado en Costa de Marfil. Cuenta que tuvo «bloqueado el pasaporte hasta que le devolví todo el dinero (a quien le facilitó un adelanto). Los nueve meses de trabajo fueron difíciles. Tenía que cumplir con el contrato. Me puse enferma y ella (la empleadora) me dijo que tenía que irme».
Unas 40.000 personas llegan de forma irregular a la península o a Canarias, desde Marruecos, calculan los autores del estudio, donde existe «racismo y xenofobia sistémicos». Redadas sin respeto a los derechos humanos, robo de móviles, dinero, documentos, violencia sexual, deportaciones al mismo desierto o la quema de pertenencias componen una «brutalidad» cotidiana que lleva a la población subsahariana a vivir escondida.
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Una cuarta parte de las migrantes huyen de situaciones de violencia machista en su lugar de origen. Vivían agresiones y las siguieron sufriendo durante el trayecto. El peligro también lo produce la naturaleza. El año pasado 2.390 personas desaparecieron en las rutas marítimas del Estrecho, Alborán, Argelia y Canarias; y en las rutas terrestres de Ceuta y Melilla, indica la ONG Caminando Fronteras. En el primer semestre de este año se suman otras 951 muertes.
Una nueva una tendencia, más «barata» que la ruta con destino español, hace que la gente se desplace hacia el este de Marruecos, para intentar el cruce a Argelia y luego a Túnez para saltar a Italia. Y sigue activa la ruta del Atlántico «extremadamente peligrosa», desde la costa occidental marroquí, Mauritania y Senegal hacia Canarias. «En las rutas migratorias de África Occidental, las mujeres que las recorren vía terrestre tienen mayor probabilidad de enfrentar algún tipo de violencia», dice el reporte.
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Como la mujer violada junto a su hija y otras compañeras, ellas «deben poner su cuerpo para poder continuar la ruta». Sufren los «embarazos del camino» y la violencia sexual de los hombres que las transportan, las guían o acompañan en la ruta. La experiencia genera un «impacto en la salud mental generado por el hecho de migrar y por las agresiones contra el propio cuerpo».
Al llegar a España la violencia no cesa. «El racismo y el machismo estructural que impregnan la sociedad española y europea» las condena a «empleos sucios, difíciles y peligrosos», como la prostitución, la hostelería o el sector doméstico «en condiciones precarias y de explotación que se ven obligadas a aceptar por ser la única fuente de ingresos para mantenerse y mantener a sus familias», analiza el estudio.
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Ahora bien, «no es lo mismo ser una persona que vive en España bajo el sistema de protección internacional o en situación administrativa regular o irregular», prosiguen los autores del documento. «Tampoco es lo mismo ser mujer negra o latina, pues el color de piel o el idioma, entre otros, influyen enormemente». En todo caso, las piedras del camino no acaban al llegar.
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