En el invierno de 1963 la señora Gregoria, la última vecina que quedaba en Matandrino, abandonó la aldea y se marchó a vivir a Prádena, a kilómetro y medio de distancia. Doña Gregoria dejó un vacío de silencio, soledad y olvido que ya dura más ... de 60 años. Por aquella época Roque Benito era un jovenzuelo que frisaba los 20. Ni se imaginaba entonces que varias décadas después acabaría comprando este pueblo segoviano, o más exactamente el 70% del mismo, y que más tarde acabaría, además, poniéndolo a la venta. En realidad ya lo intentó hace un par de años, pero a la hora de firmar los papeles, el acuerdo se torció y no se llegó a cerrar la operación, entonces «por 140.000 euros», detalla. Ahora vuelve a las andadas, pero el precio ha subido. 180.000 euros «negociables».
La propiedad incluye doce casas y fincas, y un terreno que las rodea de unos 5.500 metros cuadrados, dedicado hoy a pastos para el ganado. Las viviendas, edificadas en piedra, se encuentran muy deterioradas por el azote del tiempo (el cronológico y el meteorológico) y el abandono. Algunas presentan daños en la estructura y carecen de tejado. Hay casas que conservan sus establos, sus huertos y hasta el horno donde las familias elaboraban el pan.
El portal inmobiliario Aldeas Abandonadas, especializado en la venta de pueblos vacíos como éste, apunta la posibilidad de convertir Matandrino en un complejo de turismo rural dada su ubicación en plena naturaleza, rodeado de prados, con vistas a la Sierra de Guadarrama y su cercanía a Madrid (hora y media en coche) y a otros municipios segovianos con cascos históricos monumentales como Pedraza, Sepúlveda o el mismo Prádena (600 habitantes), que se hizo famoso en el siglo XV por la lana de sus ovejas merinas y sus telares.
Ya tiene interesados
Matandrino carece de agua corriente y de luz eléctrica, el principal inconveniente que empujó a sus antiguos moradores –llegó a superar la veintena en su época dorada– hacia la cercana Prádena, que en las décadas de los 50 y 60 ofrecía más y mejores servicios. Allí estaba la escuela, y también atendía don Frutos, el médico y una persona muy querida por los lugareños.
Benito afirma que ya ha recibido llamadas de posibles compradores, a los que no parece inquietarles que no haya electricidad porque le han dicho que eso se soluciona con la instalación de paneles solares. Más importancia dan al suministro de agua, aunque él recuerda que en su día los pobladores se abastecían de una fuente que se nutre de un manantial que sigue existiendo. «Solo habría que acondicionarla y limpiarla».
A sus 79 años, su deseo es que el pueblo recupere su latido, algo por lo que está dispuesto a negociar el precio «siempre que haya un proyecto interesante». Y recuerda que en Matandrino se respira naturaleza por los cuatro costados y que «tiene su encanto».
Como Cristo, Matandrino resucita una vez al año, aunque carece de iglesia. Lo hace siempre a primeros de mayo, cuando descendientes de los últimos residentes se reúnen en torno a un altar con una cruz de piedra levantada en una de sus solitarias calles para celebrar una misa al aire libre, a la que siguen, en alegre francachela, bailes populares y una caldereta de cordero que reanima a un (pueblo) muerto.
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