«Tranquilo, no tengo prisa porque tampoco tengo casa». Estas palabras retumban en la cabeza de Edu, uno de los asturianos que recorrió el martes los más de 870 kilómetros que separan Gijón de Valencia para ayudar en las zonas más devastadas por la DANA. Las dijo una mujer de avanzada edad vecina de Aldaia cuando estaba esperando a recibir algo de comida y un voluntario le pidió calma. La colaboración entre los aldaienses es total.
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Los bajos comerciales que menos daños sufrieron, que son pocos, sirven como despensa de los que lo perdieron prácticamente todo. Y allí fuimos desde EL COMERCIO con ocho trabajadores de la empresa gijonesa Diseña Soluciones. La petición es unánime: «Repartid vosotros mismos los alimentos a la gente del pueblo. Es la forma más eficaz de que todo llegue rápido a quienes lo necesitan». Así lo hemos hecho. Pero la desesperación va creciendo con cada semáforo, con cada atasco que suma minutos al recorrido entre Valencia capital y Aldaia. A medida que nos vamos acercando van apareciendo coches destrozados, lo que nos hace intuir que la cosa allí iba a estar fea.
A las 9.30 horas llegamos a una de las fallas del municipio. Allí Juanjo nos cuenta cómo su padre tuvo que ser rescatado por los bomberos tras las fatídicas riadas: «Lo pasó muy mal. Estuvo toda la noche helado de frío». Por suerte, se lo pudo contar a su hijo. Desde las 10 la falla abre sus puertas para que los vecinos puedan recoger lo que necesiten. Allí encontramos a una mujer que buscaba pañales para su madre. «La atienden los Servicios Sociales, pero no pueden llegar a todo. Es muy triste, pero la colaboración nos está salvando», reconoce.
Les dejamos mucho material de limpieza. Todo lo que necesiten para limpiar las calles cuando se rompan, que se romperán, los cepillos y las palas que usan hoy para sacar el lodo de los edificios de las calles.
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Enfrente está Paqui limpiando su local. La riada anegó Pinturas Aldaia. «36 años de mi vida se han ido con el agua. Esto ha sido un desastre aquí. En muchos pueblos también, pero Aldaia es el que menos nombran y está totalmente destrozada. Todos los bajos están destrozados y las viviendas, totalmente destrozadas...».
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Y a su lado los dueños de un bar siguen achicando el agua que destrozó una máquina de Pinball, que cubrió hasta la taza del váter y que, en definitiva, dejó todo arrasado. Y tras solo un minuto dentro, aparece un vecino preguntando que si tienen comida, que si quieren que su mujer les haga unas gachas. Otra vez, el pueblo salvando al pueblo.
Seguimos el camino para dejar alimentos en otros puntos de recogida. Pili organiza las entregas a los vecinos que llegan. Lo hace acompañada de su hijo Álex, que solo tiene nueve años, pero «ha ayudado mucho», dice orgullosa su madre. Pese a ello, asume que esta tarde lo llevará a casa de su abuela «por temas de salubridad».Y seguimos recorriendo Aldaia, que ya está siendo limpiada por militares de Zaragoza, hasta encontrarnos con dos mujeres que aplauden cuando nos ven llegar. Una de ellas se abraza a David Vijande cuando le dice que llevamos comida y que venimos desde Gijón. Dejamos la comida y seguimos en marcha.
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Luego intentamos llegar a Paiporta, pero fue imposible. La gran cantidad de tráfico en la carretera dificulta enormemente la entrega de la ayuda, así que paramos en Picanya, que está justo antes. Allí decenas de vecinos y voluntarios reciben productos que luego se encargarán de entregar personalmente a los afectados. La situación parece estar algo mejor que en Aldaia, aún así es inevitable ver recuerdos destrozados encima de capós.
Y desde allí nos piden pasar por un centro logístico situado en Ciudad de Elda para llevar cargamento a las Escuelas Jesuitas, a cuyo jefe de actividades extraescolares, Jorge -y a su mujer, Cristina-, estaremos eternamente agradecidos por dejar a nueve desconocidos dormir en su casa. La 'influencer' Gemma Marín sintió la necesidad de ayudar de alguna forma a los valencianos y ella, junto a unos amigos, habilitaron una nave para recoger muebles donados aprovechando que «los efectos de la DANA aún abren los periódicos y la gente sigue sensibilizada», cuenta una de las colaboradoras. Pero la realidad superó todas las expectativas. Las entregas de comida llegaban al mismo ritmo que lo hacían los afectados por la tragedia en busca de este tipo de productos, así que no lo dudaron y comenzaron a aceptar todo tipo de artículos de primera necesidad. Pero siguen almacenando muebles porque «cuando ya no necesiten comida, tendrán que buscar mesas donde comer, microondas donde calentarla, tendrán que pintar sus casas...», asume otro colaborador.
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Ya en las Escuelas Jesuitas, Tom Luescombe, Eduardo Sánchez, David Rebollo, Julián Posada, José Vargas y Rubén Salazar sacan productos de higiene y algo de comida de las furgonetas. Varias decenas de chavales hacen una cadena humana para almacenar los artículos que luego convertirán en bolsas iguales a las que comenzamos a repartir a las 9.30 de la mañana.
Mientras, David Vijande y David Martínez van a entregar las ultimas bolsas que quedan en su furgoneta. Consiguen pasar por Paiporta, donde hay pilas de coches machacados, pero dejar los productos allí no es nada fácil. Vuelven a Aldaia, a la falla de Juanjo, pero él ya no está. Su lugar lo ocupan otros jóvenes, algunos tienen las casas destrozadas y aún así sienten ganas de ayudar a los demás.
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Un último viaje: el estadio del Levante. En el Ciudad de Valencia han habilitado una suerte de centro logístico donde reciben palés de donaciones que luego entregan a asociaciones locales para que se encarguen de repartirlos a la gente. Ya cargados, volvemos a los Jesuitas donde las decenas de niños volverán a hacer las bolsas que mañana volverán a repartir nuevos voluntarios mientras nosotros volvemos a recorrer, a la inversa, los más de 870 kilómetros que separan la devastación de una parte de Valencia de la tranquilidad de Gijón.
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