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Decisiones. Esa es la palabra clave. Ante cualquier situación que se nos pueda plantear, en relación con nuestra pareja, con nuestros amigos, con nuestro trabajo, con nuestra vivienda, con nuestra vida en general. En algunas ocasiones resulta relativamente sencillo elegir entre las opciones que se ... nos plantean pero en otras, prácticamente la mayor parte de las veces, decidir requiere un importante periodo de reflexión previa. Esto ocurre cuando seleccionar una alternativa implica ganar en unos extremos y perder en otros, arriesgar sin tener asegurado un resultado o incluso optar por el camino menos negativo de entre todos los que se nos presentan. Y en esta tesitura es donde surge la otra palabra clave que siempre va asociada a las decisiones: el miedo.
¿Cuántas veces hemos dejado de tomar una decisión por miedo? Seguramente, si nos paramos a pensarlo, habrán sido unas cuantas, por distintos motivos y por miedo al resultado final o a la incertidumbre de abrir una senda desconocida o al que dirán o al papeleo que podría suponer o como consecuencia de aplicar esa triste conclusión de que «más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer». Y de esta forma se pierden muchos trenes cargados de valiosas oportunidades.
Con esta reflexión no quiero yo decir que haya que tirarse a ninguna piscina sin pensar ni valorar las posibilidades de que esté llena de agua o de que podamos ahogarnos. Los pasos han de ser la valoración y un buen estudio de toda la situación y las alternativas con que contamos y para ello, en muchas ocasiones, precisamos del apoyo, no solo de nuestra mente pensante y nuestro corazón sintiente, sino también de profesionales que nos aporten su punto de vista objetivo.
Voy a poner algunos ejemplos prácticos y muy personales.
Imaginemos un trabajo en el que no nos valoran, en el que las decisiones de la empresa, además de incomprensibles, están causando daño a nuestra autoestima y a nuestro desarrollo personal, hasta el punto de que se está desaprovechando nuestro talento y nuestro buen hacer profesional, eso sin considerar que ya podamos hablar de acoso o maltrato psicológico. Imaginemos que ya llevamos unos cuantos años en esa empresa, que durante mucho tiempo nos hemos sentido identificados con sus valores, aunque ahora ya no podamos compartirlos, que tenemos una edad y que además la situación económica general, en fin, está como está... Y todo eso genera una la idea de que es mejor aguantar ese cúmulo de situaciones injustas porque tomar la decisión de decir «hasta aquí» puede implicar un despido y se abre el abismo de la búsqueda de un nuevo empleo y empezar de cero en otra empresa. El miedo a la incertidumbre está limitando nuestra capacidad de decidir lo que, sin duda, es mejor para nuestra vida.
Hay etapas que llega un momento en que es preciso cerrarlas para continuar avanzando, especialmente si continuar genera un daño a la salud y a nuestra propia estima y vida personal.
Ahora bien, antes de dar un salto al vacío, podemos asegurar ciertas parcelas. Por ejemplo, podemos solicitar ayuda a un psicólogo que nos ayude a explorar nuestro estado, emociones y sentimientos y a manejarlos para elegir la mejor de las opciones. Y también podemos consultar con un buen abogado laboralista que nos oriente desde el primer momento acerca de la forma en que debemos dar cada paso para que el proceso se realice correctamente y no perdamos, además, ningún derecho por el camino.
Imaginemos ahora un matrimonio que no funciona, que no hace feliz a una o ambos miembros de la pareja, que esa situación hace cuando menos difícil una convivencia y que incluso está afectando a los hijos y al resto de personas que nos rodean y nos quieren. Tomar la decisión de divorciarse, de separarse de una pareja aunque no exista matrimonio, es una de las más difíciles de adoptar, especialmente cuando son muchos los años de relación y cuando existen hijos, aunque también cuando hay bienes o mascotas en común. Nuevamente el miedo a la incertidumbre, al cómo van a quedar las cosas tras dar el paso, a la tramitación que sea preciso realizar... nos puede paralizar y atarnos durante un tiempo más a un estado en el que no nos sentimos bien o nos sentimos definitivamente mal.
Al igual que el ejemplo anterior, cuando una relación está rota, el mejor paso es hacia adelante aunque nuevamente podemos buscar apoyo, no solo en las personas que rodean, sino en profesionales. En este ejemplo pueden jugar un papel importante también los psicólogos y, por supuesto, los abogados. Hablar con especialista en la materia nos puede acercar la idea de cómo se pueden solucionar todas las cuestiones y cuáles son los pasos que en cada momento debemos dar para hacerlo y, sobre todo, para hacerlo bien. De esto modo, desdibujamos ese cerco de incertidumbre y borramos los límites de ese miedo que nos impide avanzar.
Aunque estos dos ejemplos reflejan alguna de las situaciones más importantes o graves que pueden darse en nuestra vida, la misma pauta podemos aplicar a decisiones más sencillas. Yo tengo un familiar muy cercano que tenía un intenso miedo supersticioso, desde mi punto de vista como abogada absurdo, a hacer testamento. Pensaba que, al hacerlo, era como tentar a la suerte de que le pudiera suceder algo que adelantara su muerte. Como he dicho, a mí me parece absurdo, pero los miedos son libres y para esta persona ese miedo era muy, muy real. Aunque era relativamente joven era importante, por sus circunstancias personales, familiares y económicas que hiciera testamento. Esa parte es la que puede explicar claramente un profesional experto en la materia: «mira, al margen de tu miedo, si haces esto, pasa esto y, si no lo haces, este otro efecto que, a todas luces, para ti es completamente indeseado, por tanto, la mejor alternativa es esta», desde un punto de vista totalmente objetivo.
Me voy a situar ahora en una junta de una comunidad de propietarios. En este ejemplo, también personal y real como la vida misma, esta comunidad es muy amplia y la junta acuden varias decenas de propietarios. Uno de los puntos del orden del día es la adopción de un acuerdo que afecta directamente al conjunto de la estética de todo el cierre de la urbanización. Para el cambio que se propone es necesario el voto unánime de todos los propietarios, es decir, desde el punto de vista contrario, con que uno vote en contra dicho cambio no puede realizarse, tal y como se encuentran configurado el título constitutivo de la comunidad. Aunque muchos vecinos están en contra de dicha modificación estética, ninguno se atreve a ser el primero en exponer su disconformidad y de esta forma quedar en evidencia respecto al resto. Nadie quiere «quedar mal», por si acaso, por si nadie más piensa como yo, porque se me van a echar encima, porque no tengo valor para discutir... y así hasta el infinito de miedos que nos limitan. Si acudimos a la reunión con las ideas claras, con argumentos definidos y conociendo tus derechos legales, podemos explicar con tranquilidad nuestra postura y nuestro voto y si el resto no lo entiende, finalmente los que se equivocan son ellos. Es eso o vivir el resto del tiempo en una urbanización con un cierre que no nos gusta en absoluto por no haber tenido valor para votar que no en una junta de propietarios.
Nuevamente aquí contar con un buen asesoramiento previo es fundamental, de esta forma la exposición y los motivos siempre van a tener respaldo legal y nadie va a poder rebatir la decisión y el voto.
La misma regla es aplicable a muchas otras cuestiones que pueden presentarse como cambiar de banco, de compañía telefónica, poner fin a un contrato de arrendamiento, comprar una vivienda o un coche, pedir un préstamo o hacer el viaje de nuestra vida. Decidir es lo que marca la diferencia entre ser feliz o no. Por supuesto, cuando decidimos estamos expuestos a equivocarnos pero también nos exponemos a acertar y avanzar y ser mejores en cualquier aspecto de nuestra vida. Y, para minimizar el riesgo de equivocarnos, lo más recomendable es contar con el apoyo de los que nos rodean y con el consejo de los profesionales especializados que nos aporten información desde un punto de vista objetivo.
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